Marcos nos ofrece la confirmación de la llamada de Jesús a Andrés y a Pedro que vimos el domingo anterior.
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Creo que os habréis dado cuenta en muchas ocasiones, pero, por si os ha pasado desapercibido, quiero recordaros que el ser humano solamente se realiza si ejercita cuatro miradas: hacia fuera, es decir, hacia el mundo; hacia arriba, es decir, la trascendente; hacia dentro, es decir, hacia su interioridad, y hacia delante, es decir, si mira el fututo. Son cuatro movimientos esenciales que implican abrirnos al mundo (la naturaleza, los hombres), al misterio de Dios, a la íntima realidad humana y al sentido de la historia total. Cuando no se dan estos movimientos al mismo tiempo, se pierde la esperanza. ¿Qué está pasando en nuestra cultura en estos momentos? ¿Por qué hay desesperanza? Como no se dan estos movimientos a la vez y además se da una marginación u olvido de alguno de ellos, se produce una profunda soledad, que genera pesimismo y desesperanza.
La
presencia de Dios, que se nos ha revelado en Jesucristo en la vida personal y
en la historia de los hombres, tiene una importancia capital para el presente y
el futuro de la existencia humana. El tema de Dios no es secundario en la
construcción de un mundo con esperanza. Con la marginación de Dios de la
conciencia del hombre y del horizonte de la sociedad, se pone en cuestión el
significado mismo de la vida humana. Poner en cuestión a quien se nos ha
revelado diciéndonos que es «el Camino, la Verdad y la Vida» es de tal
trascendencia que nos podemos imaginar las consecuencias que trae. Suprimidos
los criterios objetivos de verdad y moralidad, ¿qué importancia tiene la vida
humana? La importancia que le quieran dar quienes tengan el poder y la fuerza.
La importancia de Dios en la existencia del hombre para crear futuro, para ser
creativos, para tener esperanza, es definitiva. Baste el ejemplo de todos los
artistas que trabajaron delante de Dios, bajo su mirada. ¿Qué habría sido de la
historia del arte sin ellos? Trabajaban para la eternidad. Y la contemplación
de sus obras nos traslada a la eternidad. Cuando los artistas retiran a Dios de
su horizonte, ¿es posible hacer un arte semejante en grandeza al que hemos
conocido?
En esta
línea, sin la presencia de Dios, ¿qué es del prójimo? En la parábola del buen
samaritano vemos que, sin la presencia de Dios en el camino, peligra de una
manera singular el prójimo. Peligró con el marxismo en Europa, que fue el
último proyecto ético con pretensión de ultimidad y de universalidad. Pero hoy
peligra por la absolutización del individualismo. Es más, hoy se quita de en
medio al prójimo y se pone en el centro al individuo. El individuo se convierte
en el centro del universo, no está dispuesto a ordenarse a ninguna meta
comunitaria, ni a relativizarse a ningún valor absoluto, ni a elevarse a nada
que le trascienda. Eso se está dando hoy en nuestra cultura. ¿Cómo no va a
existir desesperanza? El ser humano se sitúa al margen de la esperanza porque
no tiene a nadie a su lado que le entregue el presente y el futuro manifestados
en Jesucristo.
Os invito
a tener la misma actitud de san Agustín para volver a la esperanza. Más que una
actitud, fue la decisión de dejarse convertir por Dios, contemplando la
condición humilde y encarnada del Dios cristiano. Qué fuerza tiene siempre
reconocer que es precisamente la humildad de Dios la que revela su gloria. Qué
expresión de tanta belleza la de san Agustín: «Yo no era humilde para reconocer
por mi Dios al humilde Jesús, ni sabía de qué cosa pudiera ser muestra su
flaqueza» (Confesiones, 7, 18, 24). Quien deja que se acerque a su vida Jesús y
le sigue, sabe quién es Dios y quién es su prójimo, sabe que tiene que ser
hombre para Dios y hombre para los demás, con los mismos gestos y actitudes que
Jesús. Y sabe que la esperanza le acompaña siempre. Contemplar a Jesucristo es
contemplar cómo se solidariza Dios con el hombre: hay un abajamiento de Dios a
las criaturas con la consiguiente elevación de la criatura a la dignidad de
Dios. Donde Dios se hace debilidad y donde Dios se hace servicio, allí la
igualdad tiene su cátedra, la bondad su norma, la compasión su medida.
