domingo, 30 de junio de 2019

Cómo seguir a JESÚS



dejar el miedo…
Lucas 9,51-62

Jesús emprende con decisión su marcha hacia Jerusalén. Sabe el peligro que corre en la capital, pero nada lo detiene. Su vida solo tiene un objetivo: anunciar y promover el proyecto del reino de Dios. La marcha comienza mal: los samaritanos lo rechazan. Está acostumbrado: lo mismo le ha sucedido en su pueblo de Nazaret.
Jesús sabe que no es fácil acompañarlo en su vida de profeta itinerante. No puede ofrecer a sus seguidores la seguridad y el prestigio que pueden prometer los letrados de la ley a sus discípulos. Jesús no engaña a nadie. Quienes lo quieran seguir tendrán que aprender a vivir como él.
Mientras van de camino, se le acerca un desconocido. Se le ve entusiasmado: “Te seguiré adonde vayas”. Antes que nada, Jesús le hace ver que no espere de él seguridad, ventajas ni bienestar. Él mismo “no tiene dónde reclinar su cabeza”. No tiene casa, come lo que le ofrecen, duerme donde puede.
No nos engañemos. El gran obstáculo que nos impide hoy a muchos cristianos seguir de verdad a Jesús es el bienestar en el que vivimos instalados. Nos da miedo tomarle en serio porque sabemos que nos exigiría vivir de manera más generosa y solidaria. Somos esclavos de nuestro pequeño bienestar. Tal vez, la crisis económica nos puede hacer más humanos y más cristianos.
Otro pide a Jesús que le deje ir a enterrar a su padre antes de seguirlo. Jesús le responde con un juego de palabras provocativo y enigmático: “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar el reino de Dios”. Estas palabras desconcertantes cuestionan nuestro estilo convencional de vivir.
Hemos de ensanchar el horizonte en el que nos movemos. La familia no lo es todo. Hay algo más importante. Si nos decidimos a seguir a Jesús, hemos de pensar también en la familia humana: nadie debería vivir sin hogar, sin patria, sin papeles, sin derechos. Todos podemos hacer algo más por un mundo más justo y fraterno.
Otro está dispuesto a seguirlo, pero antes se quiere despedir de su familia. Jesús le sorprende con estas palabras: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”. Colaborar en el proyecto de Jesús exige dedicación total, mirar hacia adelante sin distraernos, caminar hacia el futuro sin encerrarnos en el pasado.
Recientemente, el Papa Francisco nos ha advertido de algo que está pasando hoy en la Iglesia: “Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, sacándonos de nuestros horizontes, con frecuencia limitados, cerrados y egoístas, para abrirnos a los suyos”.
Ed.  Buenas noticias


viernes, 28 de junio de 2019

Estoy quemado





Dios no nos quiere cansados. Es verdad, créetelo, Dios no te quiere cansado. Como no te quiere enfermo, triste, desesperanzado o cabreado. Nuestro estado natural es sentirnos plenos en lo que vivimos, activos y con ganas. Y a eso somos llamados. Aun cuando la vida va poniendo delante de nosotros el cansancio, la enfermedad, la tristeza… y tantas otras cosas por las que queramos o no, nos toca pasar.

Y, sin embargo, cada vez vamos más cansados, quizás como consecuencia de la aceleración de nuestra vida. Conforme crecemos la vida se acelera, es cierto. Pero no es sólo una sensación. Las redes y la comunicación van ahora a la velocidad de la luz, las respuestas llegan en apenas segundos y eso nos obliga a mantener ritmo, sin darnos tiempos de parón en lo que esperamos que ese email, ese wasap, esa publicación nos llegue respondida… Y eso desgasta, mucho. Piensa en cuántas veces llegas a casa completamente exhausto y sin fuerzas para nada, solo para dormirte otro capítulo o simplemente tirarte en el sofá a ver tus redes hasta que te quedas dormido.

