sábado, 22 de diciembre de 2018

IV Domingo de Adviento






María, modelo de esperanza

        La liturgia invita a terminar el Adviento de la mano de María, la que esperó confiadamente en el primer adviento. Ella es modelo de esperanza.

        La solidaridad juega un papel importantísimo en la Historia de la salvación. Todos nacemos solidarios con el primer Adán, herederos de su pecado. Igualmente todos nosotros hemos sido perdonados y hechos hijos de Dios gracias a la solidaridad del Hijo de Dios, el nuevo Adán, que se hizo hombre y murió y resucitó por nosotros. Dios ama al hombre y lo ha creado libre como condición necesaria para que pueda corresponderle, amándolo libremente. Sin libertad no hay amor. Por eso Dios en la obra de la salvación cuenta con la libertad solidaria de los hombres y mujeres.

        Hoy recuerda la liturgia la solidaridad de María. Su aceptación del plan de Dios hizo posible la encarnación del Hijo de Dios. A partir de su sí, toda su vida gira en torno a su Hijo, espera su nacimiento con ilusión de madre, lo recibe en sus brazos, lo educa y lo acompañará hasta su muerte. Para realizar adecuadamente su tarea se apoyó en su fe y en la oración. El Evangelio de hoy la presenta como la creyente. Es interesante constatar los caminos de Dios. El ángel anuncia a María la encarnación y ella creyó y acepta el ofrecimiento de Dios. Pero, después de su sí, ¿qué pasó? María no sintió inmediatamente nada. Realmente las cosas importantes son invisibles a la experiencia humana. En ese momento el Hijo de Dios se encarnó y se consagró a hacer la voluntad del Padre (2ª lectura). Comienza el sacrificio sacerdotal de Jesús. Prueba de la fe de María es que, sin experimentar nada, se pone en camino a echar una mano a Isabel. Y es ésta la encargada por Dios de dar a conocer a María que ya había concebido al Hijo de Dios y de felicitarla por su fe.  A esta felicitación respondió ella con el Magníficat, una oración de acción de gracias al Dios “revolucionario” que enaltece a los humildes y fecunda a las vírgenes. De esta forma María colabora en la realización de las esperanzas de los hombres con su solidaridad.

Nosotros hemos recibido la fe gracias a la colaboración solidaria de miles de personas que han silo los eslabones de una larga cadena que, empezando por Jesús y María, ha llegado a nosotros por medio de nuestros padres y maestros. Y ahora nos toca ser eslabones en nuestro tiempo, porque la solidaridad sigue siendo ley fundamental de la salvación. Dios cuenta con nosotros para que los frutos de la obra de Jesús lleguen a todos los hombres. Hemos de ser instrumentos de las esperanzas de los demás y de esta forma conseguiremos la plenitud de nuestra esperanza. Esta solidaridad se concreta en nuestra palabra y ejemplo. Como dice san Pablo, Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.  Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?... Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo (Rom 10,13-17).  Esto implica que tenemos que acoger la palabra de Dios, encarnarla en nuestra propia vida y darla a conocer como testigos. Como la primera encarnación fue fruto del Espíritu Santo y de la solidaridad humana por medio de María, igualmente hoy Jesús se hace presente en los hombres por medio de la gracia del Espíritu Santo y de nuestra solidaridad misionera. El Año de la Fe que celebramos nos urge a asumir esta misión.

En esta tarea es necesario imitar a María en la manera de acoger con fe la palabra. El Evangelio la presenta como la creyente humilde de la palabra y la orante con perseverancia. Y ahora, glorificada, ayuda a la Iglesia peregrina a realizar la tarea de hacer presente a Jesús en todos los hombres.

«La Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, como « estrella del mar »: Ave maris stella. La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su « sí » abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14)? » (Encíclica Spe Salvi  49).

La Eucaristía es momento privilegiado para alimentar nuestra condición de cooperadores solidarios de las esperanzas de los hombres. En ella recibimos la Palabra y nos convertimos en sus testigos vivientes.

D. Antonio Rodríguez Carmona

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