miércoles, 10 de abril de 2019

Corregir…






                                                                                                              
Hay que tener un temple… Porque siempre que corrijas a alguien, se van a alterar y, no digamos si pones por delante las Palabras del Evangelio, entonces aparece una sonrisa burlona…  

A los sacerdotes esto no les pasa, porque aparte de ser una autoridad del bien, primero escuchan, después contestan y se acabó el tema. Pero una simple ciudadana de a pié, lo tiene muy complicado.  

Ejemplo acaecido estos días:

- Esa está como un cencerro… -me dicen-

- Mujer, no está bien y aunque sea por compasión no debes hablar así, necesita que le escuchen aunque diga incoherencias. 

- Digo lo que me da la gana y mientras más lejos mejor, es insoportable y es…

- No es normal y está siendo tratada desde hace años. Es digna de caridad cristiana.

- Si sigues así, te vas. Ya salió la que habla ex cátedra…

Y hala “pa mi casa” piti piti... Sin rencor, sin enfado y con un beso le dije: delante de mí no vuelvas a hablar así de ella.  

Ser laico, no es comprendido, a veces ni bienvenido, pero y ¡Qué! Intentar “corregir” aunque te tachen de “lo que quieran” es lo de menos si crees hacer lo debido.  
    
Dicen que estoy fuera de “época” ¡vaya por Dios! Y yo que creía que estaba en el 2019… -Jesús no es  pasado, vamos juntos “al Súper”-.
  
El alma es lo único que tenemos eterno y parece no importar demasiado, es triste ver como los “modernos y avanzados” han ido reculando espiritualmente a los tiempos faraónicos… ¡Vaya un avance! 

  
 Emma Díez Lobo

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