No estamos hablando solo de percepciones. La OMS ya ha incluido hace poco el síndrome del trabajador quemado, burn out, en su catálogo de enfermedades. Es decir, estamos hablando de algo real, con consecuencias para nuestra salud. Y de lo que somos conscientes, probablemente. Pero frente a lo que no sabemos muy bien qué hacer. Porque, aunque sabemos que ni es sano, ni queremos vivir cansados, sabemos también que no controlamos el ritmo, que los mensajes se acumulan, la carga de trabajo sube y reclaman nuestra atención varios frentes a un mismo tiempo. Y que no depende de nosotros frenar… O sí.

Porque en realidad sí depende de nosotros. Claro que sí. Él no es una respuesta válida, el no responder hasta el día siguiente también, el marcar el propio ritmo no es de mala educación, es pura higiene mental. El descanso es una opción posible. Incluso deseable y necesaria. Y real, no es sólo una utopía. Como tampoco lo es apagar el móvil, dejar el ordenador o negarnos a hacernos cargo de otra cosa más. Es cierto que las obligaciones nos apremian, y que hay algunas inexcusables –familia, trabajo…– pero se trata de priorizar. De ser consciente de dónde gasto mi energía y mi tiempo e ir, poco a poco, colocando cada situación, cada tarea, cada compromiso en su justo lugar. Sin demorar lo importante ni convertir en urgentes cosas de segunda o tercera fila. Cuando te sientas agotado, párate y pregúntate: ¿dónde me desgasto? ¿dónde pienso que tengo que gastarme? ¿dónde quiero desgastarme? Y coloca tus prioridades. Dejando lugar a lo importante y postergando lo que no debería ocuparte.

Porque eres limitado –no pasa nada, todos lo somos– y el final del camino es el reventón de salud, el cabreo del »nadie me ayuda», la arrogancia del «soy yo el que lo hace todo»… Situaciones con peores consecuencias que tener que afrontar un simple «no, de esto no me puedo encargar ahora». Piénsalo la próxima vez que te sientas desbordado, Dios no te quiere cansado. La misión no justifica el agotamiento.

Álvaro Zapata, sj
 


jueves, 27 de junio de 2019

Mirar al que traspasaron




La celebración anual del misterio pascual nos lleva, de forma siempre nueva, al testimonio del cuarto evangelista que declara cumplida la palabra profética de Zacarías: mirarán al que traspasaron (Zac 12, 10). La lanzada del soldado abre el costado de Jesucristo convirtiéndolo en manantial de vida. De la entrega hasta la muerte nace la fuente que mana hasta la vida eterna. El que lo vio da testimonio (Jn 19, 35) y en su testimonio está el camino para llegar hasta esta fuente: mirar al que traspasaron.

Con la mirada puesta en el costado abierto de Cristo crucificado, el evangelista san Juan declara cumplidos en ese momento dos pasajes de la Escritura. El primero evoca la primera alianza sellada con un cordero sin defecto, al que no le quebrarán un hueso (Ex 12, 46). La nueva y definitiva alianza no se ha sellado con la sangre de un animal, sino con la entrega del Hijo amado del Padre, el verdadero Cordero que ha cargado sobre sí el pecado del mundo (cf. Jn 1, 29). El segundo pasaje verifica en la mirada de la humanidad que el Salvador esperado es el que, a los ojos del mundo, aparece derrotado: mirarán al que traspasaron (Zac 12, 10). El mismo profeta anuncia que la única mirada digna al Crucificado es aquella enjugada por las lágrimas, como las que se derraman ante la muerte del hijo único: y llorarán como se llora al primogénito (Zac 12, 10).

Del encuentro con Jesús resucitado nace una nueva forma de ver. Más allá de los sentidos, el ejercicio de la fe permite reconocer. La fe nace del encuentro y en el encuentro renace la visión. Con aquella crecida inteligencia que es fruto de la acción del Espíritu Santo, miramos de forma renovada, con los ojos de la fe, el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Al mostrarnos sus llagas gloriosas, el Resucitado nos abre las puertas del Misterio y nos invita a entrar por ellas para desvelarnos el secreto de su Corazón: el Amor infinito de la Trinidad Santa habita en ese Corazón, humano como el nuestro. Y este Corazón se ha dejado traspasar para que experimentemos cómo sus heridas nos han curado (1 Pe 2, 24).

