jueves, 27 de diciembre de 2012

ORACIÓN PARA FIN DE AÑO


 
 
 
 
En estos últimos momentos del año que ya termina,
heme aquí, Señor, en el silencio y en recogimiento
para decirte GRACIAS,
para solicitarte: AYUDA,
para implorarte: PERDÓN.


GRACIAS,
Señor por la paz, por la alegría,
por la unión que los hombres, mis hermanos, me han brindado,
por esos ojos que con ternura y comprensión me miraron.
Por esa mano oportuna que me levantó,
por esos labios cuyas palabras y sonrisa me alentaron,
por esos oídos que me escucharon,
por ese corazón que amistad, cariño y amor me dieron.
Gracias, Señor por el éxito que me estimuló,
por la salud que me sostuvo,
por la comodidad y diversión que me descansaron.
Gracias, señor... me cuesta decírtelo...
por la enfermedad, por el fracaso, por la desilusión,
por el insulto, por el engaño, por la injusticia,
por la soledad, por el fallecimiento del ser querido.
Tu lo sabes, Señor, cuán difícil fue aceptarlo;
quizá estuve al punto de la desesperación,
pero ahora me doy cuenta
que todo esto me acercó más a Ti.
¡Tú sabes lo que hiciste!
Gracias, Señor, sobre todo por la fe
que me has dado en Ti y en los hombres.
Por esa fe que se tambaleó
pero que Tú nunca dejaste de fortalecer
cuando tantas veces encorvado bajo el peso del desánimo
me hizo caminar en el sendero de la verdad
a pesar de la oscuridad.


AYUDA
Te he venido también a implorar
para el año que muy pronto va a comenzar.
Lo que el futuro me deparará, lo desconozco Señor.
Vivir en la incertidumbre, en la duda,
no me gusta, me molesta, me hace sufrir.
Pero sé que Tú siempre me ayudarás.
Yo te puedo dar la espalda. Soy libre.
Tú nunca me la darás. Eres fiel.
Yo sé que me tenderás la mano.
Tu sabes que yo no siempre la tomaré.
Por eso, hoy te pido que me ayudes a ayudarte,
que llenes mi vida de esperanza y generosidad.
No abandones la obra de tus manos. Señor.


PERDÓN
No podría retirarme sin pronunciar
esa palabra que tantas veces,
te debí de haber dicho,
pero que por negligencia y orgullo he callado,
perdón, Señor, por mis negligencias,
descuidos y olvidos, por mi orgullo y vanidad,
por mi necedad y capricho,
por mi silencio y mi excesiva locuacidad.
Perdón, Señor, por prejuzgar a mis hermanos,
por mi falta de alegría y entusiasmo,
por mi falta de fe y confianza en Ti,
por mi cobardía y mi temor en mi compromiso.
Perdón, porque me han perdonado
y no he sabido perdonar.
Perdón por mi hipocresía y mi doblez,
por esa apariencia que con tanto esmero cuido
pero que en el fondo no es más que engaño a mi mismo.
Perdón por esos labios que no sonrieron,
por esa palabra que callé,
por esa mano que no tendí,
por esa mirada que desvié,
por esos oídos que no presté,
por esa verdad que omití,
por ese corazón que no amó
... por ese Yo que se prefirió.


Señor, no te he dicho todo.
Llena con tu amor mi silencio y cobardía.
GRACIAS por todos los que no te dan gracias.
AYUDA a todos los que imploran tu ayuda.
PERDÓN por todos los que no imploran perdón.
Me has escuchado... ahora,

lunes, 24 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD


Es mejor callar

y ser

que hablando, no ser,

Dios es. Y calla.

Dios es amor. Y el amor

tiene su silencio.

¡Oh Palabra,

hecha carne

sin bullicio!

Silencio de Belén,

tu llenas el vacío

que dejan

nuestras palabras.

 

 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

NAVIDAD - EL GRITO






Navidad – El Grito

¿Dónde está Dios? He ahí la pregunta que todo hombre se ha hecho mil y una veces ante el mal que, como bandadas de asesinos, recorre la tierra entera segando cuerpos y almas. ¿Dónde está Dios?, se preguntaban horrorizados los que sufrieron en su carne los horrores de la barbarie nazi expuestos, como estaban, como animales desollados en los campos de concentración. ¿Dónde está Dios?, nos preguntamos todos ante la violencia desatada entre padres e hijos, esposos y esposas, miembros de distintas religiones, etc. ¿Dónde está Dios?, nos preguntamos todos ante los esclavos y oprimidos, los niños obligados a trabajar en las minas o a empuñar un fusil… ¿Dónde, dónde? He ahí el grito de la humanidad doliente.

