Creció delante de Él
¡Cuándo tendremos la suficiente confianza para atravesar con Jesucristo el mar de nuestra vida hacia la orilla donde está nuestro Padre! Es una confianza sostenida por la sabiduría y la sensatez; me refiero a tomar conciencia de que, en esta parte de la orilla, tarde o temprano la falta de novedad sofoca la propia existencia.
CRECIÓ DELANTE DE ÉL
El profeta
Isaías nos da a conocer en sus escritos una serie de rasgos, descripciones
detalladísimas acerca de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Entre
todas las profecías concernientes al Mesías, sobresalen las contenidas en el
capítulo cincuenta y tres de su libro.
Dentro de este
capítulo nos vamos a detener en un pequeño texto en el que por analogía, y
también por arquetipo hacia el que orientarnos, -por supuesto que por la gracia
de Dios- podremos saber cómo Él forma y hace crecer a los pastores según su
corazón. Así miraremos, a la luz de esta Palabra, en qué condiciones modeló
Dios el corazón de Pastor de su propio Hijo en cuanto hombre quien, como nos
dice Lucas, tuvo su natural crecimiento en “estatura, gracia y sabiduría” (Lc
2,52).
El pasaje de
Isaías al que hemos hecho alusión, dice lo siguiente: “Creció como un retoño
delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; le
vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar” (Is 53,2). Fijémonos bien: se
nos habla de una raíz de tierra árida. Ésta, la raíz, es casi imperceptible,
desprovista de cualquier apariencia o esplendor. Por supuesto que los
matorrales y las zarzas, aun siendo improductivos, deslumbran más nuestros ojos por su vistosidad.
La raíz de
tierra árida de la que nos habla el profeta es despreciable a la mirada de los
hombres; mas, preciosa a los ojos de
Dios. De hecho nos dice Isaías que “crece como un retoño delante de Él”, es
decir, en su presencia. No depende de nadie para ser aprobado o recibir
reconocimiento; depende únicamente de quien la plantó: Dios.
Quizá lo que
estamos diciendo pueda parecer, al menos a alguien, un poco irreal, más poético
que consistente. Bien, pues dejemos hablar al Hijo, al Pastor según el corazón
de Dios, y nos daremos cuenta que Él mismo tiene a gala el no depender en
absoluto del testimonio de ningún
hombre, sino del de su Padre, bajo cuyos ojos está realizando la misión, el
pastoreo que le ha encomendado (Jn 5,19-20). Jesús, la plantación de Yahvé por
excelencia anunciada por Isaías (Is 61,3), es sostenido a lo largo de su misión
por su Padre; es su testimonio el que le importa, apoya y conforta: “Si yo
diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. El Padre es el que
da testimonio de mí, y yo sé que es válido… El Padre, que me ha enviado, es el
que ha dado testimonio de mí” (Jn 5,31-32 y 37).
A lo largo de
la última cena, sabiendo que entraba ya en su pasión, siendo consciente de la
destrucción física y anímica que había de afrontar en cuanto hombre y
sintiendo el total rechazo de su sensibilidad, Jesús se dirigió a su
Padre con palabras que sólo desde el alma se pueden pronunciar y comprender.
Recogemos el umbral con el que abre su oración: “Padre, ha llegado la hora;
glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti” (Jn 17,1).
¡Glorifícame, da testimonio de mí, para que mi testimonio acerca de ti sea lo
suficientemente luminoso como para que todos crean en ti y en mí! Esto es lo
que viene a decir Jesús en este primer compás de su oración al Padre.
Quiero agradecer la creación de este blog, dedicado a las vocaciones sacerdotales y de vida consagrada. Sus textos evengélicos, que siempre son de actualidad e interés para las personas de buena voluntad, me hacen crecer en la fe. Gracias amigos, os doy una puntuación alta
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