Al celebrar el centenario de la consagración de España al Corazón de Jesús, desde la joven diócesis de Getafe en la que se ubica el Cerro de los Ángeles, centro geográfico de la península ibérica, invitamos a todos los fieles de nuestra diócesis y de las demás diócesis españolas a mirar al que Traspasaron para unirse con devoción profunda a la renovación de la consagración de España al Corazón de Jesús. (sigue…) 

+ Ginés García Beltrán
Obispo de Getafe


domingo, 23 de junio de 2019

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo





Signo del banquete escatológico

Hay que ver los milagros de Jesús como cumplimiento de las promesas del antiguo Testamento en que se anuncia el futuro reino de Dios. En ellas se anuncia para estos tiempos la desaparición del dolor y de la muerte y una época de saciedad para todos.

Cuando Jesús curaba enfermos y resucitaba muertos estaba diciendo que con él había llegado el comienzo del cumplimiento de estas promesas. Y en esta misma línea hay que ver el signo de los panes proclamado en el Evangelio de esta fiesta. Lo realiza Jesús en el contexto del anuncio de la llegada del reino de Dios, en que, además de curar a muchos, da de comer a una multitud  como signo de que ya se empezaba a cumplir lo anunciado por Isaías 25,6: Hará Yahvé Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados.  Reino de Dios implica satisfacción existencial de todas las necesidades del hombre. Anunciar ahora el reino de Dios implica compromiso para empezar a hacerlo realidad ahora.

Alimento básico de la persona humana  es el pan material, que Dios ha creado para todos los hombres, aunque desgraciadamente, por el egoísmo humano, no llegue a todos. Pero este no basta, no sacia plenamente el hambre del hombre, que es cuerpo y espíritu y que tiene hambre infinita de amor, felicidad, bondad y belleza. Es que Dios, como dice san Agustín, ha creado el hombre para él y su corazón está insatisfecho hasta que descanse en él.

Jesús se ha presentado como pan que satisface esta hambre infinita: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed» (Jn 6,35). Más aún, nos  ha dejado en la Eucaristía su presencia real destinada a alimentar esta hambre: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6,51). La Eucaristía es presencia real de Jesús, el que se entrega para dar vida al mundo.

Como en toda comida, para alimentar no basta comer, es necesario también digerir. Y se digiere la Eucaristía cuando la persona se une a Jesús, «el que da su vida por los demás». Es importante el vocabulario que empleamos para designar esta comida: comunión, comulgar. Comulgar es entrar en comunión con Jesús. Y no se entra en comunión con Jesús sin entrar en comunión con todos sus miembros, especialmente con los más necesitados. Lo mismo que Jesús vivió para los demás, entrar en comunión con él implica vivir para los demás. Este fue el sacrificio de Jesús y este es el de sus discípulos. Desgraciadamente muchos comulgan materialmente y no entran en comunión con Jesús, y no les alimenta.

En la oración de la misa se pide venerar de tal modo tu Cuerpo y Sangre que experimentemos el fruto de tu redención.  Venerar a Jesús es agradecer su obra y comulgar con ella. Entonces nos alimentará.

La Iglesia recuerda en esta fiesta  que Cáritas es fruto lógico de la veneración de la Eucaristía. El que se une a Jesús, se preocupa de todas las necesidades y comparte con los necesitados. Una Cáritas floreciente es signo de una comunidad cristiana que venera dignamente la Eucaristía.

Primera lectura: Génesis 14,18-20: Melquisedec ofreció pan y vino.
Salmo responsorial: Sal 109,1.2.3.4: Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec.
Segunda lectura: 1 Corintios 11,23-26: Haced esto en memoria mía.
Evangelio: Evangelio según san Lucas 9.11b-17: El signo de los panes como signo del Reino de Dios.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona



PRIMERA COMUNIÓN









Comieron todos.

