jueves, 24 de abril de 2014

El hombre espacio




Dicen los científicos que el cuerpo humano es agua en un 75% ó 65% dependiendo de la edad. El resto es materia sólida: carbono, nitrógeno, calcio etc. Si lo pusiéramos todo en botes separados su coste no superaría los 30 €. Por supuesto, el cuerpo humano también tiene aire, oxígeno y calor. Pero parece que se olvidan del componente más grande del cuerpo humano (lo digo porque nunca se suele mencionar)… …”el espacio”.
Los científicos también dicen (y nadie duda de ello) que todos estos elementos están formados por moléculas, éstas, a su vez, están formadas por átomos (compuestos de núcleo y electrones que giran a su alrededor).
Pero lo sorprendente es que el átomo está casi todo vacío. Su tamaño está determinado por las órbitas más exteriores de los electrones. El átomo es algo muy pequeño: tiene aproximadamente 0,0000001 mm de diámetro.
Para hacerlo de una manera más gráfica, si equiparamos el tamaño del átomo como el de un campo de fútbol, el núcleo sólo tendría el tamaño del botón de una camisa, es decir, el átomo y, por tanto, el cuerpo humano son fundamentalmente espacio vacío.
Así que, muchas veces, cuando miro a las personas, recuerdo que eso que veo es fundamentalmente espacio vacío, pero sin embargo ese espacio está lleno de un hálito vital, un alma habitada por Dios.
Como si fueran esas semillas que al abrirlas están vacías y en las que, sin embargo, en ese vacío se aloja todo el potencial para que nazca una planta o un árbol que dará cobijo a pájaros y animales.
También cuando quiero imaginar a Dios “con esto que tengo encima de los hombros”, lo asemejo al Espacio, donde todo tiene su existencia y es capaz de penetrarlo todo.
Fundamentalmente todo el mundo manifiesto es ”espacio” donde unos átomos se combinan y vibran en diferentes frecuencias dando lugar a que veamos cuerpos físicos con nombre y forma.
Nosotros lo experimentamos como muy sólido y real considerando las cosas como realidades separadas que tienen su propia existencia independiente, pero nos olvidamos del espacio común donde se soporta toda la vida.
Una puerta de entrada en el mundo espiritual es dar la atención a vivir en el mundo físico representando nuestros papeles en el drama de la vida; pero es muy importante ser, al mismo tiempo, consciente del espacio inmóvil, imperturbable, común, esa criatura de Dios, con su gran quietud que es la fuente y subyace a toda la Creación.
Y a través de esto reconoceremos que todo está penetrado por Dios. De esta manera, el mundo físico no se vuelve a experimentar como un conjunto de realidades separadas, sino que se ven formas viviendo en un hogar común lleno de bienaventuranza, donde se manifiesta la consciencia, y Dios está presente por todas partes.
Dicen los hombres santos que deberíamos ver a Dios en todo. Si hacemos eso, todos nuestros actos se tornarían en bendición. Entonces nuestros ojos verían y nuestros oídos oirían de verdad. De esta manera, el mundo de los sentidos, que nos ha estado estafando todo el tiempo, nunca más lo haría, sino que, por el contrario, comenzaría a ayudarnos.



J. J. Prieto Bonilla.

miércoles, 23 de abril de 2014

La “hipérbola” del sembrador




        
A mí eso de parábola… Me sonaba a hipérbola, es decir a chino, como no entendía ninguna de las dos…. Hasta que saqué sobresaliente en una y aprobado en otra.

Las cosas de Jesús… “Quien tenga oídos que oiga”, y ¡se queda tan ancho!!!   
Iba un sembrador sembrando su semilla (Jesús expandiendo su Palabra). Parte cayó en el camino y fue pisoteada y la semilla murió -muchos le dieron la espalda y hasta se burlaron de Él-.

Otra parte cayó en pedregal y murió por falta de humedad -otros oyeron pero como el que oye llover y se olvidaron de Él-.

Otra parte cayó entre zarzas y las semillas volvieron a morir porque fueron ahogadas por la maleza -otras gentes escuchaban pero al final sucumbían por falta de fe-  

Pero hubo una parte, bendita parte, que se mezcló con tierra buena y dio su fruto, el ciento por uno. -Son esos cristianos que le siguen, pecan, se arrepienten, le gritan, le agradecen eternamente y se enamoran de su Evangelio con hechos, amor y sonrisas-.  
No importa ser pocos porque la Palabra se hace exponencial; no importa ser muchos porque la Palabra es una lágrima de Dios y tú eres por quien lloró. Para Él tu eres UNO y ÚNICO. Si tú faltas, le falta el mundo…    
Tú y Él juntos hacéis el universo. ¿Sabes cómo te llama? Israel, ¿sabes cómo te aclama?, por tu nombre.

