miércoles, 19 de junio de 2019

Es posible mejorar el mundo






La solemnidad del Corpus Christi nos motiva a profundizar en lo que la Eucaristía significa en la Iglesia para la vida de los creyentes en Cristo. Ya desde los primeros momentos de la comunidad cristiana la Eucaristía estuvo en el centro de la vida eclesial. Así lo refleja el texto de los Hechos de los Apóstoles donde podemos leer: “Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42). No podemos entender la dinámica del cristianismo al margen del amor de Cristo que entregó su vida por nosotros, e instituyó el sacerdocio y la Eucaristía, dejándonos el mandamiento nuevo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Así, el método de vida cristiana se fundamenta: en conocer a Cristo, en la eucaristía, en el compartir la propia existencia con los demás, y en la actitud misionera. En el día a día la referencia es el Cenáculo.

Son iluminadoras las bellas palabras que san Juan Pablo II escribió: “Cuando los discípulos de Emaús le pidieron que se quedara «con» ellos, Jesús contestó con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía encontró el modo de quedarse «en» ellos. Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús. «Permaneced en mí, y yo en vosotros» (Jn 15,4). Esta relación de íntima y recíproca «permanencia» nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra. ¿No es quizás éste el mayor anhelo del hombre? ¿No es esto lo que Dios se ha propuesto realizando en la historia su designio de salvación? Él ha puesto en el corazón del hombre el «hambre» de su Palabra (cf. Am 8,11), un hambre que sólo se satisfará en la plena unión con Él. Se nos da la  comunión eucarística para «saciarnos» de Dios en esta tierra, a  la espera de la plena satisfacción en el cielo”[1]. La Eucaristía es  garantía de inmortalidad: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51).

Día de la Caridad

La celebración de la Eucaristía nos ofrece el amor de Cristo que hemos de reflejar en los demás. “El culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales; al contrario exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones fundamentales como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas”[2].

La Iglesia en España hace coincidir con esta solemnidad el Día de la Caridad. Este año Caritas nos propone como lema: “Pon en marcha tu compromiso para mejorar el mundo”, invitándonos a salir al encuentro de los demás si queremos que germine la fraternidad, y a tratar de dar cabida a los otros no sólo en nuestra mente sino sobre todo en nuestro corazón, conscientes de que cuando vivimos generosamente siempre recibimos más de lo que damos. Hemos de ser un signo de vida, abriendo horizontes de esperanza, construyendo en la bondad y en el amor, y superando los prejuicios que siempre nos distancian. Hagamos de nuestra vida un trampolín que nos lance a anunciar la Buena Noticia del Evangelio, teniendo siempre presentes a los pobres. “En la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa”[3].

 Así podremos mejorar el mundo. “Si Dios es amor, el lenguaje que mejor evangeliza es el del amor. Y el medio más eficaz de llevar a cabo esta tarea en el ámbito social es, en primer lugar, el testimonio de nuestra vida, sin olvidar el anuncio explícito del Jesucristo. Hablamos de Dios cuando nuestro compromiso hunde sus raíces en la entraña de nuestro Dios y es fuente de fraternidad; cuando nos hace fijarnos los unos en los otros y cargar los unos con los otros;  cuando nos ayuda a descubrir el rostro de Dios en el rostro de todo ser humano y nos lleva a promover su desarrollo integral; cuando denuncia la injusticia y es transformador de las personas y de las estructuras; cuando en una cultura del éxito y de la rentabilidad apuesta por los débiles, los frágiles, los últimos; cuando se vive como don y ayuda a superar la lógica del mercado con la lógica del don y de la gratuidad; cuando se vive en comunión; cuando contribuye a  configurar una Iglesia samaritana y servidora de los pobres y lleva a compartir los bienes y servicios; cuando se hace vida gratuitamente entregada, alimentada y celebrada en la eucaristía”[4].

Que la solemnidad del Corpus Christi sea para todos un día de adoración y alabanza al Santísimo Sacramento. Agradeciéndoos vuestra generosa colaboración económica a Cáritas para ayudar a los necesitados, os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.

[1] JUAN PABLO II, Mane nobiscum Domine, 19.
[2] BENEDICTO XVI, Sacramentum caritatis, 83.
[3] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 20.
[4] CEE, Iglesia servidora de los pobres, Ávila 2015, 41.

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