¿Dónde está nuestro Dios?, se pregunta el pueblo de Israel con sus profetas al frente cuando yace postrado bajo el pesado yugo de Babilonia. De entre todos los gritos lanzados hacia el cielo por los desterrados, sobresale el del profeta Isaías. Su grito es tan estremecedor que perfora hasta los mismos cielos. El profeta no se limita a gritar dónde está Dios, sino que va más allá. Le interpela de tú a tú, casi, como quien dice, dejando de lado todo miramiento y clamándole más que suplicándole. “Dónde está tu celo y tu  fuerza, la conmoción de tus entrañas… ¿Por qué el enemigo ha invadido tu santuario, tu santo Templo ha sido pisoteado por nuestros opresores? Somos desde antiguo gente a la que no gobiernas, no se nos llama por tu nombre.” (Is 63,15b-18).

Una interpelación así, tan descarnada, nos da a conocer la impotencia del pueblo elegido –en realidad todo hombre- para ser fiel a Dios. Por eso el profeta culmina su clamor con un grito desgarrador: Mira, Señor, que no somos capaces de reconocerte y amarte como nuestro Dios. ¡Baja, pues, desciende del cielo y ven entre nosotros! Oigamos textualmente lo que le gritó: “¡Ay si rompieses los cielos y descendieses!”

Dios le oyó, se estremeció y descendió. Se hizo hombre, y desde entonces es Emmanuel, Dios con nosotros. Fue enviado por el Padre no para “juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,17). El Emmanuel nos miró, sufrió la conmoción de sus entrañas,  “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8,17).

Emmanuel, Dios con nosotros, siempre a nuestro lado, nos encuentra, como buen samaritano, tendidos a lo largo del camino de la vida (Lc 10,33) y hace suyas nuestras heridas. “…ya que también Cristo sufrió por vosotros… con cuyas heridas habéis sido curados” (1P 2,21-24). Él, el Emmanuel, es el especialista en convertir nuestras heridas y fracasos en manantiales de vida. En realidad todo esto ya había sido profetizado por el salmista: “Él sana a los de roto corazón y venda sus heridas” (Sl 147,3).

Si bien es cierto que el hombre no deja de gritar porque el mal no solamente existe sino que también le aprieta inmisericordemente, más cierto es que Dios no deja de ser Emmanuel para todos. Allí donde hay un discípulo del Hijo de Dios amando, ayudando, sosteniendo, levantando, perdonando deudas, animando, dando de comer a los hombres y mujeres que llevan impreso en su rostro la devastación del mal, ahí está Dios con ellos.

Gritos, más gritos, estremecimiento de Dios, historias personalizadas de amor del Emmanuel con cada hombre: Esto es la Navidad. Más allá del mal, los discípulos del Emmanuel somos o queremos ser “el perfume, el buen olor de Jesucristo para el mundo” (2Co 2,15).


viernes, 7 de diciembre de 2012

LIBERTAD Y DIGNIDAD


Cuando la Palabra nos arrebata hacia Dios, es tal la sabiduría que alcanza al alma que ésta se siente traspasada por la divinidad; es entonces cuando todas nuestras mediocridades se desvanecen aunque sigan estando ahí. Están pero ya no nos condicionan ni nos atan a nada. Dios ganó la partida.







Libertad y dignidad

 

Todo aquel que ha sido llamado por Jesucristo a ser pastor y que hospeda en su corazón su Evangelio está viviendo algo asombroso e inaudito: ¡convive con Dios! La Palabra albergada en su interior forma en él un corazón apto para conocerle, como nos dicen los profetas (Jr 24,7). Es un conocer con toda la riqueza afectiva que conlleva este verbo en la espiritualidad bíblica. Hablamos, pues, de pastores que conocen a Dios, y de Él reciben la capacidad de enseñar a sus ovejas a convivir con el Trascendente.

Estos pastores viven sumergidos en una existencia al mismo tiempo mundana y extramundana. Están en el mundo –su campo de misión- sin ser del mundo (Jn 17,15-16). Son pastores para todos los hombres no porque sean mejores que ellos, sino por Aquel que  vive en sus entrañas (Gá 2,20). Viven –si se me permite una especie de metáfora- al ritmo de una prodigiosa aleación de cuerpo y espíritu.

Esta forma de existir no les repliega sobre sí mismos, más bien al contrario, les impulsa a abrirse -con los tesoros que de Dios han recibido- al mundo entero sin excepción alguna; a un mundo pobre, carente y escaso de vida por la inmisericorde y brutal opresión que ejerce sobre su alma el dios-dinero (Mt 6,24); no en vano Jesús ofreció a todos los hombres esta invitación tan especial como necesaria: “Venid a mí los que estáis cansados y sobrecargados, y yo os daré descanso… Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,28-29). El drama que cargan tantos y tantos hermanos suyos impide a estos pastores hacer oídos sordos a sus gritos de auxilio, por lo que, al igual que Pablo, se exhortan a sí mismos: ¡ay de mí si no evangelizare! (1Co 9,16).