Con gran
afecto, os bendice,
+Carlos,
Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo
de Madrid
Un corazón de piedra no puede ser atravesado por la espada del Mal del mundo, su pétrea dureza hace que rebote; es lo que llamamos devolver mal por mal. Cuando Jesús dice a sus discípulos que no devuelvan mal por mal no les está imponiendo una carga inhumana, les está ofreciendo una promesa que sólo puede venir de Él en cuanto Hijo de Dios, y que había sido anunciada por los profetas: "Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (Ez 36,26).
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Precisamente,
en la gran historia cristiana que tiene su comienzo en Jesús, en María y en
José, la figura de este último representa el gran modelo de discreción. San
José acertó a situarse en su taller de artesano en aquel pueblecito de Nazaret.
Tomó sobre sí el cuidado de María y del pequeño Jesús, ante los cuales adoptará
con enorme generosidad su custodia con toda la ternura y todo el afecto que
cabe pensar, sin dejarse notar.
El papa
Francisco ha querido dedicar un año jubilar a la memoria de San José, el
discreto. Pero el Santo Padre ha querido subrayar la discreción de San José,
alargándola a tantos que en nuestros días la viven también dentro de esta
circunstancia que tanto nos asola y nos deja temerosos ante la incertidumbre
que está sembrando la pandemia Covid-19. Esta es la conexión que ha dibujado el
papa Francisco al respecto y que reproduzco por su belleza y oportunidad:
«Al
cumplirse ciento cincuenta años de que el beato Pío IX, el 8 de diciembre de
1870, lo declarara como Patrono de la Iglesia Católica,
quisiera —como dice Jesús— que “la boca hable de aquello de lo que está lleno
el corazón” (cf. Mt 12,34), para compartir
algunas reflexiones personales sobre esta figura extraordinaria, tan cercana a
nuestra condición humana. Este deseo ha crecido durante estos meses de
pandemia, en los que podemos experimentar, en medio de la crisis que nos está
golpeando, que “nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes
—corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de
revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo
hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y
enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados,
limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios,
sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie
se salva solo. […] Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde
esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos
padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con
gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando
rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan,
ofrecen e interceden por el bien de todos”. Todos
pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la
presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en
tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están
aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en
la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de
reconocimiento y de gratitud».
Son
hermosas estas palabras y de acuciante actualidad cuando vemos que no está sólo
en nosotros salir airosos de la crisis de la pandemia. Hemos de encomendarnos a
este santo discreto e importantísimo, San José, en momentos de profunda
dificultad para nuestras vidas. Que su discreción sea un acicate para hacer
también nosotros el bien que vemos en Dios, mientras somos instrumentos de la
paz que Él reparte con nuestras manos.
+ Jesús
Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
Tal vez son los años o son las impresiones de nuestro corazón o son los caminos de la sabiduría que cuanto más se avanza en el tiempo más sentimos que lo único que motiva nuestros quehaceres diarios es la Gloria de Dios. No quiero ser pretencioso y menos aplicar a nuestra vida algo que aún debe madurar, pero si decir que si algo significa la experiencia humana es mirar cara a cara la realidad más honda que es la de saber que Dios nos ama y que todo lo que salga fuera de esta coordenada lleva al nihilismo más absoluto. La destrucción más honda que existe y que deshumaniza al ser humano es cuando él mismo se glorifica a sí mismo y sólo a sí mismo. Es una de las dificultades que hoy se manifiesta muchas veces en nuestra sociedad y además con la pretensión más engañosa puesto que se quiere revestir de auténtica libertad cuando por el contrario es esclavitud. Es un engaño envuelto en un manto de progreso pero que por dentro está sostenido en una realidad vacía y corrupta.
El mismo Cristo, al que contemplábamos en la Navidad, es quien nos hace
caer en la cuenta de nuestros errores. En el centro de la fe descansa la
convicción de que el Dios invisible, desconocido, creador de todo, amó tanto a
la humanidad que se puso en nuestro lugar y asumió la naturaleza humana para
sacarnos del pozo ciego, donde estábamos sumidos, para llevarnos a la luz.