Piensa por un momento lo importantísimo que eres para Dios, tanto que le tienes contigo las 24 horas del día. No dejes de comprometerte con su Evangelio y mantendrás al mal alejado de ti; no dejes que te aparten de su Palabra y cuando las circunstancias sean adversas ¡grítale!, una lágrima tuya es un océano para Él.
No olvides nunca el amor, porque el infinito está compuesto sólo de amor de Dios. No eres una casualidad de la naturaleza, Él quiso que tú nacieras para darte el amor del firmamento.
Ese es Dios. 

   Emma Diez Lobo

      

martes, 22 de abril de 2014

¿Amar la Cruz? y........ como no amarte!!!!!!







 A mí, me gustaba más la imagen del Sagrado Corazón de  Jesús que la de un Cristo crucificado, quizás os pase también a vosotros ¿no?.

Bueno el caso es que aun recibiendo catequesis de lo que es la Cruz y lo que supone para nosotros, yo seguía pensando  así.... Hasta que Dios tuvo a bien regalarme un sueño.......

"Estaba  en la parroquia en la que he recibido todos mis sacramentos hasta ahora! y miré al altar del Santísimo Cristo de la Cruz y no había nada, yo me alegré y pensé que irían a poner otra imagen. Había más gente y de repente llega Jesús como cuando lo llevaban al calvario, me miró y meneó la cabeza, sin hablarme me dijo muchas cosas, como ¿tú también?, ¿no me crees?..... 

Me sentí mal, rara, no sé ni cómo explicarlo. El caso es que desperté". Y no me podía quitar de la cabeza ese sueño. Las catequesis seguían y seguía saliendo el tema de la Cruz, poco a poco caí en la cuenta que mi rechazo no me dejaba amarla y menos entenderla. Y como sólo Dios sabe hacer las cosas, cambió mi rechazo por amor.

Estaba deseando poder ir a la Iglesia donde todo pasó y arrodillarme ante la Cruz y pedir perdón con todo mi corazón. Pero antes de ir en persona, Dios me regaló otro sueño. “Allí estaba yo, en Santa Mónica, que así se llama la Iglesia, no estaba sola, llevaba a alguien de la mano, de corta edad, pero no estoy segura de quién era. Pues allí de rodillas y emocionadísima como si se me fuese a saltar el corazón, tenía miedo hasta de desmayarme, vamos como si fuera la protagonista.... Pero al levantar la cabeza y mirar la Cruz, sentí como un trueno que  me atravesaba, caí rostro en tierra, paralizada, y a la vez sentí que me decía, "Ahora Soy Yo". Y desperté.

María Soriano





miércoles, 9 de abril de 2014

¡Calma! mi Dios



                                                      

Desde la distancia rememoro tus miedos y tu angustia… ¡Calma mi Dios!, ya no puedo hacer nada por ti más que amarte.

- Dime ¿Alguien te pidió que hicieras por mi?
- No Señor, pero pienso que debí hacer algo desde el cuerpo de los que te seguían hacia el Calvario.
- ¿Alguien te dijo que podías evitarlo?

- Pues tampoco mi Dios, pero creo que entre todos los que te amábamos pudimos haber armado una revolución...

- ¿Para qué?

-Pues te lo estoy diciendo, para evitarte tanta crueldad ¿Sabes?, fuiste la persona del mundo que más sufrió en Espíritu y en sus carnes, pero amando a los asesinos…  ¡El colmo!  
- Nadie te pidió, nadie lo evitó… ¿Te das cuenta? Yo no nací para vivir como tú, no, nací para hablarte de mi reino, para enseñarte a llenar de amor tu maleta que deberás enseñar el último día; nací por ti, para salvarte de la muerte porque te amo hasta el extremo. Si Yo no hubiera muerto aquél día, si tú lo hubieras evitado… No habría podido demostrarte el  gran amor que te tengo.

- ¡Ay! Señor, pues menos mal que no estaba… Porque la verdad, si no es por tu especial Muerte y Resurrección, nunca hubieras estado conmigo y eres la persona, el  amor y el Espíritu con quien quiero estar el resto de mi vida y en la eternidad.

- ¡Pues calma tú, hija! Y respira profundo, que cada lágrima mía y gota de sudor de entonces debe ser una sonrisa para ti, una gota de fe y un mar de amor que debes dar al mundo, porque Yo estoy en el mundo.

- ¡Vale!  Ya me he enterado de todo ¿Pues sabes qué? Que ahora quiero acompañarte en el dolor por aquellas escaleras de Jerusalém, rezarte y amarte como Tú lo haces, hasta el extremo. Ya, ya sé, amarte a Ti pero en los demás.

- Ok hija, así es, hasta ahora.

- Ok Padre, millones de gracias y hasta siempre.       


Emma Díez Lobo

   

miércoles, 2 de abril de 2014

La confianza de Jesús



Hemos visto a Abrahám, y ahora podemos dirigir nuestra mirada a la figura de Moisés. Él sube solo al Sinaí para recibir las Tablas de la Ley. Este hecho nos preanuncia y anticipa al Señor Jesús subiendo solo a la cruz desde donde, a través de su costado abierto, toda la creación fue fecundada por el Espíritu Santo. Recordemos cómo algunos Padres de la Iglesia ven en el agua y sangre que salió del costado abierto del crucificado, la primera efusión del Espíritu Santo a la humanidad.

