“Estad abiertos a las vocaciones que surjan entre vosotros. Orad para que, como señal de su amor especial, el Señor se digne llamar a uno o más miembros de vuestras familias a servirle. Vivid vuestra fe con una alegría y un fervor que sean capaces de alentar dichas vocaciones. Sed generosos cuando vuestro hijo o vuestra hija, vuestro hermano o vuestra hermana decidan seguir a Cristo por este camino especial. Dejad que su vocación vaya creciendo y fortaleciéndose. Prestad todo vuestro apoyo a una elección hecha con libertad” (Juan Pablo II, Nagasaki, Japón, 25.II.1981).
“
… POR LOS ELEGIDOS"
Dicen los exegetas que las dos cartas del apóstol Pablo a Timoteo son las más autobiográficas. De hecho es en ellas donde vemos al apóstol abrirse confidencialmente como si su corazón se desprendiese de todo secreto, a su gran e íntimo amigo Timoteo, a quien llama “verdadero hijo mío en la fe” (1Tm 1,2). A este apelativo tan cariñoso nosotros añadimos el de “compañero de fatigas apostólicas” por buena parte de Europa y Asia Menor. A todo esto no podemos dejar de lado el hecho de que Timoteo fue el ángel confortador previsto por Dios ante todas las desazones y pruebas vividas por Pablo como, por ejemplo, las sufridas durante su primera estancia en las cárceles de Roma. A la luz de estos datos nos parece más que normal que Pablo se abriese entrañablemente a Timoteo y que compartiese con él lo que más les unía: su pasión por el Evangelio. Pasión que marcaba e incluso podríamos decir que medía la calidad de su entrega a Jesús, su Señor y Maestro. No hay duda de que la altura de un hombre se calibra por la grandeza y calidad de la fuerza pasional que le mueve. Pablo y Timoteo, amigos del alma que comparten la misma pasión, escalaron, por medio de ella, hasta lo más sublime del corazón-intimidad de Dios. Sobre las riquezas y sublimidades de sus confidencias no vamos a explayarnos. Nos faltaría papel y tinta para abordar tantos misterios divinos acontecidos entre ellos. Sí vamos a sondear un aspecto de la misión que Pablo comparte con Timoteo y que se nos muestra nítidamente en su segunda carta. Hablamos de un aspecto que revela el corazón de pastor de Pablo, corazón marcado y moldeado por el sufrimiento; el que comporta el hecho de dar a luz tantos hijos en la fe. Es en este sentido que, dirigiéndose a Timoteo como quien se vuelve a un hijo querido o a un amigo del alma, le exhorta así: “Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios” (2Tm 1,8). Soporta, sufre conmigo. No se está refiriendo a un soportar pasivo, como quien carga un peso terrible e inhumano y sin posibilidad de quitárselo de encima. Es un soportar que apunta a un compartir amorosamente el Evangelio que su Señor, en un gesto de confianza sin precedentes, ha puesto en sus corazones y en sus bocas. Siguiendo con esta entrañable confidencia -soporta, comparte conmigo los sufrimientos por el Evangelio-, oímos al prisionero por Cristo (Ef 3,1) unir a su exhortación esta confesión de amor por su Señor y por las ovejas que le ha confiado, difícilmente superable en belleza, intensidad y altura. “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio; por él estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por eso todo lo sufro por los elegidos” (2Tm 2,8-10). Nos centramos en las últimas palabras, “todo lo sufro por los elegidos”, que tanta importancia tienen en el engranaje de la vida de Pablo en cuanto apóstol. Es como un adentrarnos, con su tácito permiso, en su intimidad, en su riqueza espiritual. Descubrimos así que, a través de su experiencia como anunciador del Evangelio y como pastor que se entrelazan inseparablemente, Pablo se asocia a Jesús, su Pastor; Aquel que antes que él y por amor a él soportó, tomó sobre sí la cruz sin miedo a la ignominia, como atestigua el autor de la carta a los Hebreos.
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