sábado, 6 de junio de 2020

Domingo. Fiesta de la Santísima Trinidad



Dice Jesús, que "tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo para que todo el que crea en Él, tenga Vida Eterna".

Un primer soplo, que oxigena mi alma ante estas palabras, me lleva a San Pablo. Tras toda su vida de mentira tras mentira y violencia tras violencia a causa de su fanatismo farisaico, parece como si abstrayéndose del mundo, en cuanto macro colectividad, y mirándose a sí mismo, cayese otra vez en tierra, acertando apenas a balbucir: ¡Me amó y se entregó por mí! (Gal 2,20).  Le cuesta creérselo, necesita repetírselo a sí mismo: ¡Por mí, por mí, se entregó por mí!

Cuando alguien viene a saber, como Pablo, que aunque haya hecho lo indecible,  el Hijo de Dios se entregó a la muerte, la más ignominiosa posible, por amor a Él, la conversión está servida en bandeja. Eso fue lo que le pasó a Pablo, cuando comprendió que su vida había tenido más valor que la de Jesús la cual fue por completo devaluada en el Calvario, porque se dejó entregar. Desde entonces se abrazó incondicionalmente a la única pasión con sello de inmortalidad que nos es posible vivir en la tierra: la pasión por Jesús y su Santo Evangelio, que Él mismo proclamó inseparables (Mc 8,35).

Ante esto, no olvidemos el grito desgarrador de nuestro amigo: "¿cómo creerán los hombres en el Evangelio si no son enviados?
(Rm 10,15).
(Antonio Pavía) 
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