Un gesto repetido una y otra vez puede fácilmente desgastarse. La práctica rutinaria nos lleva a olvidar su verdadero sentido y a desvirtuar su contenido. Así nos puede ocurrir con ese gesto hondo y entrañable que consiste en acercarnos a recibir a Cristo en la comunión. ¿Cómo comulgar de manera nueva?
Lo primero es despertar nuestra alegría. Nos sentimos «dichosos» de sabernos llamados a la mesa del Señor. No comulgamos de rodillas en actitud penitencial, sino de pie, sabiendo que Cristo resucitado nos ha devuelto la dignidad de hijos de Dios. Por eso, es normal que nos acerquemos cantando.
Al mismo tiempo, reconocemos nuestra mediocridad repitiendo las palabras del centurión: «Yo no soy digno de que entres en mi casa...» Por eso, comulgamos extendiendo nuestra mano como pobres mendigos que necesitan recibir el pan de la vida.
Comulgamos haciendo un acto de fe. El que da la comunión presenta el pan consagrado diciendo: «El cuerpo de Cristo». El que comulga responde: «Amén». Esta sencilla palabra hebrea viene a significar: «Yo creo». El creyente comulga diciendo interiormente: «Yo creo en la presencia de Cristo en este humilde gesto. Creo que el Resucitado viene a alimentar mi vida en esta comunión».
Comulgar es mucho más que introducir el pan consagrado en nuestra boca. Comulgamos acogiendo a Cristo en nuestra vida. Por eso es tan importante retirarnos en silencio para abrir nuestro corazón al Resucitado: «Yo te acojo, limpia mi corazón, transforma mi vida. Quiero vivir de tu verdad y de tu espíritu. Quiero ser como eras tú, vivir y amar como vivías y amabas tú». En ese silencio profundo vamos comulgando con Cristo.
Hace algún tiempo, hablaba yo de todo esto con un cristiano practicante entrado ya en años. A las pocas semanas, me llamó para decirme más o menos estas palabras: «Después de tantos años de comulgar todos los domingos, tengo la impresión de estar haciendo ahora la “primera comunión”». Tal vez, todos necesitamos aprender a comulgar de manera nueva y más viva. Nuestra fe crecería.
Ed. Buenas noticias

jueves, 20 de junio de 2019

Evangelizar con el corazón




Ante el XIV Sínodo Diocesano que nos lanza a evangelizar y que ha quedado plasmado en las Orientaciones  pastorales “SAL POR LOS CAMINOS”.  Me pregunto ¿Cómo evangelizar hoy? Y me encuentro con estos ámbitos para una nueva etapa evangelizadora.

Tres ámbitos,  escenarios de la evangelización:

§  Los presentes. Los que están
§  Los alejados. Los que vienen ocasionalmente como  a las   primeras comuniones
§  Los ausentes. Los que ya no vienen ni les dice nada la fe.

¿QUÉ RESPUESTA DAR?
Evangelizar es la vocación profunda de la Iglesia,  anunciar a Cristo muerto y resucitado. No podemos evangelizar  si no somos conscientes de que por nuestro bautismo y como conversión personal tenemos que vivir con los sentimientos  del Corazón de Cristo y contarle a todo el mundo las maravillas del Amor de Dios.

Decía San Pablo: “Ay de mí si no evangelizase” ¿Por qué lo dice San Pablo? Porque si no somos capaces de evangelizar, de llevar a la gente el amor de Jesús, sería  perderse a Jesús,  lo mejor de la vida es Cristo. Si de verdad no nos lo creemos es imposible el actuar, el llevar a todos los hermanos, la noticia a los pobres. Es necesario descubrir el mensaje de la alegría del Evangelio.
Ante estos escenarios de la evangelización, os propongo desde nuestras Orientaciones pastorales dar estas respuestas:

1.   LOS PRESENTES. Son los cristianos que ya están. Vienen a la convocatoria, celebran la fe, son buenos, pero ya están. Como cristianos viven una convicción que hay que cultivar. Tienen que vivir la alegría y el gozo de ser cristianos en la parroquia y para la vida del mundo. Estamos cerca de ellos. Jesús dedicó mucho tiempo para ayudar y formar a los suyos. El acompañante ayuda y multiplica la fecundidad evangelizadora.

