sábado, 29 de diciembre de 2018

LA SAGRADA FAMILIA, JESÚS, MARÍA Y JOSÉ





La familia cristiana

Hoy la liturgia invita a contemplar una faceta complementaria y necesaria de la encarnación del Hijo de Dios, que no termina con el parto y llegada de un nuevo ser al mundo. Todo recién nacido es un ser débil e indefenso que necesita de una familia que lo acoja y le ayude a crecer y desarrollarse. Por ello Jesús también necesitó de una familia que le ayudara a crecer y desarrollarse. María y José realizaron esta tarea en el seno de una vida familiar que se prolongó bastantes años. El Hijo de Dios por amor al hombre se solidarizó con él y pasó por todas las etapas de una existencia humana normal. Como se lee en la carta a los Filipenses 2,6-7, Jesucristo, “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo (o criatura débil), pasando por uno de tantos...”, necesitado de una educación y un conocimiento experimental día a día. Pudo haber realizado la redención actuando como Hijo de Dios en poder, pero prefirió hacerlo como un humano, igual a los demás, menos el pecado. Esto significa que se hizo bebé necesitado de todo, pasó por la situación infantil, adolescente, juventud... y en esta situación los cuidados de José y María fueron necesarios. De ellos aprendió a andar, a hablar, a comportarse en público, de ellos recibió la cultura judía. Por ello sus padres han contribuido de forma importante en su encarnación.

Con este motivo la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la familia en general y la familia cristiana en particular. La familia es una institución natural que aparece en todas las culturas, independientemente de razas y religiones. La unión amorosa y fecunda de un hombre y una mujer, cuyo fruto natural son los hijos, se encuentra por todas partes, no depende de leyes de gobiernos. Es una realidad necesaria para la realización de la persona y por ello debe ser objeto de cuidado y apoyo por parte de la sociedad y sus gobiernos. Jesús asumió esta realidad y la santificó, convirtiéndola en medio de santificación, pues la gracia de Dios no destruye la naturaleza, sino que la purifica, potencia y defiende de aberraciones.

La familia cristiana, a la que pertenecemos los cristianos que estamos celebrando esta fiesta, es el lugar que ha acogido nuestra vida, la ha ayudado a crecer humana y cristianamente, pues en ella hemos recibido la semilla de la fe cristiana que nos ha hecho hijos de Dios.  Para Jesús su familia fue el lugar en que “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Evangelio) y esta debe ser la tarea de toda familia cristiana, ayudar al crecimiento humano y cristiano ante Dios y los hombres, pues el cristiano pertenece a la vez a la familia humana y a la familia de los hijos de Dios (2ª lectura). De esta forma la vida familiar debe ser lugar de santificación, pues debe ser hogar en que arde constantemente el fuego del amor (hogar viene de hoguera) y se va creciendo en el amor servicial de unos y otros, ayudándose mutuamente en las necesidades materiales y espirituales y respetando la conciencia y libertad de conciencia de cada uno. Jesús se quedó en el templo, los padres no lo comprendieron, pero lo respetaron, conscientes de que sobre ellos estaba el Padre que está en el cielo. En esta época de nueva evangelización, la familia debe potenciar su papel de Iglesia doméstica donde se recibe la fe de forma vital con el ejemplo y las palabras de sus miembros.

Hoy día se combate desde varios frentes la familia como tal y la familia cristiana. La mejor forma de defenderla es el ejemplo de familias unidas y felices que hacen agradable la vida.

La Eucaristía es la reunión de la familia de los hijos de Dios. En ella damos gracias por la familia humana y pedimos la gracia de vivir como miembros que cooperan en la realización de su tarea.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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