jueves, 26 de enero de 2017

IV Domingo del Tiempo Ordinario


la alegría de la salvación

Frecuentemente, comentando las bienaventuranzas (Evangelio), se pone el acento en el compromiso cristiano, sin tener en cuenta la primera palabra que es básica y ofrece la clave para entender el conjunto como Evangelio, “alegre noticia”: bienaventurado.  Se trata de una invitación a la alegría por lo que Dios ha hecho en nosotros y por la colaboración que estamos prestando ya, lo que implica que caminamos hacia un futuro de plenitud, es decir, que vivimos una vida con sentido.

Todo esto responde a la sabia pedagogía divina, totalmente conforme con nuestra psicología y que Jesús expuso en la parábola del Tesoro escondido: Es tanta la alegría por el tesoro que… (Mt 13,44): primero es el don y con él la alegría por lo que se ofrece, después es la colaboración con el don.

En el AT primero fue el don de la liberación de Egipto, consumado con la donación de la alianza que convertía a los liberados en pueblo de Dios, después el compromiso de guardar los mandamientos como medio de perseverar y crecer en el don. Igualmente el NT comienza con la invitación a la alegría, hecha a María, por el don ya recibido alégrate, llena de gracia (Lc 1,28), después la misión aneja a él.

En nuestro caso, Dios primero ofrece el perdón de los pecados, como consecuencia de que “quiere reinar”, y con ello un corazón nuevo de hijo y de hermano. No sólo esto, en el momento en que Jesús dirige estas palabras a sus discípulos, los felicita porque ya han acogido esta invitación y están colaborando con el don, como aparece en los primeros miembros de cada bienaventuranza. Todo esto es motivo de alegría, porque el discípulo llegará a la plenitud del reino.

Un cristiano que vive su cristianismo triste, como un fardo insoportable, no está evangelizado. En Hechos de los Apóstoles se lee que Felipe evangelizó una ciudad y como consecuencia la ciudad “se llenó de alegría” (Hch 8,4-8). Se trata de una alegría, situada en el fondo del ser, y es compatible con las dificultades y el dolor. La alegría de saberse amado por Dios y de vivir una vida con sentido.

En conjunto las bienaventuranzas se componen de tres miembros, la felicitación, alusión a un estado de colaboración, y una promesa de plenitud en el Reino futuro. El conjunto de estados de colaboración con el don ofrece las situaciones típicas de la vida filial y fraternal. Todas ellas implican, por una parte, dependencia, y, por otra, compromiso activo. Las tres primeras bienaventuranzas subrayan situaciones pasivas, es decir, el que quiere vivir como hijo y hermano tiene que depender del Padre y de los hermanos, no puede vivir de forma totalmente independiente. La primera es tener un corazón pobre (1ª lectura), que reconoce y vive la dependencia existencial de la creatura respecto al Creador, del salvado respecto del Salvador, del “siervo inútil” (Lc 17,10), del respecto del Protagonista de la salvación (2ª lectura). Igualmente vive la dependencia respecto de los hermanos, sabiendo que todos somos iguales, limitados y llamados a complementarnos mutuamente mediante la solidaridad. A continuación se añaden dos situaciones especiales de dependencia, la de la ofensa que exige perdón (mansos), y la del dolor absurdo y ciego, sin explicación, que suscita muchos “porqués” y que pide confiar ciegamente en el amor del Padre (los que lloran). Las otras bienaventuranzas nos hablan de la actividad cristiana, cuya raíz ha de ser un corazón limpio, solo motivado por la filiación y la fraternidad, y de un deseo radical o sed y hambre de hacer la voluntad de Dios,  que es la justicia que exige su don; finalmente se nos habla del objeto de la acción cristiana, que tiene dos caras inseparables, hacer misericordia y paz. La consecuencia de este obrar será la persecución.

El último miembro es una exhortación a seguir colaborando, pues se llegará a la plenitud del Reino, que es seguridad existencial, consuelo, ver a Dios y saciarse de él, misericordia y plenitud de la filiación. Por último hay que notar  que dos promesas, la primera y la última, se presentan en presente de indicativo y no en futuro como las restantes. Realmente el que tiene un corazón pobre se puede decir que ya ha llegado a la meta. Lo mismo hay que decir del que es perseguido por hacer la voluntad de Dios.

El conjunto tiene carácter de test para evaluar si realmente y hasta qué punto nuestra vida está evangelizada. Las bienaventuranzas son un retrato de Jesús, el Hijo y Hermano por excelencia, cuya filiación y fraternidad todos los discípulos compartimos.

En la Eucaristía nos unimos a él, le agradecemos el don y le pedimos ayuda para seguir creciendo en él hasta llegar a la plenitud.

D. Antonio Rodríguez Carmona  


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