sábado, 16 de septiembre de 2017

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario



Perdónanos, pues perdonamos.

        Esta parábola es un comentario a la petición de perdón del Padrenuestro,  donde Jesús presenta en forma de oración los elementos más importantes de su mensaje sobre la paternidad de Dios y de su Reino. Mateo, en su evangelio, la inserta en un contexto concreto de la predicación sobre el reino de Dios, que es el de las condiciones de vida de la Iglesia, el capítulo 18 llamado “Discurso eclesial”.

La expresión hebrea abstracta Reino de Dios hay que entenderla en sentido concreto de acuerdo con la mentalidad judía, para la que decir Reino de Dios equivale a decir que Dios reina, es decir, ejerce su poder salvador aquí y ahora. La Iglesia nace como consecuencia del comienzo del Reino y a su servicio, pues es un grupo numeroso que ya está experimentando el poder salvador de Dios, son hijos de Dios y hermanos entre ellos, son la familia de Jesús y el signo visible del Reino de Dios en la historia.

        Condición indispensable para que sea posible  esta realidad es el perdón, pues ¿cómo será posible vivir en amistad con Dios padre si lo ofendemos continuamente? Es posible porque Dios nos perdona continuamente; ¿cómo será posible vivir fraternalmente entre nosotros si nos ofendemos continuamente? Es posible porque nos perdonamos continuamente. El perdón por parte de Dios está asegurado, cuando se pide con las debidas condiciones y una de ellas es el perdón al hermano: Así hará mi Padre celestial con vosotros si cada uno no perdona a su hermano de corazón (Mt 18,35).

        La parábola compara dos perdones totalmente diferentes. A la primera deuda, que evoca el perdón de Dios, se le asignan 10.000 talentos, cantidad desorbitada en aquella época que el deudor nunca podrá pagar. Es difícil ofrecer equivalencias de monedas, especialmente cuando se trata de monedas antiguas, pues se trata de sistemas cambiantes y, por otra parte, la cantidad hay que verla en su contexto económico concreto. No es lo mismo tener 100 ptas en 1950 que su equivalente 6 euros en 2011.  10.000 talentos equivalen aproximadamente a 4.520.000 euros, unos 75 millones de ptas. oro de aquella época. A la segunda deuda se le asignan 100 denarios, cantidad irrisoria al lado de la anterior, pues equivalía a 7,53 euros, unas 1.250 ptas oro.  Se trata de una deuda, que el deudor podría pagar, pues en aquella época un denario equivalía al salario de un día. Es una invitación a tomar conciencia de la ofensa a Dios, en un tiempo en que se ha perdido el sentido de pecado.
        Hay que tomar conciencia de la diferencia existente entre la deuda a Dios y la del prójimo. Jesús, en el Padrenuestro, emplea el término deuda (Mt 6,12), sugiriendo con ello  que entiende el pecado como algo que debíamos dar a Dios y no lo hemos dado. Tenemos que dar a Dios amor “con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Mt 22,37), cosa que no hacemos porque por  nuestros pecados positivos y por nuestras omisiones nunca llegamos al todo; por otra parte, “pertenecemos totalmente a Jesús”, como recuerda Pablo (segunda lectura), cosa que tampoco realizamos. En cambio la deuda  al prójimo es diferente, pues la regla es “amarlo como a uno mismo”, regla que exige esfuerzo pero a nuestro alcance con la gracia de Dios, ya que el perdón divino nos capacita para ello. El perdón divino reconstruye la persona y le da un corazón de carne capaz de amar y perdonar al hermano. Pero no es un perdón mágico, sino que necesita que la persona acoja la misericordia divina, se deje transformar y lo manifieste en el perdón del hermano.

Todo esto no es cuestión de “sentir”. Normalmente no se siente nada cuando se recibe el perdón de Dios, pero se tiene la certeza de haberlo recibido y de estar capacitado para perdonar. Igualmente perdonar al hermano no es cuestión de sentir. Las ofensas suelen dejar en muchas personas una herida psicológica que es difícil de curar, aunque el paso del tiempo la va debilitando e incluso puede llegar a desaparecer. Perdonar es obrar con el hermano buscando su bien e impidiendo que el recuerdo de la ofensa interfiera en la decisión.

Todas las lecturas son un canto a la misericordia de Dios que perdona y transforma. En la Eucaristía se celebra de forma especial esta misericordia y sus frutos. Comenzamos pidiendo perdón de nuestras deudas, nos damos la paz como expresión de amor fraternal, nos ofrecemos al Padre todos unidos en Jesús, comulgamos con Jesús y con todos los hermanos.


Dr. Don Antonio Rodríguez Carmona

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