sábado, 30 de abril de 2016

Domingo VI Tiempo Pascual





El Espíritu nos acompaña y enseña.

       El domingo pasado Jesús resucitado nos dijo que no nos ha abandonado, sino que está en medio de nosotros por medio del amor. Hoy nos lo vuelve a decir  y añade que esta presencia implica también la presencia dinámica del Padre y del Espíritu.

        Una de las facetas de la acción del Espíritu en nosotros es que nos ayuda a comprender y actualizar la palabra de Dios en las circunstancias concretas. Jesús habló anunciando la salvación en un contexto cultural concreto y con problemas concretos. Cuando cambian la cultura y los problemas,  ¿hay que repetir siempre literalmente sus enseñanzas y el resto de la palabra de Dios? ¿Es legítimo profundizar en ellas para poder iluminar los nuevos problemas  y la nueva situación cultural? ¿Es legítima la evolución doctrinal y organizativa en la Iglesia? No todos lo aceptan, como se ve después de los concilios, especialmente después del Vaticano II, en que han surgido grupos disidentes. Por otra parte surgen herejías, ¿cómo discernir la evolución correcta de la incorrecta?  Jesús anunció que es correcta y necesaria la evolución y que el Espíritu Santo ayudará a su Iglesia, especialmente a los apóstoles, sus testigos cualificados, a realizar esta profundización correctamente. El Espíritu Santo y la tradición apostólica es la respuesta correcta.  

La primera lectura ofrece un ejemplo de esta acción. Recuerda el conflicto que se dio en la Iglesia primitiva a propósito de la aceptación de los no judíos en la comunidad cristiana. Todos estaban de acuerdo en que la obra salvífica de Jesús estaba destinada al pueblo judío y a toda la humanidad, pero disentían en el modo. La razón era que en los oráculos de los profetas se anuncia la venida de los gentiles a Jerusalén para participar de la salvación mesiánica, por ejemplo Is 60. Unos interpretaban estas palabras en el sentido de que los gentiles tenían que hacerse previamente judíos circuncidándose y, como tales, recibir el bautismo, pero otros, con más razón, decían que los oráculos solo anunciaban el hecho de la llegada del Mesías salvador al pueblo judío y que esta salvación también se ofrecía a los no judíos, sin necesidad de que se circuncidaran. Se reúnen delegados de las comunidades con los apóstoles y dialogan sobre el problema, incluso discuten fuertemente. Y llegan a una conclusión: no se tienen que circuncidar los gentiles, pero en las comunidades en que haya judío y gentiles, éstos deben evitar acciones repugnantes para los judíos. Para esta conclusión se fundan en el hecho de que todas las verdades deben ser coherentes entre sí y que atribuir a la circuncisión un valor salvador implicaba deformar la fe, pues solo salva la muerte y resurrección de Jesús.

 Y lo interesante: se presenta la conclusión como obra del Espíritu Santo, con lo que enseñan que el Espíritu interviene por medio de estos diálogos e incluso fuertes discusiones, que son necesarias para llegar a la verdad. Lo importante es hacerlo con recta intención.

       La palabra de Dios tiene que iluminar la vida de la Iglesia y de sus fieles y en aplicación concreta hay que contar con la ayuda del Espíritu Santo en los diversos niveles (toda la Iglesia, diócesis, parroquia, grupo eclesial), que actuará en la medida en que se proceda con recta intención, con la debida preparación (el Espíritu no suple el esfuerzo humano) y a la luz de toda la palabra de Dios, pues el Espíritu no se puede contradecir.

       En la celebración de la Eucaristía el Espíritu nos ayuda a comprender la palabra de Jesús y llevarla a la vida.


Rvdo. D. Antonio Rodríguez Carmona

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