A la luz de estos ejemplos, podemos afirmar que la oración en espíritu y en verdad no tiene nada de devocional; en la oración nos jugamos todo. El Espíritu Santo nos tiene que impulsar a rezar como rezaba Jesús. Él es el único Maestro (Mt 23,8). Le necesitamos como único Maestro porque nuestro corazón se puede desviar y llamar bien al mal, y mal al bien. El Señor Jesús nos enseña a entrar en la voluntad del Padre por medio de la oración. Él mismo tiene necesidad de despedir a la gente y, como un nuevo Abrahám, Moisés, etc., estar a solas con Dios librando su combate para poder entrar en su voluntad. Es esta actitud de Jesús la que hace que un día pueda decir a sus discípulos: “El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8,29).

A la luz del Señor Jesús, podemos ver que hay una soledad que da la vida y otra que da la muerte. Acerca de esta última, escuchemos estas palabras suyas: “En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto” (Jn 12,24).

Jesús es el enviado del Padre para sembrar la Palabra. Arroja en nosotros las simientes de su divinidad y que están contenidas en su Evangelio. Las simientes que no son acogidas por el corazón quedan también solas y no dan fruto. Son simientes a las que el corazón se resiste porque está impermeabilizado por apoyos humanos que, en cuanto limitados, poco a poco van dando paso a la soledad de la muerte porque el corazón no ha sido fecundado por Dios. Dicho con otras palabras, el espíritu ha quedado estéril y, por lo tanto, incapaz de recibir el don que Jesucristo nos ha traído de parte del Padre: participar de su divinidad. Oigamos lo que dice Jeremías a este respecto: “Así dice Yahvé: maldito sea aquel que fía en hombre, y hace de la carne su apoyo, y de Yahvé se aparta en su corazón” (Jr 17,5).
                  No queremos ser negativos acerca de lo que son los bienes en general, tanto materiales como afectivos. Sin embargo, es necesario decir que la llama de infinitud con que es creada el alma, el espíritu del hombre-mujer, encuentra solamente su complemento y plenitud en Dios.

Jesús fue solo al monte a orar. Solo, pero también apoyado en la única roca posible: la Palabra que ya Dios había proclamado por los profetas y que definía su misión. El discípulo, en su soledad, se apoya en el Evangelio que le aparta de la falsa protección que nunca le permite romper el cordón umbilical de su dependencia de los demás.

 El profeta Isaías nos ofrece un texto, casi dramático, en el que vemos al Mesías envuelto en dudas y angustias acerca de su misión: “Me dijo: Tú eres mi siervo, Israel, en quien me gloriaré. Pues yo me decía: por poco me he fatigado, en vano e inútilmente mi vigor he gastado. ¿De veras que Yahvé se ocupa de mi causa y mi Dios de mi trabajo?” (Is 49,3-4).

Cuántas veces podrían venir a Jesús pensamientos como estos: ¿qué hago aquí si nadie me escucha, si este pueblo vive mentira sobre mentira? En vano e inútilmente estoy gastando mi fuerza, mi vigor y mi vida. Ante esta angustia vital, a Jesús no le queda sino apoyarse en lo que Dios ha dicho sobre Él: ¡Tú eres mi Siervo, mi Cordero en quien me gloriaré!, ¡Tú eres la luz de las naciones! Sabe que el Padre que le envía es quien le sostiene y cuya alma se complace en Él: “He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma” (Is 42,1).

Jesús sabe que el Padre se complace en Él y, además, el Padre hace pública esta complacencia al proclamarla tanto en su bautismo como en su transfiguración. El mismo Padre, al hacer pública esta complacencia, proclamó: “¡Escuchadle!” (Lc 9,35). Escuchadle a Él porque es mi Palabra.

El Padre ha pronunciado su Palabra sobre Él y sabe que pueden pasar cielos y tierra pero no esa Palabra (Mt 5,18). Esta inmutabilidad e infinita fiabilidad de la Palabra del Padre es la que  sostiene y alimenta la fe de Jesucristo como hombre.

El Señor Jesús nos invita a apoyarnos en sus palabras, aquellas concretas que marcan nuestra vida. Dentro del Evangelio hay palabras que, de una forma u otra, han marcado a los hombres de Dios de todos los tiempos, han dado vida a los muertos vivientes y han hecho de ellos discípulos suyos. Éstos saben muy bien que no son palabras humanas sino palabras salidas de la boca de Dios. Las mismas que tuvieron poder para que surgiera la creación, hacen resurgir, a lo largo de la historia, hombres y mujeres que son constituidos por Dios fuerzas de salvación suyas para toda la humanidad.

Jesús camina sobre las aguas       

 A. Pavia.  Editorial Buena Nueva