2.   LOS ALEJADOS. Los que sólo vienen desde la lejanía que  nosotros no hemos sido capaces de atraer. Son muchos los que siguen caminando con nosotros o caminando más o menos lejos. Los sacramentos del bautismo,  Primera Comunión, Confirmación lo piden cada vez menos y sin convicciones. También vienen a los funerales, a pedir ayuda en sus necesidades materiales o espirituales. No descartar el volver a la casa del Padre para estar a gusto donde se sitúan en la lejanía

3.   LOS AUSENTES. Son los que pasan de todo. No les interesa nada, Son aquellos a los que el Papa Francisco llama que viven en las periferias, en las intemperies. Para ellos la fe es irrelevante y no se hacen ni las grandes preguntas ni las grandes búsquedas del corazón humano. No les interesa la religión ni les cuestiona, ni han tenido una experiencia anterior que les motive a buscar. Dios no es nadie para ellos. Sí puede interesarles lo humano y las grandes cuestiones que vive la sociedad.

 Es necesario vivir el gozo y la alegría de ser cristiano para la evangelización y para la siembra de la esperanza en un mundo defraudado. Todas nuestras orientaciones pastorales tienen  en cuenta estos tres ámbitos de la evangelización  y responde con las claves del evangelio de Jesús, evangelizar con corazón

 +Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres

miércoles, 19 de junio de 2019

Es posible mejorar el mundo






La solemnidad del Corpus Christi nos motiva a profundizar en lo que la Eucaristía significa en la Iglesia para la vida de los creyentes en Cristo. Ya desde los primeros momentos de la comunidad cristiana la Eucaristía estuvo en el centro de la vida eclesial. Así lo refleja el texto de los Hechos de los Apóstoles donde podemos leer: “Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42). No podemos entender la dinámica del cristianismo al margen del amor de Cristo que entregó su vida por nosotros, e instituyó el sacerdocio y la Eucaristía, dejándonos el mandamiento nuevo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Así, el método de vida cristiana se fundamenta: en conocer a Cristo, en la eucaristía, en el compartir la propia existencia con los demás, y en la actitud misionera. En el día a día la referencia es el Cenáculo.

Son iluminadoras las bellas palabras que san Juan Pablo II escribió: “Cuando los discípulos de Emaús le pidieron que se quedara «con» ellos, Jesús contestó con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía encontró el modo de quedarse «en» ellos. Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús. «Permaneced en mí, y yo en vosotros» (Jn 15,4). Esta relación de íntima y recíproca «permanencia» nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra. ¿No es quizás éste el mayor anhelo del hombre? ¿No es esto lo que Dios se ha propuesto realizando en la historia su designio de salvación? Él ha puesto en el corazón del hombre el «hambre» de su Palabra (cf. Am 8,11), un hambre que sólo se satisfará en la plena unión con Él. Se nos da la  comunión eucarística para «saciarnos» de Dios en esta tierra, a  la espera de la plena satisfacción en el cielo”[1]. La Eucaristía es  garantía de inmortalidad: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51).

Día de la Caridad

La celebración de la Eucaristía nos ofrece el amor de Cristo que hemos de reflejar en los demás. “El culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales; al contrario exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones fundamentales como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas”[2].

La Iglesia en España hace coincidir con esta solemnidad el Día de la Caridad. Este año Caritas nos propone como lema: “Pon en marcha tu compromiso para mejorar el mundo”, invitándonos a salir al encuentro de los demás si queremos que germine la fraternidad, y a tratar de dar cabida a los otros no sólo en nuestra mente sino sobre todo en nuestro corazón, conscientes de que cuando vivimos generosamente siempre recibimos más de lo que damos. Hemos de ser un signo de vida, abriendo horizontes de esperanza, construyendo en la bondad y en el amor, y superando los prejuicios que siempre nos distancian. Hagamos de nuestra vida un trampolín que nos lance a anunciar la Buena Noticia del Evangelio, teniendo siempre presentes a los pobres. “En la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa”[3].

