lunes, 6 de febrero de 2017

Vosotros sois luz del mundo


Jesús viene a anunciar un Reino misterioso, pero no invisible. Un Reino sin exhibicionismos, pero que sí se vea. Nos anuncia un Evangelio, buena noticia por parte de Dios.
Por eso, desde un comienzo, nos habla de que “somos sal de la tierra” y “luz del mundo”. “Sal” que da nuevo estilo y sabor a la vida. “Luz” que se deja ver y además alumbra para que otros también puedan ver.
La verdad no es para esconderla. La verdad es para anunciarla. Lo bueno no es para callarlo. Lo bueno es para compartirlo.
Jesús encendió las velas de nuestras vidas, y ahora es a nosotros a quienes nos toca mantenerlas encendidas. Él pone la luz en nuestras vidas. Mejor dicho Él mismo es luz en nosotros. A nosotros nos corresponde alumbrar al resto.
Se cuenta de un ciego que, en una noche oscura de invierno, se le ocurrió encender una linterna. Mientras iba de camino tanteando con su bastón, un amigo suyo le pregunta: “¿Pero para qué llevas esa linterna encendida si tú eres ciego y no te sirve para nada?” A lo que el ciego respondió: “A mí no, pero a ti sí. Sin la luz de mi linterna tú andarías mal para caminar en medio de la oscuridad.”
Cuando Jesús quería manifestarse hacía milagros, que Juan llama “signos”,”señales”. Es posible que nosotros no podamos “hacer milagros”, pero sí podemos hacer signos, señales que marquen y señalen el camino a los demás. Lo que Jesús quiere es eso: que seamos signos, señales que marquemos y señalemos el camino a los demás. Es preciso ser luz, lámpara que alumbre. Pero las lámparas alumbran en la medida en que están iluminadas por dentro. No es nuestro cuerpo el que alumbra, sino nuestra vida. No es nuestro traje el que ilumina, sino la luz que arde en nuestro corazón.
Alumbramos a Dios cuando dentro brilla la luz de Dios. Somos signos de Dios cuando dentro de nosotros, Dios es nuestra realidad. Siempre he sentido curiosidad por los focos o bombillas. Unos hilillos casi imperceptibles y cuánta luz emiten. Se quiebra uno de esos hilillos y la bombilla queda sin luz. Ya no alumbra.
¿Cómo serán esos hilos interiores en los que se prende la luz de Dios, para que podamos iluminar y alumbrar a los que están a nuestro lado?

J. Jáuregui

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