viernes, 10 de marzo de 2017

II Domingo de Cuaresma



Conocer apasionadamente a cristo resucitado

        La lógica de la liturgia no es lineal sino cíclica. No basta con exponer un tema una vez, hay que hacerlo varias veces, pero variando el punto de vista y los subrayados. El domingo pasado se nos invitaba a conocernos a la luz de Cristo resucitado, este domingo se subraya el segundo elemento: conocer la gloria de Cristo resucitado para compartirla. El Evangelio contiene dos ideas centrales: Cristo resucitado y la invitación del Padre a escucharlo.

        Jesús en su transfiguración ofrece un adelanto a tres discípulos de lo que será la meta del camino que ha emprendido y que pasa por la muerte: resucitar para compartir la gloria de Dios. Es una meta que está de acuerdo con la Ley y los Profetas, como testifica la presencia de Moisés y Elías, representantes del AT. La visión entusiasmó a los tres testigos presentes, hasta tal punto de que propusieron perpetuar la experiencia quedándose a vivir allí. Fue una experiencia similar a la que tuvo Saulo en las puertas de Damasco y lo convirtió en discípulo que lo deja todo para conseguir compartir plenamente la resurrección de Jesús (Flp 3,7-11).
  
        Jesús de Nazaret, como nuevo Adán, se solidarizó con la humanidad  caída, echó sobre sí el pecado del mundo y se convirtió en nuestro representante ante Dios. Toda su vida fue una entrega a la voluntad del Padre por amor, proclamando el reino que Dios Padre quiere empezar a instaurar. Por eso murió. Por eso, cuando el Padre lo resucita, por una parte, confirma todo su mensaje sobre el reino de Dios y, por otra, glorifica su humanidad con todos los que representa. Así, en la resurrección de Cristo, todos hemos resucitado virtualmente, es decir, tenemos derecho a resucitar con la condición de aceptarlo a él y vivir su camino (segunda lectura). De esta forma Cristo resucitado está en el origen de la fe cristiana y en su meta. 

La religión cristiana es la aceptación apasionada de una persona, no como mero maestro de vida, que lo es, sino por la salvación que ofrece en su misma persona. El amor a Cristo y la unión con él es fundamental. Cristiano es seguidor de Cristo resucitado. Hay una moral, pero esto es una consecuencia. De aquí la importancia que tiene en la iniciación cristiana el conocer a Jesús como salvador. Es la primera tarea que nos recuerda la Cuaresma: profundizar en el conocimiento y en la amistad de  Jesús, mediante la oración, audición de la palabra de Dios y su imitación en la vida de cada día.

        El segundo centro del Evangelio son las palabras del Padre: Este es mi Hijo amado, escuchadlo.  ¿Escuchar qué? Lo que nos ha narrado el evangelista desde 16,21ss: anuncio de muerte y resurrección de Jesús, invitación a negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Jesús, lo que equivale a vivir de espaldas a lo culturalmente correcto; cuando venga Jesús en la gloria del Padre como juez, juzgará con este criterio. Algunos de los presentes tendrán una prueba antes de morir de la gloria futura de Jesús. La tuvieron seis días después Pedro, Santiago y Juan. Escuchar a Jesús es vivir como él. Esto es la moral cristiana: hacer efectivo el derecho a resucitar con Jesús, actualizando su camino en nuestra vida concreta, convirtiéndonos en peregrinos de la fe como Abraham (1ª lectura).

        La celebración de la Eucaristía debe ser una experiencia fuerte de Cristo resucitado, al que aceptamos como centro de nuestra vida desde el bautismo y a cuya entrega al Padre nos unimos en la actualización sacramental de su sacrificio.

D. Antonio Rodríguez Carmona


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