 Así podremos mejorar el mundo. “Si Dios es amor, el lenguaje que mejor evangeliza es el del amor. Y el medio más eficaz de llevar a cabo esta tarea en el ámbito social es, en primer lugar, el testimonio de nuestra vida, sin olvidar el anuncio explícito del Jesucristo. Hablamos de Dios cuando nuestro compromiso hunde sus raíces en la entraña de nuestro Dios y es fuente de fraternidad; cuando nos hace fijarnos los unos en los otros y cargar los unos con los otros;  cuando nos ayuda a descubrir el rostro de Dios en el rostro de todo ser humano y nos lleva a promover su desarrollo integral; cuando denuncia la injusticia y es transformador de las personas y de las estructuras; cuando en una cultura del éxito y de la rentabilidad apuesta por los débiles, los frágiles, los últimos; cuando se vive como don y ayuda a superar la lógica del mercado con la lógica del don y de la gratuidad; cuando se vive en comunión; cuando contribuye a  configurar una Iglesia samaritana y servidora de los pobres y lleva a compartir los bienes y servicios; cuando se hace vida gratuitamente entregada, alimentada y celebrada en la eucaristía”[4].

Que la solemnidad del Corpus Christi sea para todos un día de adoración y alabanza al Santísimo Sacramento. Agradeciéndoos vuestra generosa colaboración económica a Cáritas para ayudar a los necesitados, os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.

[1] JUAN PABLO II, Mane nobiscum Domine, 19.
[2] BENEDICTO XVI, Sacramentum caritatis, 83.
[3] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 20.
[4] CEE, Iglesia servidora de los pobres, Ávila 2015, 41.

martes, 18 de junio de 2019

Vivir a Dios desde Jesús

El Espíritu os guiará…

Jn 16,12-15

Los teólogos han escrito estudios profundos sobre la vida insondable de las personas divinas en el seno de la Trinidad. Jesús, por el contrario, no se ocupa de ofrecer este tipo de doctrina sobre Dios. Para él, Dios es una experiencia: se siente Hijo querido de un Padre bueno que se está introduciendo en el mundo para humanizar la vida con su Espíritu.
Para Jesús, Dios no es un Padre sin más. Él descubre en ese Padre unos rasgos que no siempre recuerdan los teólogos. En su corazón ocupan un lugar privilegiado los más pequeños e indefensos, los olvidados por la sociedad y las religiones: los que nada bueno pueden esperar ya de la vida.
Este Padre no es propiedad de los buenos. «Hace salir su sol sobre buenos y malos». A todos bendice, a todos ama. Para todos busca una vida más digna y dichosa. Por eso se ocupa de manera especial por quienes viven «perdidos». A nadie olvida, a nadie abandona. Nadie camina por la vida sin su protección.
Tampoco Jesús es el Hijo de Dios sin más. Es Hijo querido de ese Padre, pero, al mismo tiempo, nuestro amigo y hermano. Es el gran regalo de Dios a la humanidad. Siguiendo sus pasos, nos atrevemos a vivir con confianza plena en Dios. Imitando su vida, aprendemos a ser compasivos como el Padre del cielo. Unidos a él, trabajamos por construir ese mundo más justo y humano que quiere Dios.
Por último, desde Jesús experimentamos que el Espíritu Santo no es algo irreal e ilusorio. Es sencillamente el amor de Dios que está en nosotros y entre nosotros alentando siempre nuestra vida, atrayéndonos siempre hacia el bien. Ese Espíritu nos está invitando a vivir como Jesús que, «ungido» por su fuerza, pasó toda su vida haciendo el bien y luchando contra el mal.
Es bueno culminar nuestras plegarias diciendo «Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo» para adorar con fe el misterio de Dios. Y es bueno santiguarnos en el nombre de la Trinidad para comprometernos a vivir en el nombre del Padre, siguiendo fielmente a Jesús, su Hijo, y dejándonos guiar por su Espíritu.
Ed.  Buenas Noticias

