miércoles, 27 de noviembre de 2013

Mamá te echo de menos

 
 Cuántas veces la tristeza me acosa y me derrumba ¿Dónde estás mamá? Yo no estaba en tu Juicio de Dios, mamá querida, no pude defenderte, no te cogí la mano para que no estuvieras sola.
Mamá de mi alma ¿Dónde estás?, ¿dónde te han llevado? Que alguien me responda. No oigo ninguna voz, Jesús ¿Por qué me haces esto?  Dime algo… ¿Hay tantos en el cielo y nadie me dice nada? Necesito saber dónde estás…
¿Eres feliz? ¿Sufres? Mamaíta de mi alma, diles si ves a alguien  por allí que sin ti yo estoy desvalida, diles que te necesito, que quiero tener tus manos entre las mías, que deseo verte… Cada día se me hace más difícil ¡Ya está bien de ausencia mamá, ya está bien!!!
Diles que te quiero con el alma y quiero abrazarte una vez más, sólo una vez más... Mamá querida, no te veo y te añoro tanto… Te he soñado y tenías una gran pena: Querías estar con nosotras en el mundo y me estrujabas entre tus brazos llorando nuestra ausencia… Junto a ti, papá, con una tristeza inmensa miraba al suelo. No eráis felices mamá ¿Por qué?, ¿qué pasa?
¿No está Dios con vosotros? me partes el alma… Fue tan real tu contacto que no dejé de llorar en varios días… A veces quisiera morir para verte, a veces no tengo consuelo de ningún Evangelio, a veces añoro dormir en tus brazos y no despertar jamás…  ¡Te quiero tanto mamá, tanto!  Y qué vaga es la fe cuando pierdes ese amor.
¡Por qué me diste esa madre, Dios! ¿Para qué amarla de esa manera? Prométeme que algún día si soy digna de ti, la vea con mis ojos, sienta el calor de sus manos y charlemos “mil horas” como cuando estaba aquí. Sé que Tú eres Amor porque ella me lo dio; sé que aunque no lo comprenda, en Ti está ella… La quiero Dios, la quiero con mi vida.
Espérame mamá, intercede por mí cuando me toque marchar para sentir ese amor del que Jesús nos habló y amaros hasta el infinito “y mucho más”, a tu lado, con papá, con todos los que me amasteis como Él lo hizo.  
Yo no era de la “familia” de Dios y sin embargo me quiso hasta el extremo. Mamá escucha, Él te quiere tanto y más que yo… No llores en los sueños por mí, pues yo no sé cómo hacer para traerte de nuevo a la tierra y consolarte… Sólo puedo rezar ¡Qué triste mamá, qué triste! 
Tu sufrimiento me aterra, los Evangelios hablan de cómo ganar el cielo pero no de los que se van. Dios danos ese consuelo que el humano necesita, es el único amor palpable y grande que conoce en vida desde su nacimiento.
Ella nació en Tetuán -Protectorado español-, era singular, inteligente, abnegada, sufriente, culta, poeta, enfermera, hablaba bajito, escribía, pintaba, amaba, “chal-laba” con sentido de humor y optimismo - acento del sur-, rubia y bella de ojos verde claro y piel tostada por la brisa del Atlántico. Tejía y cosía sin cesar, me cantaba, me hacía juguetes y ropita a mis muñecos, me contaba cuentos para dormir. Me enseñó a rezar y me hizo el traje de Comunión. Me dio cinco hermanas (una de ellas a punto de morir en su nacimiento por su perpetua enfermedad); acogía pobres y les daba de comer, cuidó soldados en la guerra, estuvo con leprosos, hablaba francés, árabe… Fue mujer de un piloto del Ejército, mi padre y, tantas veces preocupada -guerra de Ifni, terremoto de Agadir, ETA…-
No hubo un sacerdote en su muerte, no le absolvieron… Dios te he dado muchos datos ¿Sabes dónde está?, ¿en qué morada?
Dime si a mí me darás la misma…  
 Emma Diez Lobo              
 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Testimonio. Palabras de tu hijo pródigo

      Es tan suave e intenso a la vez el querer que anida en mi alma que cuando, desde tu Palabra, te abres a mí, Dios mío, conviertes el instante en eternidad. Sí, un sereno instante tuyo es suficiente para contemplar sin velos la eternidad de tu amor. Sólo ese sereno instante de esos que tú sabes me eleva hacia ti, Dios mío (Paul Jeremie).


