lunes, 9 de mayo de 2016

Testigos




Después de resucitado, Señor, estuviste cuarenta días dando las últimas recomendaciones a tus discípulos ‒ellos en representación de todos nosotros, tu Iglesia‒, les explicaste el sentido de tu muerte y resurrección para la salvación del género humano y les apremiaste a que fueran tus testigos.

Entiendo que ser testigo implica conocer perfectamente el asunto, detalles, personas y actuaciones de aquello sobre lo que se ha de testificar. En este caso, Señor, quieres  que testifiquemos sobre tu misterio de salvación, que la experimentemos y vivamos. No se trata de que hablemos como un profesional que da una lección magistral, sino como unos solícitos trabajadores que se meten e identifican en su obra  de tal forma que son unos con ella. Que con nuestro actuar y nuestra vida mostremos aquello que con palabras más o menos elocuentes manifestamos. Que aquellos ante los que tenemos que testificar tomen en cuenta nuestras obras más que nuestras palabras, que se tengan que rendir ante la evidencia de que cumplimos aquello que predicamos.

Claro que esto no podemos hacerlo solos, tenemos que tener muy claro que Tú no te fuiste de esta vida material, sino que sigues actuando, lo único que obras a través nuestra, o sea, que somos nada menos que instrumentos de tu trabajo, herramientas en manos de un excelente obrero. Pero herramientas de no mera materia, sino con vida, con libertad, con raciocinio. Y estas cualidades las tenemos porque te tenemos a ti; no somos nosotros, sino Tú metido en nosotros.

“¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” Nos estás diciendo que no nos quedemos quietos e inmóviles, sino que transmitamos los conocimientos de los que nos has imbuido y la vida de la que nos has dotado. No quieres testigos parados y estáticos, sino dinámicos y activos. Tu mandato es que yo publique lo que Tú me has enseñado, que no me guarde para mí solo ese tesoro, sino que en mi ámbito de trabajo, en mi familia, en mi ambiente social lo comparta con todos. Me estás diciendo que no esté parado esperando a que alguien me pregunte por mi religión y mi Dios, sino que sea yo el que tome la iniciativa, dé el primer paso y testifique.

Dame, fuerzas y entusiasmo, para llevar a cabo tu mandato y perdona por tantas veces como te fallo.


Pedro José Martínez Caparrós

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