jueves, 12 de mayo de 2016

Llegó la primavera


Señor, esta tarde, al estar en el jardín de mi hija acompañando a mis nietos en sus juegos, he caído en la cuenta de que ya estamos en primavera.

 ¡Qué variedad de policromados colores en las flores! ¡Qué pluralidad de perfumes desprenden!

Gracias por tu dedicación en aquel tercer día de la creación. Hay muchos incrédulos que niegan tu existencia, Señor, porque no te ven físicamente, pero ¿tampoco ven tu obra? Solamente tienen que abrir los sentidos de la vista y el olfato para darse cuenta que la complejidad en la gama de colorido y perfume de esas flores de algún sitio habrá salido.

Gracias, Señor, por la grata tarde que he pasado; por el entretenimiento, aunque este prácticamente es diario, que esos juguetones niños me proporcionan y por la embriaguez sensorial que me ofreció, el aspirar la pluralidad en matices olfativos al ir acercando mi nariz he de reconocer que ya está muy disminuida su sensibilidad a las variopintas clases de plantas en flor que allí había. Si los matices olfativos difícilmente los percibía, no ocurría lo mismo con el colorido, mis ojos sí distinguían perfectamente, incluso, las distintas tonalidades de colores. Gracias, Señor, por hacerme consciente, en ese momento, de tu obra.

Algunos científicos con sus tecnologías creen, en su soberbia, inventar lo más importante para el hombre, pero no se dan cuenta que la sencillez de una flor es capaz de satisfacer, más que todos los bienestares, el espíritu humano. Los mejores pintores sentirán envidia de la perfección de la flor, pero nunca podrán igualar tu obra, Señor. Los químicos, ayudados de sus probetas y demás aparatos, nunca llegarán a dar con la sencillez del perfume de la rosa. Y si todos ellos fueren capaces de llegar, alguna vez, a lograr lo pretendido, siempre tendremos que decirles que es una copia. La patente del original la tienes Tú.

Gracias, Señor, por el conjunto de tu obra: por esas flores, por la profundidad de los mares, por la inmensidad de los océanos, por los peces, animales terrestres y aves, por el azul cielo, por mis hermanos, los hombres… por todo, Señor, gracias.


Pedro José Martínez Caparrós

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