 Señor… desde siempre Tú has sembrado en mi corazón las ganas de ti. Aún en las peores épocas no permitiste que mi fuego se extinguiese por completo. Te pido HOY, sí  HOY que rasgues el velo que cubre mis ojos y mi corazón para poder contemplar tu rostro pleno y radiante.

Quiero ser uno de tus pequeños… Se bien que he pecado contra ti muchas veces. También sé que Tú me has perdonado en el instante en que mi alma reconoció su culpa y que lo hiciste antes de que yo abriera mis labios. Tú ya habías leído mi corazón.
Ahora te pido una oportunidad… mejor un momento diario para recibir tu alimento. Permíteme serte útil dentro de mi debilidad para hacer tu voluntad. No permitas que haciendo esto la confunda con mis propios deseos y caprichos.
Haz que el Padrenuestro sea para mí oración nueva cada día, todos los días. Aparta de mi todo aquello que pudiese arrancar la semilla que tu amorosamente has sembrado.
Si caigo de nuevo ayúdame a incorporarme rápidamente. Borra de mi mente las cosas de este mundo que por experiencia sé que no me satisfacen.
Acompáñame a pedir perdón a los que he ofendido y ayúdame a deshacerme de mi soberbia en el camino. De igual manera ayúdame a perdonar a quienes me pudiesen haber ofendido antes de que ellos me hablen y aún si nunca llegasen a hacerlo.
Una última cosa…
Como al caracol permíteme llevar tu casa… mi casa… Nuestro sitio de encuentro.
Mauricio Villamil

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Malévolo tifón (Filipinas 2013)





Mientras “por aquí” tenemos algo de frío, nos quitan un trabajo, vemos anuncios de cremas para las arrugas, mientras por aquí gana Nadal o el Real Madrid… Miles y miles de personas pasean por sus “calles” el dolor de la muerte, el hambre  y la sed…

¡Mirad ahí, están al lado, a la derecha de tu mapa! Tienen nuestra edad, la de nuestros jóvenes, nuestros niños y nietos… Llevan camisetas como las nuestras, tienen manos y pies como nosotros, miradas como las de tu hijo y llanto de bebés como lloran todos los bebés del mundo…

Yo “aquí” no puedo sufrir su sufrimiento; lo escribo pero no lo veo, les rezo pero no están en mis brazos, no puedo mitigar su tristeza y desesperación, lo sé, porque también sé que no hay consuelo ni para Dios.

El hombre a veces cambia la naturaleza de la tierra y su atmósfera con experimentos nucleares, emisión de gases… Provocando calamidades devastadoras; y aún siendo responsable, no quiere impedir ni retirar a la humanidad de los lugares de riesgo porque al miserable ser humano no le preocupa el dolor de los otros… Ninguno daría un pedazo de su territorio para protegerles y sabed que toda la humanidad cabría en un solo país del tamaño de Texas… Sin embargo ahí están, en las costas de los continentes más pobres viviendo una pobreza alarmante.

No somos solidarios… Tenemos fronteras, visados y policías que no te dejan pasar… Sí, estamos acostumbrados a eso, es el “orden de la tierra”. Nadie se mete en nuestra “casa” sin papeles a pesar de los peligros a los que se les somete…

¿Son nuestros hermanos? Yo diría que no, ellos dicen que no… Son gente necesitada, nada más ¡Qué pena de humanidad pudiente! ¡Qué fácil es tan sólo rezar!

Señor dime qué hacer para mirar a mi prójimo como a mí mismo y publicarlo en los corazones de hielo; no somos un solo pueblo, no somos los hermanos que soñaste…  Dime Dios, son tantas las miserias y tantos los miserables… No sé qué aportar desde mi mesa sino lágrimas de angustia como las tuyas… No tengo poder ni alas pero sí la fe de creer en un mudo nuevo porque Tú lo dijiste, aunque pasen miles o cientos de años. Por ahora dime, dime Dios si la oración y un céntimo del humilde te valen más que todas las oraciones del poderoso juntas…   

 

Emma Díez Lobo   

martes, 12 de noviembre de 2013

Impulsar la renovación evangélica



Carta de José Antonio Pagola | Sacerdote y teólogo.