Jesucristo ha querido compartir su propia vida de Hijo de Dios con cada persona
humana y no para aniquilar ni disminuir nuestra naturaleza sino para darla
valor del cual el ser humano estaba ausente. Nada es comparable a este amor
concreto de Dios que nos acompaña, es más, asume nuestra propia naturaleza y la
eleva a la dignidad más grande.
Un gran Padre de la Iglesia, San Irineo de Lyón, que nació en el siglo II,
en la ciudad de Esmirna, en la costa occidental de la actual Turquía escribe
unos textos impresionantes sobre la auténtica fe de la Iglesia en contra de las
herejías reinantes. Oyendo predicar al viejo Obispo San Policarpo, discípulo
del apóstol San Juan, se sintió interpelado y dedicó todo su quehacer a
desmontar los engaños de los errores extendidos por los ámbitos intelectuales
de aquel momento histórico. San Irineo llegó a ser más tarde el segundo Obispo
de Lyón (Francia). Hay una frase de este gran evangelizador que siempre me ha
impresionado y es la siguiente: “La vida en el hombre es la gloria de Dios, la
vida del hombre es la visión de Dios” (Tratado contra las herejías, libro
4,20:7). Podemos decir que el hombre está “vivo”, es decir, que cada ser humano
tiene el deseo de una vida plena y verdadera. Es lo único que realiza a la
persona en su madurez humana.
Ante las dificultades de la vida y las contrariedades que vienen y los
sufrimientos de todo tipo que acosan la experiencia humana, uno se pregunta:
“¿Mi vida tiene sentido? ¿Merece la pena luchar?” Y la respuesta que es
auténtica y válida, que nada tiene que ver con la magia y menos con huidas a
imaginaciones vacías, es: “Mi vida tiene sentido porque tengo a un Dios que me ama,
que ha apostado en Cristo por mi vida y es el único que me salva”. Tal es así
que en los estudios de sicólogos y siquiatras afirman que el gran peligro que
el ser humano padece y le lleva a la desesperación es el haber perdido el
sentido de la transcendencia. Otros afirman que conviene potenciar el
“optimismo inteligente” que lleva consigo superar las circunstancias más duras.
Y en este sentido se habla, hoy en día, de “alienación” o de “absurdo” porque
es precisamente debido a esa toma de conciencia de que algo importante le falta
a nuestra vida, algo que buscar más allá, en vez de satisfacciones instantáneas
que provoca la sociedad de consumo y relativista donde todo vale.
Estamos invitados a entrar en una vida que es simplemente el amor de Dios
que quiere y desea compartir con nosotros. Esta es la máxima Gloria de Dios y
gloria para nosotros. Lo más importante es saber gustar con el aroma del amor
que procede de Dios el misterio escondido de cada vocación. “Sabemos que todas
las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados
según sus designio” (Rm 8, 28). Muchas decepciones matrimoniales, sacerdotales,
religiosas… tienen como raíz y quicio el no haber sabido situarse y de modo
especial apreciando que su vocación sólo tiene sentido si se vive sólo y
exclusivamente para la Gloria de Dios. Nuestro único oficio es glorificar a
Dios. Con este sentido la vida es vida.
+ Mons. Francisco Pérez
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela
Una mañana en
Larache, yo era aún una cría, salí de la casa cruzando la calle y entré en una
panadería de un “amigo” judío para charlar con él. “Desaparecí” por un largo
rato y cuando volví, encontré a mis padres muy preocupados; lo único que me
dijo mi madre cuando se enteró de dónde venía, fue:
- Ni moros ni judíos se te permite, -la
población judía o sefardí en el Magreb norte
era considerable- eres aún muy joven…
Y crecí con la idea
de que estas personas no pensaban igual que yo pero no sabía por qué…
Escuchaba a mis
abuelos hablar el árabe en el “Zoco Chico” de la Medina o en los bakalitos. Ellos
llevaban allí desde 1912-. Al tiempo, yo aprendía algo el idioma gracias a Fátima
que trabajaba en casa pues en las calles, fuera del centro musulmán o judío, se
hablaba español.