sábado, 15 de junio de 2019

Domingo de la Santísima Trinidad



Vivir como templos de la Santísima Trinidad

Desde Adviento hasta Pentecostés hemos recordado y celebrado los grandes misterios de nuestra salvación: Dios Padre envió a su Hijo que se encarnó en el seno de María virgen por obra del Espíritu Santo, su nacimiento en Belén, su ministerio público, su pasión, muerte y resurrección, su donación del Espíritu Santo, su presencia entre nosotros. Ahora, al final, esta fiesta invita a agradecer toda esta obra en conjunto, adorando y alabando a nuestro Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Realmente no haría falta esta fiesta, pues este objetivo está presente en toda Eucaristía, que culmina en una doxología en la que, unidos en el Espíritu Santo, por Cristo damos al Padre todo honor y toda gloria. Incluso Roma se opuso por esta razón a los primeros que quisieron introducirla en la Edad Media, pero al final la aceptó en el S.X.

Nuestra fe en la Santísima Trinidad es un acto de obediencia a las enseñanzas de Jesús. Algunos monoteístas, musulmanes y judíos, la critican, porque solo hay un solo Dios. Y es verdad que hay un solo Dios, pero Jesús nos ha revelado en su predicación que él es Dios, junto al Padre y el Espíritu Santo. Por ejemplo, en el Evangelio que se ha proclamado hoy, nos dice que “Todo lo que tiene el Padre es mío”, luego se iguala a Dios Padre; igualmente nos dice que el Espíritu todo lo comparte con él. De forma semejante hemos escuchado en la segunda lectura una enseñanza de san Pablo en la que iguala la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu. Esto mismo aparece en muchísimos pasajes del Nuevo Testamento. Es verdad que la palabra trinidad no la dijo Jesús, sino que se acuñó en el S.III por Tertuliano para enseñar este misterio, pero esto es secundario.

Lo importante es que Jesús nos ha enseñado esta realidad y la Iglesia siempre la ha creído, enseñado y vivido. Siendo profundamente monoteísta como Jesús, en los primeros siglos tuvo que hacer un gran esfuerzo teológico para aproximarse a este misterio.

Jesús no nos ha explicado el contenido profundo, un solo Dios y tres personas distintas, por ello es para nosotros un misterio que aceptamos con fe, sino que nos ha dicho qué es lo que hace cada persona divina, básicamente que el Padre es origen y fuente de todo poder y vida, que el Hijo es servicio que nos trasmite la vida divina, y que el Espíritu Santo es amor gratuito y fuerte que nos da esta vida divina. Los tres actúan en común, pero cada uno deja su sello en la acción común. Por ello todo don que recibimos de Dios es poder del Padre, servicio del Hijo, regalo del Espíritu Santo y lo hemos de ejercer como tales, es decir, la vida es un poder recibido del Padre y he de vivirla como un servicio en unión con el Hijo y en contexto de amor en unión con el Espíritu Santo. Y así todas las facetas de la vida: hablar, enseñar, trabajar, servir, paternidad y maternidad, etc. Como dice san Pablo hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de poderes, pero un mismo Dios que obra todo en todos (1 Cor 12,4-6).

Esto mismo ayuda a conocernos mejor. Si el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es importante conocer cómo es Dios y el misterio de la Trinidad nos ayuda a ello. Si Dios es unidad en la trinidad, el hombre es una persona individual abierta a la pluralidad; por ello el egoísta, cerrado a los demás, traiciona su identidad. Igualmente, el hombre es vida-poder, servicio, amor y su vocación es crecer en estas tres facetas inseparables; crecer en hacerse persona para servir mejor y así realizar su vocación de amor.

No se trata de imitar algo que está fuera de nosotros, pues somos templos de la santísima Trinidad, que habita en nosotros por el amor, como nos enseña Jesús: Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.  El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,20-21 cf. 1 Cor 6,19). El hombre, pues, viene de Dios uno y Trino y debe vivir en este ambiente vital. A él fuimos incorporados en el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y él es nuestra meta final, cuando compartamos plenamente el gozo de la vida trinitaria.