 
 
Querido hermano Francisco:

Desde que fuiste elegido para ser la humilde “Roca” sobre la que Jesús quiere seguir construyendo hoy su Iglesia, he seguido con atención tus palabras.

 Ahora, acabo de llegar de Roma, donde te he podido ver abrazando a los niños, bendiciendo a enfermos y desvalidos y saludando a la muchedumbre

Dicen que eres cercano, sencillo, humilde, simpático… y no sé cuántas cosas más.

Pienso que hay en ti algo más, mucho más. Pude ver la Plaza de San Pedro y la Via della Conciliazione llena de gentes entusiasmadas. No creo que esa muchedumbre se sienta atraída solo por tu sencillez y simpatía.

 En pocos meses te has convertido en una “buena noticia” para la Iglesia e, incluso, más allá de la Iglesia. ¿Por qué? Casi sin darnos cuenta, estás introduciendo en el mundo la Buena Noticia de Jesús.

Estás creando en la Iglesia un clima nuevo, más evangélico y más humano. Nos estás aportando el Espíritu de Cristo. Personas alejadas de la fe cristiana me dicen que les ayudas a confiar más en la vida y en la bondad del ser humano. Algunos que viven sin caminos hacia Dios me confiesan que se ha despertado en su interior una pequeña luz que les invita a revisar su actitud ante el Misterio último de la existencia.
 
Yo sé que en la Iglesia necesitamos reformas muy profundas para corregir desviaciones alimentadas durante muchos siglos, pero estos últimos años ha ido creciendo en mí una convicción. Para que esas reformas se puedan llevar a cabo, necesitamos previamente una conversión a un nivel más profundo y radical.

Necesitamos, sencillamente, volver a Jesús, enraizar nuestro cristianismo con más verdad y más fidelidad en su persona, su mensaje y su proyecto del Reino de Dios.

Por eso, quiero expresarte qué es lo que más me atrae de tu servicio como Obispo de Roma en estos inicios de tu tarea.

Yo te agradezco que abraces a los niños y los estreches contra tu pecho. Nos estás ayudando a recuperar aquel gesto profético de Jesús, tan olvidado en la Iglesia, pero tan importante para entender lo que esperaba de sus seguidores. Según el relato evangélico, Jesús llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me está acogiendo a mí”.

Se nos había olvidado que en el centro de la Iglesia, atrayendo la atención de todos ,han de estar siempre los pequeños, los más frágiles y vulnerables. Es importante que estés entre nosotros como “Roca” sobre la que Jesús construye su Iglesia, pero es tan importante o más que estés en medio de nosotros abrazando a los pequeños y bendiciendo a los enfermos y desvalidos, para recordarnos cómo acoger a Jesús. Este gesto profético me parece decisivo en estos momentos en que el mundo corre el riesgo de deshumanizarse desentendiéndose de los últimos.

Yo te agradezco que nos llames de forma tan reiterada a salir de la Iglesia para entrar en la vida donde la gente sufre y goza, lucha y trabaja: ese mundo donde Dios quiere construir una convivencia más humana, justa y solidaria.

Creo que la herejía más grave y sutil que ha penetrado en el cristianismo es haber hecho de la Iglesia el centro de todo, desplazando del horizonte el proyecto del Reino de Dios.

Juan Pablo II nos recordó que la Iglesia no es el fin de sí misma, sino solamente “germen, signo e instrumento del Reino de Dios”, pero sus palabras se perdieron entre otros muchos discursos.