Bien saben estos pastores que su alianza con Dios, con el que conviven por la Palabra guardada, sólo es válida y real si se desdobla en alianza con los hombres todos, los lejanos y los cercanos. Por eso están prontos a partir adonde su  Señor les envíe. No hay frontera que se resista a una alianza tejida con los hilos del amor eterno e indestructible de Dios.

 Estos discípulos son pastores según el corazón de Dios, lo que les hace insultantemente libres. No están sujetos ni condicionados por “la última lumbrera”, cuyo esplendor no pocas veces “es como flor de hierba que se seca y desaparece” (1P 1,24). Son auténticos hombres de Dios que Él regala al mundo; se identifican con aquellos discípulos de los que habla Jesús. “Todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo” (Mt 13,52).

En su misión conjugan libertad con dignidad, propias de su Maestro y Señor, quien les parte la Palabra. Él es la Fuente de donde sacan, con gozo indescriptible, las aguas de la salvación (Is 12,3). Su ministerio refleja la libertad y la dignidad en estado puro, no en vano  ambas son creación de Dios.




 

domingo, 2 de diciembre de 2012

INMACULADA CONCEPCIÓN




Una rosa en tu pecho de flores, a la que solo se le ve la sangre en su color, pero en su tallo está limpia de espinas. Todo tu cuerpo blanco, como la piedra blanca en que te hicieron, luce sobre el blanco de la flor de almendro que rodea tu imagen, como anticipo del fruto bendito de tu bendito vientre, Jesús, el Nazareno por ti, María de Nazaret, María de la primera flor que anuncia primavera, –que eso significa el nombre de tu pueblo en tu idioma de niña, el "árbol vigilante", el almendro–, porque anticipas y anuncias la alegría del nuevo renacer tras el invierno. Por eso te llaman algunos "almendra  mística". Limpia desde antes de nacer, porque el Padre hizo en ti maravillas, el Hijo maravilló tu nombre desde dentro, y el Espíritu sigue maravillándonos al pronunciarlo, Maria sin pecado, Inmaculada y Plena de la Gracia. ¡Ineffabilis Deus!

Tuvo 'gracia' sin duda el seráfico Duns Scoto, al resumir así el argumento de tu beneficio de redención antecedente: "Potuit, voluit... ergo fécit", el Inefable Dios pudo hacerlo, quiso hacerlo... luego lo hizo. Tuvo también suerte para que prosperase su simpático alegato, porque todos los pastores según tu corazón, los padres de la Iglesia, obispos, arzobispos, fieles y hasta enemigos, ya lo sabían desde siempre, desde que existe la Iglesia sobre la tierra cuando nació tu Hijo, Dios te había hecho inmaculada desde siempre. Incluso nueve meses antes de seguir ella Virgen tras el parto, ya lo sabían sabían los ángeles y arcángeles. El que te dijo "kejaritomene", Gabriel, no te saludó como María, sino con tu nombre del cielo, "Llena en plenitud de Gracia" "Kejaritomene". (1)Nosotros te llamamos hoy la Inmaculada, por agotar todos los sentidos de tu gracia original, "sin pecado alguno", ni siquiera el que a nosotros nos doblega desde los genes de Adán (ADN). Pero creo que cuando te nombramos en la intimidad, Madre nuestra, María In-maculada, no pensamos en algo negativo, oscuro y negro, que nos destroza el alma desde aquella mancha original de pecado, aunque siquiera sea para negarlo, para decir que tú no tienes eso, sino que todos al nombrarte pensamos en algo blanco y claro, que huele a rosas limpias y frescas, aunque sean rojas por nuestra sangre, como esa que llevas sobre las manos de tu imagen. Incluso creo que todos, pensamos al recordar tu Concepción Inmaculada, que eres la más hermosa, llena de gracia, especial entre todas las criaturas por tu relación exclusiva, irrevocable, con la obra salvadora de tu Hijo en todos y cada uno de nosotros. Superas en dones de la gracia a todo lo creado.

En la sencillez de la piedad de los que te amamos y aprendemos a amar al pronunciar tu nombre, nos queda el regusto de tu plenitud, y el resumen de toda teología en la oración "Bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza, a ti celestial princesa, Virgen sagrada María, yo te ofrezco en este día de tu Inmaculada Concepción, alma vida y corazón". No me dejes Madre mía hacer otra cosa que vivir tu bendición bendiciéndote, cantando las glorias de tu Hijo que hay en ti.

Manuel Requena
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(1) El término de Lucas 1,28 "Kejaritomne" es el participio pasivo del pretérito perfecto de Verbo griego jaritoo, que es un verbo causal o causativo, por su terminación en "oo", y el tiempo en que se usa, expresa plenitud. Lucas nos quiere decir así, que la plenitud de gracia en aquella Virgen Santa, era desde 'el principio' de su ser y para siempre. Además la primera palabra del saludo angélico, "jaire", parece decir que no solo era para ella, sino fuente para toda la historia de gracia del hombre, para nosotros cada vez que decimos María Inmaculada, 'Tota pulchra'.