lunes, 23 de septiembre de 2019

Mes de octubre, Mes Misionero Extraordinario





En 2019 se cumplen 100 años de la Carta Apos­tólica Maximum illud del papa Benedicto XV. Para celebrar dicho centena­rio, el papa Francisco ha convoca­do y declarado el mes de Octubre de 2019, como Mes Misionero Ex­traordinario. Con él, el Santo Padre quiere despertar la conciencia de la misión evangelizadora en nosotros, alimentar el ardor de la actividad evangelizadora de la Iglesia, y reto­mar con nuevo impulso la respon­sabilidad de proclamar el Evangelio de todos los bautizados. Este acon­tecimiento nos urge y nos invita a reflexionar sobre la misión en el co­razón de fe cristiana.

La Iglesia es por naturaleza misio­nera, si no lo fuera no sería la Igle­sia de Cristo, por eso tenemos que hacernos preguntas sobre nuestra identidad cristiana y sobre nuestras responsabilidades, en medio de un mundo herido por tantas frustracio­nes, preguntas como estas: ¿Cuál es el fundamento de nuestra misión? ¿Cuál es el corazón de la misión y cuáles son las actitudes vitales que esta misión nos pide?
La misión de la Iglesia se funda­menta en la fuerza transformadora del Evangelio que, como buena no­ticia, trae consigo una alegría conta­giosa, ofreciendo una nueva vida, la de Cristo, que se convierte en camino, que nos invita a seguirlo con confian­za y valor y desde este seguimiento experimentamos la verdad y recibi­mos la vida, que consiste en la plena comunión con el Padre en la fuerza del Espíritu.
La misión de la Iglesia, y a través de ella Jesucristo, es seguir evangeli­zando y actuando. La misión repre­senta el kairós, el tiempo propicio de la salvación en la historia y quienes lo acogen por la fe y el amor, experi­mentan la fuerza transformadora de su Espíritu. No se trata, por tanto, de propaganda ni de una ideología re­ligiosa.
Como decía el papa Benedicto XVI, no se comienza a ser cristia­no por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y una orientación decisiva.
El mundo actual necesita el Evan­gelio de Jesucristo, necesita encontrar con Jesucristo algo realmente esen­cial para su vida. Jesucristo, a través de la Iglesia, continúa la misión cu­rando las heridas sangrantes de la humanidad como Buen Samaritano.
La misión de la Iglesia está anima­da por una espiritualidad de éxodo continuo, de continua peregrinación a través de los diversos desiertos de la vida y de las diversas experiencias de hambre y sed, de verdad y de jus­ticia desde donde experimentará su condición de exiliado en camino ha­cia la patria final.
La misión está diciendo a la Igle­sia que ella no es un fin en sí misma, sino un h u m i l d e instrumen­to y una mediación del Reino, y que, para conseguir serlo, deberá, tantas veces, ser una Iglesia acciden­tada, herida y manchada por salir a la calle y no una Iglesia enferma, cómoda, que se aferra a sus propias seguridades.
La misión evangelizadora de la Iglesia, y de cada uno de nosotros, jóvenes, adultos, familias, sacerdo­tes, y religiosos, donde quiera que cada uno se encuentre; cada cual es un buen instrumento para susci­tar en cada comunidad cristiana y en cada seguidor de Jesús, el deseo de salir de sus propias seguridades para entregarse del todo y sin con­diciones a la tarea evangelizadora y misionera; de anunciar a todos los hombres de todos los tiempos y lu­gares la Buena Noticia de Jesús y su mensaje salvador.
Que Jesús, el más grande de los evangelizadores de todos los tiem­pos, nos ayude a todos a tener un nuevo celo y un nuevo ardor de resu­citados, para llevar a todos el Evan­gelio de la vida y la audacia necesa­ria para buscar y encontrar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la salvación.
 + Gerardo Melgar
Obispo de Ciudad Real


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