Más tarde, mi
familia se trasladó a Louisgentil -hasta 1956, Maroc francés- cerca de las montañas
del Alto Atlas donde se encuentran las mayores minas de fosfato; y daba igual
donde residieras, las comunidades judío-marroquíes o musulmanas no se mezclaban
con los europeos así se “conviviera” en un mismo territorio. Cine árabe, cine
español, café árabe, café español o francés…
Y sí, a medida que cumplía
años, me daba cuenta del sentido de las palabras de mi madre; efectivamente,
las dos culturas eran muy diferentes a la mía. Mi educación y mi Fe nada tenían
que ver ni con unos ni con otros.
Gracias mamá, era demasiado
joven y tal vez hoy no estaría hablando de mi Dios…
Emma Díez lobo
Leemos en este Evangelio que Jesús fijo sus ojos en Pedro y le llamó, y el noble pescador inició su andadura como discípulo suyo. Pedro no sabía que su Discipulado estaba por hacer, Jesús sí, y no le importó y esta es la garantía de quienes nos vamos abrazando al Discipulado.
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¿Os habéis dado
cuenta de la cantidad de personas que se van de la tierra tan fácilmente? Es alucinante.
El hecho más grandioso del hombre es morir y se ha vuelto tan “normal”, que me
da miedo.
Pienso… Morir y
después un “para siempre”… Incomprensible. Y se acabaron las croquetas, la "siestorra", el pijama de franela… Hablar y escribir sobre la muerte, bien que lo
hacemos pero darnos cuenta es otro cantar; es como saberte pasajero del avión
que se va a estrellar y lo sabes. Es que no me entra en la cabeza y mucho menos
lo de “después”, me parece bestial.
Venimos al mundo
“acompañados” de los que te esperan y vives como si nunca te fueras a ir, pero
resulta que un día emprendes “el viaje” y te vas más solo que la una… ¡Ufff!
A veces miro fotos
muy antiguas y me digo… Todos muertos, y yo aún aquí hasta que me convierta en
fotografía ¡Vaya por Dios!, aunque sé que la vejez y con ella por ser aliada de
la muerte, todo será más fácil si antes no te atrapa el maldito virus.
Dios conoce sobremanera
nuestros miedos, así pues pidámosLe Gracia para no asustarnos y Gracia para
tener muchísimas ganas de llegar a Él, cuando llegue el momento.
Esto último si lo
conseguimos es lo mejor, así nuestra última sonrisa infundirá a los seres
queridos la Fe necesaria para no entristecerse por sabernos en un lugar de
sublime esperanza de ver a Dios. ¡Que recen por favor y pasen Puertas Santas
por nosotros!
14 Enero 2021
Emma Díez Lobo
Existen los riesgos calculados en la relación con Dios. Son propios de quienes no se fían del Evangelio de Jesús y por ello lo dejan un poco de lado al tiempo que se dan a rezos y sacrificios de toda clase. No se fían, por ejemplo de… "El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará" (Mc 8,35).
P. Antonio Pavía
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Siempre se ha hablado de enero como de una cuesta complicada de subir. Tal vez porque se regresa de unas fiestas en las que ha habido una serie de gastos que han aligerado la talega de nuestros recursos, y se hace fatigoso tener que llegar al fin de este mes. La cuesta de enero, sin embargo, también tiene que ver con otros gastos en los que, sin monedas por medio, hemos debido emplearnos a fondo cuando el precio de la esperanza, el de la paz o la alegría, se torna acaso muy elevado de pagar.