Siendo un misterio central en nuestra vida, la Iglesia nos invita a recordarlo constantemente. Cuando entramos en el templo y tomamos agua bendita, nos santiguamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, recordando, agradeciendo y renovando nuestro bautismo; cuando comenzamos una acción, nos santiguamos de igual forma, recordando y agradeciendo que lo hacemos con el poder del Padre para servir como el Hijo con el amor del Espíritu Santo. Igualmente, esta celebración de la Eucaristía la realizamos plenamente en contexto trinitario, pues el Espíritu nos purifica el corazón, nos capacita para orar y nos une a Jesús, y unidos a Jesús, ofrecemos nuestra vida al Padre y le deseamos todo honor y toda gloria.

Primera lectura: Proverbios 8,22-31: Antes de comenzar la tierra, la sabiduría fue engendrada.
Salmo responsorial: Sal 8,4-5. 6-7. 8-9: Señor, Dios nuestro, ¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Segunda lectura: Rom 5,1-5: Justificados por Jesucristo, que ha derramado el amor de Dios Padre en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo.
Evangelio: Evangelio según san Juan 16,12-15: Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu tomará de lo mío y os lo comunicará.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


viernes, 14 de junio de 2019

16 de junio, Jornada Pro Orantibus



El domingo 16 de junio, solemnidad de la Santísima Trinidad, se celebra la Jornada Pro Orantibus. Los obispos españoles proponen como lema “La vida contemplativa. Corazón orante y misionero” , a partir  de la constitución apostólica  Vultum Dei quaerere del papa Francisco y la consecuente instrucción aplicativa Cor orans. Al mismo tiempo, en el horizonte eclesial cada vez está más cerca el mes extraordinario misionero, que viviremos en el  próximo mes de octubre.  Además manifiestan el agradecimiento y el apoyo a los innumerables hombres y mujeres que esparcidos por la geografía española mantienen vivo el ideal religioso de la vida contemplativa.
En España, según datos de diciembre de 2018, hay 783 monasterios de vida contemplativa (35 masculinos y 748 femeninos) y 9.151 monjes y monjas (470 varones y 8.681 mujeres).

“La vida contemplativa. Corazón orante y misionero
Domingo, 16 de junio de 2019
(Solemnidad de la Santísima Trinidad)


jueves, 13 de junio de 2019

¿Eres consciente?





Eres hijo de Dios, tal cual suena, no es una frase hecha y no sé si eres consciente de sus Palabras cuando te menciona la muerte en el Evangelio.

Habla de una muerte viviente y eterna, se llama infierno. Tan real como el cielo y que muchos pretenden ignorar diciendo que no existe a pesar de estar Escrito.  
Nuestro Padre, suma bondad en la tierra, nos da su infinita Misericordia AQUÍ, pero esa Gracia incansable, dará lugar a su Suprema Justicia ALLÍ.

Mírate: ¿Redimes con el sufrimiento y lo entiendes?, ¿te confiesas y Comulgas para que con el Espíritu Santo obedezcas al Evangelio para evitar la muerte?

 Tienes la suerte de “conocer” a Cristo pero la desgracia, como muchos, de no escucharLe.

Ten cuidado, no sea que “aquel día”, cuando de aquí te vayas, pidas clemencia… Oirás: “Te llamé todos los días de tu vida y no pude perdonarte porque no creíste que Yo estaba en mi Consagrado -alter CHRISTUS-ipse CHRISTUS-”. (Jn. 20, 21-23). 
    
Sí, hay un riesgo real de muerte eterna y hablar solo del cielo es un gran error.

 A sus discípulos (tú y yo): “Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrareis en el Reino de los cielos”. (Mt. 5, 20-26). 

 La propia doctrina -interesada- por encima de la de Dios. 
    
Tal vez no lo entiendas o te parezca injusto, pero la Gracia de nacer para el Reino, es más sublime que el hecho de no haber nacido así te quemes en el infierno -dolor inmenso de Dios y de todos-. No hacer caso y pasar, es una elección personal.   

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Emma Díez Lobo