miércoles, 26 de diciembre de 2018

María, admirada siempre



 He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño.
 Habitó en el seno de una muchacha, Aquél que llena de sí el mundo (…).

Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida. Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al mundo.

Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime que te abrace.

Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis canciones; soy tu Madre, pero te honraré. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.

Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza para alabarte .No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban los truenos.
Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.

He aquí que todo Tú estás conmigo, y sin embargo estás enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti. Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita. Que me sostenga el cielo con su abrazo, porque yo he sido más honrada que él.

El cielo, en efecto, no ha sido tu madre; pero lo hiciste tu trono. ¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono!

Te bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con hermosas canciones.

 (San Efrén de Siria. Himno, 18)

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