Lo que
solemos hacer es entonces pedir un préstamo a quien con solvencia nos pueda
ceder algo de esos dones para lograr sobrevivir con la altura de miras hacia el
horizonte bondadoso de nuestra posible felicidad. Esta es la experiencia que se
nos brinda desde la tradición cristiana: saber que somos siempre menesterosos
ante lo que nos ayuda a vivir con paz, a sonreír con un gozo verdadero, a
dejarnos abrazar por una esperanza que nace de la confianza de sabernos
sostenidos y acompañados por quien más nos quiere. Así es cabalmente Dios para
cada uno de nosotros cuando en esta época del año en el que las temperaturas
bajan, las hojas de los árboles no han salido ni han florecido todavía las
rosas, Él espera siempre en las raíces. Así lo decía el gran escritor Rainer
María Rilke cuando se refería al tiempo del invierno: Dios espera ahí en las
raíces. No en la hojarasca del otoño, ni en el sofoco del estío como tampoco en
la explosión vivaracha de la primavera, sino en el silencio humilde y retraído
del invierno gélido que nos empuja a arrebujarnos junto al hogar de nuestros
llares, con la lumbre encendida de la confianza.
Dios nos
presta generoso lo que nuestra cuesta de enero es remisa en regalarnos, pero lo
hará sin comisiones, menos aún con usura, sino al precio de costo de su corazón
dadivoso: gratis, completamente gratis. Como todo lo que de Él nos llega en el
momento más oportuno, en el más inesperado tal vez, en el más inmerecido
también. Es su don que viene a abrazar nuestra pequeñez más mendiga de lo que
vale únicamente la pena.
Otras
circunstancias pueden secuestrar nuestra esperanza al imponernos el temor
sembrando el miedo y la zozobra, o pueden deslizar sus chantajes varios
mientras nos arrebatan la luz de la mirada y la paz en nuestra alma. No nos
faltan motivos en estos días de la cuesta de enero de este año apenas recién
estrenado, que nos arrebolan y apagan al asomarnos al devenir de nuestra salud
quebrada o amenazada por una pandemia intrusa, o a las interesadas o falsas
soluciones que desde algunas instancias políticas se nos dictan a mansalva, o
la recesión económica que no cesa y que poco a poco va dibujando nuestras
tragedias cotidianas con la pérdida del trabajo, el cierre de empresas y el
agobio por una insolvencia creciente y calculadamente subvencionada.
Es
entonces cuando necesitamos ese préstamo distinto, el préstamo de un aire que
nos permita respirar los vientos de la esperanza, la paz de la confianza y la
certeza de que a Dios le importa nuestra vida, la cuida tiernamente y nos deja
entrever al final de todo túnel una verdadera puerta de salida. No nos pedirá
nada a cambio, no nos pasará factura alguna, sino tan sólo la alegría de un
corazón de Padre que se goza en el bien y la felicidad de sus hijos, si
nosotros nos fiamos de Él para asomarnos a las cosas desde el balcón de su
mirada, mientras abrazamos cada circunstancia con actitud cristiana. Acaso las
cosas no cambiarán en su envite, y el arañazo de su zarpa nos sangrará el alma,
pero, aunque nos duelan, no podrán destruirnos de modo fatal y saldremos
adelante más fuertes y bendecidos que antes. Este es el préstamo gratuito que
en la cuesta que tanto cuesta subir en el enero de marras, Dios regará esas
raíces donde como Padre nos espera y abraza.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
Quizás nunca como hoy el hombre busca a Dios dentro de sí mismo, es decir a un Dios que le hable, le sostenga, le parta la Palabra incluso que respire con él... el Dios vivo que buscaba el salmista:
“Como suspira la cierva
tras las corrientes de agua… así mi alma busca al Dios vivo" (Sl 42, 2-3).
Creo que esta sed del salmista por encontrar a Dios - Vivo- caracteriza a los
que podríamos llamar: los buscadores de Dios de hoy.
Él es la respuesta... por eso le buscan.
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Con gozo incontenible, pues nos atañe directamente, palpamos con nuestra alma este Evangelio del Bautismo de Jesús.