Ahora se despierta en mí una alegría grande cuando nos llamas a salir de la “autorreferencialidad” para caminar hacia las “periferias existenciales”, donde nos encontramos con los pobres, las víctimas, los enfermos, los desgraciados…
 
Disfruto subrayando tus palabras: “Hemos de construir puentes, no muros para defender la fe”; necesitamos “una Iglesia de puertas abiertas, no de controladores de la fe”; “la Iglesia no crece con el proselitismo, sino por la atracción, el testimonio y la predicación”. Me parece escuchar la voz de Jesús que, desde el Vaticano, nos urge: “Id y anunciad que el Reino de Dios está cerca”, “id y curad a los enfermos”, “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.
 
Te agradezco también tus llamadas constantes a convertirnos al Evangelio. Qué bien conoces a la Iglesia. Me sorprende tu libertad para poner nombre a nuestros pecados. No lo haces con lenguaje de moralista, sino con fuerza evangélica: las envidias, el afán de hacer carrera y el deseo de dinero; “la desinformación, la difamación y la calumnia”; la arrogancia y la hipocresía clerical; la “mundanidad espiritual” y la “burguesía del espíritu”; los “cristianos de salón”, los “creyentes de museo”, los cristianos con “cara de funeral”.

 Te preocupa mucho “una sal sin sabor”, “una sal que no sabe a nada” y nos llamas a ser discípulos que aprenden a vivir con el estilo de Jesús.
 
No nos llamas solo a una conversión individual. Nos urges a una renovación eclesial, estructural. No estamos acostumbrados a escuchar ese lenguaje. Sordos a la llamada renovadora del Vaticano II, se nos ha olvidado que Jesús invitaba a sus seguidores a “poner el vino nuevo en odres nuevos”.

 Por eso, me llena de esperanza tu homilía de la fiesta de Pentecostés: “La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades y gustos… Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes, con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos”.

Por eso nos pides que nos preguntemos sinceramente: “¿Estamos abiertos a las sorpresas de Dios o nos encerramos con miedo a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?”. Tu mensaje y tu espíritu están anunciando un futuro nuevo para la Iglesia.

Quiero acabar estas líneas expresándote humildemente un deseo. Tal vez no podrás hacer grandes reformas, pero puedes impulsar la renovación evangélica en toda la Iglesia. Seguramente, puedes tomar las medidas oportunas para que los futuros obispos de las diócesis del mundo entero tengan un perfil y un estilo pastoral capaz de promover esa conversión a Jesús que tú tratas de alentar desde Roma.

Francisco, eres un regalo de Dios. ¡Gracias!
 
En el nº 2.863 de Vida Nueva.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Cerca de Tí Señor






Cerca de Ti, Señor, yo quiero estar;
tu grande eterno amor quiero gozar.
Llena mi pobre ser, limpia mi corazón;
hazme tu rostro ver en la aflicción.
 
Mi pobre corazón inquieto está,
por esta vida voy buscando paz.
Mas sólo Tú, Señor, la paz me puedes dar,
cerca de Ti, Señor, yo quiero estar.
 
Pasos inciertos doy, el sol se va;
mas, si contigo estoy, no temo ya.
Himnos de gratitud alegre cantaré,
y fiel a Ti, Señor, siempre seré.
 
Día feliz veré creyendo en Ti,
en que yo habitaré cerca de Ti.
Mi voz alabará tu santo Nombre allí,
y mi alma gozará cerca de ti.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Bajo la tierra oscura


 


Hermanos de mi pensamiento, lloré cuando os vi ahí abajo con el grisú en vuestro rostro… Sí, sé que estabais solos, sin otra humanidad que la propia y os imaginé rezando a Dios en la oscuridad de la tierra, pero ¿Sabéis? Dios escuchaba vuestras voces, Dios bajó para agarraros de la mano y subiros a la luz, Él estaba en la mina….

