sábado, 23 de abril de 2016

Domingo V Tiempo Pascual



Jesús resucitado está en medio de su comunidad por el amor.

 En el discurso de despedida (Jn 13-16), Jesús anuncia a sus discípulos su ida al Padre y los consuela sobre las ventajas de esta separación, va a prepararles un lugar junto al Padre y después volverá y estará a su  lado dinámicamente presente por medio de su Espíritu y el amor.

       En una ciudad debidamente electrificada, el fluido eléctrico está presente en todos los edificios, pero no es efectivo en una habitación si no se pulsa el correspondiente interruptor. Igual sucede con Jesús resucitado que está presente en el corazón de todas las personas por medio de su Espíritu, suscitando buenos deseos y dando fuerzas para realizarlos. Y esto explica que la fuerza salvadora de Jesús esté presente en toda la humanidad. Pero para que todo sea efectivo, siempre es necesaria la libre colaboración de la persona, aceptando su presencia con una vida consagrada al amor,  porque Jesús no nos trata como máquinas sino como personas libres. Está dentro de nuestro corazón invitándonos a establecer una relación de amistad con él y el amor exige libertad. Y como Jesús es inseparable del Padre y del Espíritu Santo, tener relación con Jesús es tenerla con la Santísima Trinidad y convertirse en templos trinitarios. Puesto que Dios es amor, vivir inmersos en Dios es vivir inmersos en el amor.
 
       Este tipo de amor es un don de Jesús, que nos ha amado y capacitado para amar y con ello nos da la máxima felicidad: Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado (Jn 15,9-11).

Este amor no es un sentimentalismo: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.  Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.  Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando (Jn 15,12-14).

Esto explica las palabras de Jesús: conocerán que somos sus discípulos por el amor. Lógicamente una vida consagrada al amor en la vida diaria implica la cruz, como lo implicó para Jesús. Es lo que recuerda la 1ª lectura, que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios, pero la meta, que recuerda la 2ª lectura, lo merece:  « Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él Dios - con - ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el  mundo viejo ha pasado. » (Ap 21,4-5).

       La celebración de la Eucaristía es celebración del amor del Padre, que nos entrega su Hijo, y del amor del Hijo que se entrega a sí mismo como alimento de nuestro amor: si podemos amar es porque él nos ama y alimenta nuestro amor en la Eucaristía.
        
Rvdo. Antonio Rodríguez Carmona


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