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Fue distinta la Semana Santa y sus alrededores. Lo está siendo también la Navidad y sus calendas. Hay un aire de extrañeza en el que no es fácil superar con nuevas normalidades todo cuanto está condicionando estas entrañables fiestas navideñas. Algunos lo han dicho en medio de la circunstancia que estamos viviendo, y quizás también nosotros lo hemos pensado: ¿podemos este año celebrar la Navidad como fiesta con la que está cayendo? La pandemia intrusa que se nos ha colado en la vida sin pedirnos permiso, nos está quitando tantas cosas. Nos quita la salud, nos llega a quitar la vida, como hemos visto en tanta gente querida que ha quedado tocada o que nos ha dejado. Ha llevado al traste el trabajo de personas sencillas que vivían del sudor de su frente, sumiendo a sus familias en situaciones tremendas. Niños que no entienden el llanto de sus mayores ante algo que ellos no acaban de comprender en su gravedad más fiera. Hay mucha gente asustada, que tiene miedo y ha perdido la esperanza. Al tiempo, hay otros que se aprovechan para imponernos sus ideologías políticas a cualquier precio, sus leyes abusivas contra la libertad y la vida, sus interesadas historias irrealmente maquilladas ante el espejo de su insufrible narcisismo. Cuando todo esto sucede, nos cuestionamos si es posible la esperanza, si podremos volver a comenzar cuando aparezcan las vacunas varias que necesitamos para las varias pandemias en curso.
Los
cristianos podemos y hasta debemos celebrar la Navidad, precisamente cuando más
arrecia lo que nos puede acorralar la alegría y ensombrecer la esperanza. La
Navidad no es sólo algo que sucedió hace dos mil años, sino algo que sucede
cada día. Hay una luz más grande y poderosa que todas nuestras oscuridades
juntas. Hay una ternura capaz de superar la dureza de nuestra existencia. Hay
una paz que viene a desarmar nuestras violencias todas. Y tamaña gracia Dios la
ha querido ofrecer a través de un pequeño y divino bebé, que nace de una joven
doncella que se fió de Él, y de un artesano carpintero llamado José que,
enamorado de María su prometida, supo respetar hasta el extremo lo que el Señor
había dispuesto. Ellos tres, hace dos mil años, en aquella cueva de pastores
ofrecían al mundo de todos los tiempos este regalo.
Y lo
mismo nos decimos llegando el comienzo de un año nuevo, tras doblar por su
esquina el año 2020 que nos ha resultado tan aciago. En estos primeros lances
de enero nos saludamos con la expresión popular del “feliz año nuevo”.
Quisiéramos que fuera un talismán bondadoso que produjera lo que nos decimos
sin más. Pero, la dura realidad es que cuanto dejamos al tomarnos unas uvas
confinadas que se nos atragantaban entre el miedo y el dolor por todo lo que
nos está pasando, nos esperaba en el albor del nuevo año sin que apenas haya
habido un cambio en la circunstancia.
Y, sin
embargo, nos deseamos venturosos el “feliz año nuevo”, que en clave cristiana
no significa una historia inventada para engañarnos diciendo que ya todo ha
pasado, y que «año nuevo, vida nueva», sin más. La actitud cristiana no cambia
la circunstancia que nos asola, sino que su novedad consiste en el modo nuevo
de mirarla, en un momento duro que por tantos motivos nos duele, pero no nos
destruye ya. Es mirar las cosas y vivirlas desde la confianza de sabernos en
manos de un Dios al que le importa mi vida, que me concede su luz en medio de
tanta penumbra, su paz cuando me amenazan los conflictos, su verdad como ayuda
ante tantas mentiras, su gracia como don que me hace fuerte en la vulnerabilidad
de mi pequeñez. Decirnos «feliz año nuevo» así significa precisamente esto:
mirar la circunstancia como Dios la contempla con sus ojos mientras nos ofrece
este tiempo cual oportunidad para crecer como hijos suyos y hermanos de los que
nos ha puesto a nuestro lado. Esta es la novedad ante el año que comienza.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Nos ubicamos en el Calvario; los Sumos Sacerdotes, fariseos... etc., se burlan de Él: "Ha puesto su confianza en Dios, pues bien que le Salve ya que dice que es hijo suyo..." (Mt 27,41).
Cuanto más resonaban estos desprecios más elocuentes fue el silencio del Crucificado; hizo frente al mal apurando el cáliz "de nuestras amarguras "Cuando estos" bufones-amargados "se sintieron satisfechos y vencedores”... El Cordero Inocente proclamó su grito de victoria sobre el mal: Padre perdónales, no saben lo que hacen. Sólo entonces los burlones se percataron del monstruo que llevaban dentro…solo entonces dieron sus primeros pasos de cara a la conversión como nos dice Lucas (Lc 23,48).