No sé si vuestros equipajes rebosaban de amor, pero os aseguro que llevabais una gran cantidad de sacos de esfuerzo, de trabajo duro por vuestras familias… No os preocupéis ni un segundo, Dios está lleno de carbón como vosotros, tiene su cara oscura como la vuestra, Él estaba en la mina…

Fueron momentos terribles de claustrofobia y angustia, como Dios, igual que Dios… ¿Qué os creéis que se fue de allí?, Él no se va, él siempre está hasta en la piedra más pequeña de vuestra pala…

¡Perdóname Dios!, es todo lo que quiso oír de vuestra boca y aunque no lo dijerais, no os preocupéis, el saco de carbón, vuestro sudor, ha sido la oración para Dios porque él entiende ese lenguaje, el peso de la labor cumplida y el trabajo más tremendo del mundo. Vuestros pecados se han cubierto de grisú y hollín… No os preocupéis por nada, Dios estaba en la mina…

Si ahora os viera… ¡Qué envidia de hermanos en la luz! Estáis arriba en praderas inmensas con un amor que no existe en la tierra… El color negro por el blanco y el verde, así os quiero pensar, porque mi Dios, vuestro Padre, os ha recogido en sus moradas… Son “apartamentos” con vistas al mar del universo. Él da gratis la paz y el sosiego del alma, porque ¿sabéis? Él salió de la mina junto con vosotros para daros el mejor descanso merecido y limpiaros la cara con su mano.

 ¡Chicos lo habéis conseguido!!! Él estaba en la mina…      
Emma Díez Lobo

sábado, 2 de noviembre de 2013

Dios

  No hay experiencia humana más grandiosa y espectacular que el saberse “estando en Dios”, viviendo en Él. Es un saberse que rompe los límites del conocimiento humano, pues sobrepasa toda experiencia empírica y medible. Estoy hablando del Misterio, de Dios que se abaja hacia el hombre, y del hombre que se eleva hacia Él.
 
 
 
                                                                 
Dime Dios ¿Quién eres?, sé quien es Jesús, tu Rostro humano… ¿Pero y Tú? Cuántas veces he querido definirte, cuántas… De chica te imaginaba con un “cuerpo físico”, con barba, sentado a la izquierda de Jesús (como Él se sienta a tu derecha…); pero unas palabras de tu Hijo me aclararon tu Esencia… “A Dios nadie le ha visto jamás”… Tampoco Jesús, porque Tú estabas en su Ser. Como lo explicaría…

Tú eres  sentido, Palabra, oído, inteligencia, perdón, creación, universo… No tienes ni piernas ni brazos, ni cara, ni manos, eres tan invisible como el amor que encierra el corazón humano. Por eso he entendido que yo soy parte de ti, cuando me duele mi prójimo, cuando te defiendo; Tú vives en todo, cómo lo explicaría…

No eres árbol pero estás en su oxígeno, no eres gorrión pero estás en su vuelo, no eres lobo pero estás en su aullido; no eres noche ni día, pero estás en la oscuridad y en la luz. No eres un ser, eres el Verbo Ser y de ahí la frase: “Yo soy el que soy” y… “Vengo de donde vengo” y de ¿Dónde vienes? De la propia Existencia. Como lo explicaría…    

No es un lugar es un adverbio, Él viene del Siempre, del YO eterno. Él no “viene”, está en el Verbo Venir, como dentro de sus letras… Venir es rodearte, acercarse a ti desde el mundo, desde el firmamento. Dónde haya “un lugar” muy lejos o muy cerca de ti, hay un “venir” hacia ese lugar y ese “venir” es más inmenso que el Universo, no tiene fin; pero ni el fin ni el principio están “lejos” de ti, porque Dios no viene de lejos; Él, ni viene ni va, simplemente está. 

Dime ¿Por qué elegiste esa cara para Jesús? Está claro que alguna tenía que tener… Y María portaría sus rasgos sin duda. Pero después de su Resurrección, nadie le reconocería; Dios no debía tener un cuerpo concreto, Él era voz, Espíritu y creó un  hombre sólo con esa intención. Ese “hombre visible” no estaba en el mundo (lógico porque si fuera uno del pueblo… ¿Mira, no es Jesús?, ¡menudo contrasentido!) 

