sábado, 27 de abril de 2019

2º. Domingo del Tiempo Pascual



Testigos de la resurrección.

    El Evangelio nos presenta hoy en un apretado abanico los dones pascuales que nos ha conseguido Jesús resucitado: el Espíritu Santo, el perdón de los pecados, la paz, la alegría.
    Nos ha traído el Espíritu Santo, que nos ha incorporado a Jesús resucitado, nos ha dado vida nueva, nos ha dado ojos y corazón nuevos, nos fortalece en la fe y en amor y nos acompañará hasta la meta final.
 Con el Espíritu nos ha traído el perdón de los pecados, con el que recibimos amnistía de todas nuestras faltas y podemos estrenar corazón de carne, nuevo, capaz de amar y actuar como hijos de Dios.
 Con ello nos ha traído la paz, shalom, armonía¸ la verdadera armonía con todo lo existente: hijos de Dios y hermanos entre nosotros
    Con ello también nos ha traído la verdadera alegría, participación de su alegría, cuyo fundamento es la certeza de que él y el Padre nos aman, nos ofrecen un futuro, nos acompañan, y nos harán compartir su gloria. Es la alegría de tener una vida con sentido, incluso en las dificultades y el dolor.
    Nos ha encomendado la misión de anunciar como testigos estos dones a todos los hombres.
    Somos enviados en calidad de testigos de la resurrección. Testigo es el que ha visto y experimentado y lo dice. Por ello nuestro testimonio tiene que primariamente eminentemente vital: se nos tiene que notar en nuestra vida que somos  gente alegre, y pacificada, personadas que han recibido el Espíritu  y el perdón. Y además debemos darlo a conocer.
    La alegría cristiana es participación de la alegría de Jesús, a su vez participación de la alegría del Padre, el Dios de mi alegría. Jesús quiere que la compartamos plenamente;  por ello la pide al Padre: Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos plenamente mi alegría (Jn 17,13), y no indica el camino, el mandamiento nuevo: “ Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud” (Jn 15,9.11). Un cristiano triste es un antitestimonio.
    Otro signo testimonial importante es la paz, don de Dios, que ha creado en nosotros la verdadera armonía es ser y sentirnos hijos y hermanos. Y con la fuerza del Espíritu la capacidad de vivirlo con alegría, aceptándonos y aceptando a los demás. El cristiano es una persona interiormente pacificada y creadora de paz. La persona incordiante es un antitestimonio. Como creadora de paz el cristiano con la ayuda del Espíritu ha de dar testimonio denunciando con audacia todas las situaciones injustas contrarias al plan de Dios sobre los hombres.
    La celebración de la Eucaristía es el momento fuerte de la experiencia del resucitado, que fortalecerá nuestra alegría y nuestra paz.

 D. Antonio Rodríguez Carmona 

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