Si, el Hijo de Dios tuvo que entregarse a la más humillante de las muertes y encima a manos de hombres que tras su aparente piedad solo les interesaban sus ambiciones para que pudiésemos darnos cuenta y liberarnos de la Mentira que nos tiene esclavizados. Se burlaron de Él y el burlándose del demonio, abrió sus ojos.
La escena del Calvario prevalece. No hay conversión verdadera hasta que no nos sintamos " del grupo de los burlones" y hagamos nuestras las palabras del Crucificado. ! Padre, perdónales… con o sin capa de piedad, no saben quién les tiene sometido...¡
¡Padre mueve sus corazones hacia El Evangelio! Solo así...cambiarán la Mentira que les asfixia por la Verdad que les libera (Jn 8,31-32)
¡Cuántos niños han enviado sus cartas a los Reyes Magos! Aunque sea adulto, un año más, también quiero escribir mi carta, sencilla, como la de tantos chavales.
Queridos
Reyes Magos:
Os
escribo para compartir con vosotros mi lista de deseos. Como bien sabéis, el
2020 ha sido un año difícil y, por ello, creo que esta carta también será
difícil de escribir. Estoy convencido de que lo que os voy a pedir es un clamor
general. Y, aunque la firmo yo, podrían haberla escrito millones de ciudadanos
del mundo. Hombres, mujeres, niños, adultos, jóvenes, ancianos, empresarios,
trabajadores, estudiantes, creyentes, ateos…
Reconforta
pensar que toda la humanidad nos hemos unido en un mismo deseo para este
próximo año: el deseo de volver a la normalidad y superar la pandemia de la
Covid-19. Empezamos, según nos dicen, a salir del túnel, pero todavía nos falta
un buen trecho por recorrer. Estamos ansiosos por convertir la exigida
distancia de dos metros en la reconfortante cercanía de un abrazo, pero todavía
tendremos que esperar. Quedan días de incertidumbre, de distancia y de
prudencia. También de oscuridad, porque, por desgracia, la pandemia continuará
dejando víctimas. Muchas veces continuaremos sintiéndonos confusos.
Por ello,
os pedimos que pongáis en nuestra vida una estrella de Belén, como la que a
vosotros os guió hasta el pesebre para adorar al niño Jesús. Una estrella que
nos oriente en nuestro camino y que nos permita avanzar, sobre todo en medio de
las dificultades como las que estamos viviendo. Una estrella que nos conduzca
hacia la Estrella en mayúsculas, que es el mismísimo Jesús, que nos ofrece su
luz. Una luz que es la Palabra de Dios, capaz de revitalizar nuestros corazones
y darnos fuerza para vivir. Una luz que hará crecer nuestra fe y nos llevará a
alcanzar, algún día, nuestra meta última: el encuentro con Dios. Una luz que
nos ayudará a ver con claridad que, a pesar de todo, la vida es el mejor regalo
que jamás hayamos recibido. «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina
en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12), nos
dice Jesús.
Siguiendo
esa luz descubriremos, además, que Dios nos invita a alcanzar metas más altas,
pero sobre todo a tocar el cielo. Es la misma luz que nos ayuda a recordar a
las personas que nos han dejado el pasado año, muchas de ellas afectadas por el
coronavirus. Una luz que también nos permita alumbrar a las personas que aún
sufren las secuelas de esta terrible pandemia.
Ojalá
que, siguiendo la estrella de Belén, nos demos cuenta que nosotros también,
unidos a Cristo, podemos ser estrellas y que hemos nacido para brillar. Estamos
llamados a iluminar, no solo nuestros pasos sino también los de todos aquellos
que caminan a nuestro lado, para mostrarles que Dios los ama.
Queridos Reyes Magos, os deseo un feliz año y me
despido pidiéndoos que recéis por la humanidad entera.
† Card. Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
¡Déjame ver tu Rostro! Dijo Moisés a Dios. Él le respondió: "Hay un lugar junto a mí... podrás ver mis espaldas, pero mi Rostro es inaccesible"(Ex 33,18-23).
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
54 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2021