Unos antes, otros después, a lo largo del verano
hay tiempo para vacaciones. No todo el mundo puede tomárselas, pero todos, de
una manera u otra disminuyen el ritmo de actividad de la vida ordinaria, y
muchos lo hacen para dedicarse a otra actividad complementaria. Porque
vacaciones no es tiempo de no hacer nada, sino de hacer otra cosa, que
complemente nuestra formación, que ayude al descanso, que nos dé oportunidad de
desarrollar aspectos que no pueden desplegarse en el ritmo ordinario del año.
Hay quienes plantean las vacaciones como tiempo de
desenfreno. Como si estuvieran todo el año reprimidos y en vacaciones de
desatan. Cuando estos vuelven a la vida ordinaria experimentan una fuerte
depresión. Las vacaciones no pueden plantearse desde el desenfreno, sino
haciendo aquello que nos gusta –supuesto que tenemos buen gusto- poder vivir un
tiempo sin la presión de los horarios y de las agendas. Cuando uno piensa en
las vacaciones, piensa en visitar a los amigos, en convivir con la familia, en
hacer turismo, en tomarse un tiempo de mayor descanso. Quizá no pueda hacer
todo lo que se le ocurre, pero ha dejado suelto el espíritu y ha recuperado
energías para afrontar de nuevo la vida ordinaria.
En este descanso, un lugar preferente lo ocupa
Dios. A lo largo del año, vamos con el tiempo justo. En vacaciones, podemos
dedicar más tiempo a la oración, a la lectura pausada, a la contemplación de la
naturaleza. Dios está ahí, y quiere ser nuestro descanso, y además es un
descanso gratuito. “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto
hasta que descanse en Ti”, nos recuerda san Agustín en sus Confesiones.
Descansemos en Dios, conectemos con las motivaciones positivas que han dado
sentido a nuestra vida, renovemos aquel amor primero que es capaz de
impulsarnos a grandes empresas.
Durante las vacaciones, muchos niños y jóvenes de
parroquia acuden a campamentos de verano. Son una ocasión preciosa para crecer,
para convivir, para hacer nuevos amigos, para estar con Jesucristo en el
fresquito de la mañana o en la Misa del atardecer. El tiempo de ocio es tiempo
para la evangelización, es decir, para la experiencia más fuerte de Jesús en
medio de nosotros, en medio de su Iglesia, en esa cadena de adultos, jóvenes y
niños que se anuda en estas ocasiones. En vacaciones, muchos adultos toman unos
días de retiro espiritual en un monasterio, en una casa de ejercicios. Es un
tiempo intenso de relación con Dios, que restaura muchas heridas y fortalece
para la misión que cada uno ha recibido.
Celebré hace pocos días la Eucaristía con un
numeroso grupo de misioneros de toda Andalucía (se habían ofrecido más de tres
mil, y fueron seleccionados unos cuatrocientos). Durante ocho días se han
dedicado a evangelizar por las calles y plazas, viviendo aquella experiencia
que describe el Evangelio de san Lucas 10,1ss: “los envió de dos en dos a todos
los pueblos y lugares… sin alforja, sin sandalias… llevando la paz a todos”. Al
regreso, venían desbordantes de gozo, porque habían experimentado la verdad de
esta Palabra en sus vidas, en medio de múltiples privaciones e incluso
rechazos. Habían experimentado sobre todo la fuerza y la verdad del Evangelio,
habían constatado que los pobres eran los mejor dispuestos a recibir la buena
nueva. Todos nos contagiamos de la alegría de este anuncio. Otro tanto les
ocurrirá a los que van en misión ad gentes, como los de Picota/Perú (tres
expediciones este verano), o los que dedican tiempo para servir a los más
pobres. Algunos han viajado a Calcuta. La fe se fortalece dándola, nos decía
Juan Pablo II.
He participado en convivencias sacerdotales, donde
también los sacerdotes tienen la oportunidad de descansar con el Señor y en la
amistad de los hermanos. He visitado campamentos de niños y jóvenes, donde la
algarabía de la edad aprende la disciplina y el servicio sacrificado, al tiempo
que la supervivencia en contacto con la naturaleza y liberados de tantos
cachivaches que tienen en sus casas. Varias expediciones hacen el Camino de
Santiago o una peregrinación a Fátima en el centenario de las apariciones. Hace
pocos días acompañaba a la primera peregrinación de la Hospitalidad de Lourdes
en Córdoba, que tiene como objetivo llevar enfermos a Lourdes, y en esta
primera edición ha acudido un buen grupo.
Que las vacaciones sean tiempo de provecho, de
descanso, de hacer otras cosas, de llenarse de Dios. Felices vacaciones para
todos.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández,
Obispo de
Córdoba
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