viernes, 29 de septiembre de 2017

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario




Lo importante son las obras, no las palabras

        Para conocer el sentido primitivo de este relato, hay que ver el contexto anterior inmediato: los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo preguntan a Jesús con qué autoridad han expulsado a los vendedores del templo. Jesús les pregunta por el origen de Juan Bautista y ellos no responden porque no les interesa. En el presente relato Jesús ofrece la respuesta: Juan vino como enviado de Dios invitando a la conversión, a la que ellos no han querido responder, a pesar de sus cargos y apariencias de personas religiosas; en cambio, los publicanos y prostitutas, los oficialmente malos, han respondido; más todavía, siguen respondiendo en el seguimiento de Jesús, mientras que ellos se mantienen en su incredulidad. Los oficialmente “religiosos” no hacen la voluntad de Dios, mientras que los oficialmente “pecadores” sí la hacen.

        Con este relato la palabra de Dios invita a fijarse en lo fundamental y no engañarse con lo secundario. Cada uno en el estado y situación en que vive, recibe la ayuda de Dios para hacer su voluntad; lo importante es hacerla, de lo contrario no le servirán de nada sus títulos oficiales (sacerdote, religioso/a, cofradía, hermandad...), pues cada uno será juzgado por lo que haya hecho (primera lectura). El pequeño relato es una invitación a la conversión de todos, a los que tienen títulos religiosos y no hacen la voluntad de Dios y a los que viven apartados de Dios, pues pueden volver al buen camino, como lo hicieron los que vivían así en tiempos de Jesús. A todos es posible la conversión, pues Dios padre los espera a todos.

        La segunda lectura concreta un aspecto de la voluntad de Dios: vivir con los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús, que se encarnó para servir y en el culmen de su humillación fue exaltado como Señor. Esta actitud de vivir buscando el bien de los demás es necesaria para mantener la unidad de la comunidad, que exige humildad y excluye envidia y egoísmo. La humildad y el servicio son el verdadero camino que lleva a la plena realización personal. 

        En la Eucaristía Dios padre nos envía a todos a su viña, trabajando por la unidad eclesial; compartir la Eucaristía implica unirse al sacrificio de Cristo, el que se rebajó y se sometió a la muerte y fue exaltado sobre todo. En ella el mismo Jesús se convierte en alimento para hacer posible compartir sus sentimientos.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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