miércoles, 16 de diciembre de 2015

La luz que me coge de la mano




Conocemos el amor que tú nos has dado, amor sin límite, indecible, que nadie puede abarcar; el amor que es luz inaccesible, luz que actúa en todo.

¿Qué es lo que no hace esta luz, qué es lo que no es esta luz?

Ella es belleza y gozo, dulzura y paz, misericordia sin límite, abismo de compasión. Cuando la poseo no la percibo; sólo la veo cuando se aleja. Me echo a correr para retenerla y ella se escapa del todo. No sé qué hacer y me siento consumido por el anhelo. Aprendo a pedir y buscar con humildad y entre lágrimas; aprendo a no considerar como posible aquello que sobrepasa la naturaleza, ni considero como efecto de mi capacidad y esfuerzo humano aquello que proviene únicamente de la compasión de Dios y de su infinita misericordia...

Esta luz nos coge de la mano, nos fortalece, nos enseña pero ser revela huidiza cuando más la necesitamos. No viene en nuestra ayuda cuando nosotros lo queremos- esto sólo es de los perfectos-, sino cuando nos encontramos turbados y completamente agotados. Aparece de lejos y se hace sentir en mi corazón. Me pongo a gritar hasta ahogarme por el deseo de agarrarla, pero todo permanece en la noche y me quedo con las manos vacías. Olvido todo, me siento a llorar, sin esperanza de volverla a ver nunca más. Cuando cesa el llanto y consiento en pararme, entonces, misteriosamente, me coge entre sus manos y me deshago en lágrimas sin saber quién está conmigo iluminando mi espíritu de una suave luz.



(Simeón, el Nuevo Teólogo (hacia 949-1022) monje ortodoxo
Himno 18, SC 174 pág. 74-82)


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