Cuando entiendes que Dios escucha, habla (en alto cuando quiere) y está en todas las cosas, tu vida cambia por completo; has entendido como S. Francisco dónde está Dios. Dios mira y observa hasta de debajo del sofá…

Es tan difícil explicar lo que uno siente fuera de filosofías que si Dios no me ilumina… ¡Pues como qué no! El “vengo de dónde vengo”, me apasiona,  pero eso no importa; sé por Jesús nacido que has venido del “vengo” y que formamos parte de Ti, de tu Cuerpo Místico, de tu YO. Gracias Dios, gracias Mujer, ya  podemos decir que Te hemos visto. Pero ¿Jesús está sentado a tu derecha? ¡A qué no!, otra reflexión…    

Emma Díez Lobo 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Plantación de Dios


Cuando una persona se acerca al Evangelio con especial ternura acariciando sus palabras, éstas, como emprendiendo un vuelo, se elevan hacia su alma. Las palabras pasan de ser tinta impresa en un papel a ser soplo de Dios que transforma en vergel las arideces de nuestras persistentes monotonías.

 
 

Comenzamos este capítulo con una de las profecías de Isaías que, a nuestro parecer, revela con mayor fuerza la misión del Mesías. Nos da a conocer que éste anunciará la Buena Nueva de la salvación a los pobres, a los cautivos, a los que, sobrecargados de tanto sufrimiento, tienen el corazón desfallecido. Contiene tanta fuerza su anuncio, su Buena Nueva, que podrá cambiar totalmente la vida de los que lo acojan: el luto y el abatimiento darán lugar al gozo, resurgirá  la alegría de vivir. Culmina Isaías su profecía con una promesa sorprendente: A estos hombres, rescatados por el Mesías de todas estas profundidades, se les llamará “robles de justicia, plantación de Dios para manifestar, irradiar su gloria” (Is 61,3b).

Por supuesto que el anuncio de Isaías alcanza a todos los discípulos del Hijo de Dios, a todos los que guardan su Evangelio. Hecha esta puntualización y dado el tema señero de este libro, centramos nuestra atención en aquellos a los que Jesús llama de forma especial al sacerdocio, por la particular resonancia con que les alcanza esta profecía. Así lo creemos porque especial es la misión de estos hombres, y que consiste de forma primordial en pastorear las ovejas que el Hijo de Dios les confía. Para llevarla a cabo necesitan un corazón como el suyo. Hablamos de pastores que puedan alimentar sus rebaños en pastos de sabiduría y discernimiento (Jr 3,15).

Plantación de Jesucristo, que es la Sabiduría y Fuerza de Dios (1Co 1,22). Así es como podemos llamar, con la autoridad que nos da la Escritura, a aquellos que el Señor Jesús llamó, y continúa llamando, “para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14a). He aquí un rasgo distintivo de los pastores que Jesucristo reconoce como plantación suya, obra de sus manos. Son hombres expertos en debilidades, empezando por las suyas; pero que, como la esposa del Cantar de los Cantares, están a gusto con Él (Ct 2,3). En esta intimidad son revestidos de su fortaleza. Su profundo estar con su Señor les impulsa a estar con los hombres con la Palabra de gracia que Él –su único Maestro- ha sembrado en el fértil terruño de sus almas.

Hombres que, guiados por su Maestro, han aprendido a estar con Dios como Padre suyo que es, a saborearlo (recordemos que en la lengua y cultura de Israel sabor y saber vienen de la misma raíz). Hablamos de hombres injertados en Dios por cuya razón irradian y manifiestan su gloria, y ante los cuales nadie queda indiferente, porque las huellas de Dios que configuran sus rostros son luminosas. Se les puede aceptar o rechazar, mas nunca ignorar. Su predicación así como sus liturgias llevan la misma firma: el Rostro de Dios, su Teofanía y su Teofonía –su Voz-.

Así como “los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento la obra de sus manos (Sl 19,2), las obras de estos pastores (apasionados por Dios y su Evangelio, lo que les hace Dios es bueno con todos, que, “como la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Dios para quienes le buscan…, pues se acuerda de que somos polvo” (Sl 103,13-14). 

Pastores misericordiosos con las debilidades de sus hermanos, porque han conocido en su propia carne la misericordia  y la ternura de Dios. Saben también que no brillan con luz propia, por ello no se atribuyen ningún mérito en su pastoreo; de ahí el auténtico pánico que tienen ante cualquier asomo de adulación. Se sienten entrañablemente cercanos, son testigos de que su hacer emana de la sabiduría y gracia de Dios. Ante estos pastores, los hombres “glorifican a su Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).