sábado, 15 de diciembre de 2018

III Domingo de Adviento




Satisfacer las esperanzas humanas es el camino para satisfacer la esperanza final.

         El domingo pasado escuchábamos el mensaje de Juan Bautista de forma genérica: ¡Convertíos! Hoy el mismo Juan nos dice de forma concreta qué significa convertirse cada uno en su situación concreta, en trabajar por la justicia y la fraternidad: el que tenga dos túnicas, que comparta... no exigir más de lo justo... no robar sino contentarse con la paga.

La palabra conversión significa dar media vuelta (en el caminar), volviendo a la alianza, es decir, a Dios y a los hermanos. Por el bautismo somos miembros integrantes de la nueva alianza, en la que todos somos hermanos y servimos a un mismo Padre por Jesucristo. El pecado hace que caminemos de espalda a los intereses de Dios y de los hermanos, convertirse es volverse a los intereses de Dios, que son los de mis hermanos concretos. Amamos a Dios, a quien no vemos, amando a los hermanos concretos, a los que vemos.

        Esto implica examinar mis relaciones concretas con los diversos círculos de hermanos concretos que me rodean, dentro de la familia, trabajo, ciudad, nación, el mundo... Y examinar mi postura ante Dios, fuente y garantía de la alianza. Este es el camino concreto que llevará a satisfacer las promesas que esperamos.

         Se acusa frecuentemente a la esperanza cristiana de ser alienante e individualista, haciendo volver los ojos al cielo en busca de una esperanza futura, olvidando los problemas actuales de la tierra. Los problemas de la tierra son humanos, han sido causados por hombres y somos los hombres los responsables de su solución. Esto es verdad y hay que hacerlo en la medida de nuestras posibilidades reales, pero lo que hace la esperanza cristiana es integrar este trabajo en el marco superior de la esperanza cristiana, que ayudará, por una parte, a purificar las esperanzas humanas, y, por otra, a fortalecer el compromiso por la solución de los problemas humanos.

        Por una parte purifica las esperanzas  humanas, eliminando las que son contrarias al hombre y no responden al plan de Dios. Por este motivo los cristianos deben practicar el “desprecio del mundo”, es decir, apartarse y combatir todas las actividades que están al servicio de la opresión, la injusticia y la vanidad de unos pocos. Por otra, la esperanza cristiana purifica las esperanzas humanas nobles de elementos impuros, egoísmos personales, y da fuerza para superar las dificultades que se presentan en esta tarea. El amor cristiano, gratuito y fuerte, aumentará la constancia en la consecución de la meta.

        Al final Dios enjugará las lágrimas de los que trabajan ahora por enjugar lágrimas. Por eso esta tarea es motivo de alegría, tema que subraya la liturgia de hoy. El que siembra alegría, cosechará la alegría final. Si guardáis mis mandamientos (el amor fraterno), permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea colmado (Jn 15,10-11). Jesús quiere que compartamos plenamente su alegría y el camino para ello es el servicio concreto al hermano. Servir como él ha servido.

        Finalmente la esperanza cristiana es comunitaria. Cada cristiano, como persona responsable, ha de dar cuenta de su vida, pero camina de la mano de todos sus hermanos hacia la patria común.

        La Eucaristía es fuente de alegría, porque es comunión con Jesús y con su alegría, el que se entregó a hacer la voluntad del Padre. La comunión con él fortalece para trabajar por las esperanzas humanas nobles.

        Dr. don Antonio Rodríguez Carmona


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