sábado, 11 de febrero de 2017

VI Domingo del Tiempo Ordinario




Jesús cumplimiento de las promesas y auténtico intérprete
de la voluntad de Dios.

        El Evangelio continúa la presentación del Evangelio del Reino, resumida en el Sermón de la Montaña. En los domingos anteriores se ha presentado la parte fundamental, representada por las bienaventuranzas. Ahora continúa explicitando lo anterior, pero de forma polémica, frente a legalismo y fariseísmo, dos deformaciones de la vida religiosa.

        Dios dio a su pueblo la Ley o Torá, explicada y urgida después por los profetas. Ley o Torá se refiere a los dones que Dios ha dado a Israel, básicamente la liberación del éxodo y la primera alianza en el Sinaí, por la que lo constituye su pueblo, y  una serie de promesas encaminadas a la plenitud de salvación en el futuro. Y junto con estos dones, le dio también el don de normas que les indican cómo tienen que corresponder a ellos. Así el concepto de Ley en la Biblia es más amplio que en nuestras lenguas, que solo alude a normas.

        En este contexto Jesús denuncia dos deformaciones corrientes de la vida religiosa, coincidentes en ponerla al servicio de los propios intereses y no al de Dios: la que se suele dar entre escribas o expertos en la Ley, en los que es frecuente el legalismo, y en los fariseos, grupo de personas que quieren vivir una religiosidad minuciosa y que frecuentemente actúan hipócritamente, de cara a quedar tranquilos y a la aprobación de sus correligionarios, y no de cara a Dios: si vuestra justicia o forma de cooperar con la voluntad de Dios no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos (5,20).

        Jesús declara que no ha venido a destruir la Ley y los profetas, sino a darle cumplimiento.  Cumplir es llenar de contenido. Jesús llena de contenido la Ley sinaítica desde dos puntos de vista, primero, en cuanto que cumple las promesas y lleva a plenitud con su muerte y resurrección la primera alianza, y, segundo, en cuanto ofrece la verdadera interpretación de las normas ya dadas, una de las facetas que se esperaba que realizaría el Mesías (Samaritana: “El Mesías vendrá y lo explicará todo”: Jn 4,25). En su interpretación Jesús enseña cómo hay que cumplir todas las normas como medio que ayude a crecer en el amor a Dios y al prójimo, que es la finalidad de la alianza. Por ello no sólo reinterpreta deformaciones legalistas  del mundo de los escribas, como las referentes a la observancia del sábado, sino que llega incluso a anular algunas normas del Antiguo Testamento, como la del libelo de repudio, porque no corresponden al designio primitivo de Dios, sino que la permitió Moisés por la “dureza de vuestro corazón” (Mt 19,8). Jesús no es legalista ni enemigo de leyes. Acepta normas, pero siempre al servicio de la vida. Realmente no hay vida sin normas. Incluso los que critican su existencia, están sometidos a las normas, a veces no escritas pero reales, que dicta el grupo de lo “políticamente correcto”, sea de carácter progresista como conservador.
        Dios ha creado al hombre libre (1ª lectura) para que pueda elegir el camino de cooperación con el don de Dios, que se reduce a amar a Dios y al prójimo, y el amor exige libertad.

        Al discípulo de Jesús toca recibir el don de Dios y cumplir o llenar de contenido sus exigencias con una vida coherente, iluminada con la interpretación de Jesús, “sabiduría de Dios”  (2ª lectura) que profundiza la sabiduría humana, inspirada en la ley natural y corrige sus desviaciones, inspiradas en el egoísmo, que no conducen a la vida.

        En la Eucaristía damos gracias al Padre por Jesús, porque nos ha hecho miembros de la nueva alianza; en ella nos unimos al sacrificio de Jesús con una vida conforme a la interpretación dada por él.

 D. Antonio Rodríguez Carmona




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