Nos relata el apóstol Juan un episodio en el Evangelio de Jesucristo (Jn
2, 1-11) – siempre el Evangelio es de Jesucristo, aunque lo relate alguno de
los Apóstoles-, con referencia a una invitación
que se recibe para asistir a una boda en Caná de Galilea.
Da la impresión que a la boda ha sido invitada la Virgen María, y que es
Jesús posteriormente el que es a su vez invitado con los discípulos. Sea como
fuere, María, siempre atenta a las necesidades de los demás, se da cuenta de
que falta el vino.
En la cultura judía, y en la nuestra, el vino es la alegría, es la
bebida que alegra el corazón del hombre. Y la falta de él, en aquella ocasión
podía interpretarse como un descuido del maestresala, o incluso de los novios.
Es un detalle, si queremos, si no insignificante, es un detalle menor, para que
en Evangelio se presente como algo digno de mención. Entonces por qué esta
importancia, cuando, seguramente, en los Evangelios se nos relatan cosas de
suyo mucho más importantes.
La clave debe estar en otro sitio. Yo creo que la clave está en el
cuidado de María atendiendo a los más mínimos detalles, pero, sobre todo, en la
forma de decirlo: “…Le dice a Jesús su
Madre: no tiene vino…” No le dice: ¿cómo les podemos ayudar? O ¿qué podemos
hacer, vamos a comprar antes de que se den cuenta los invitados? ¡No!
Simplemente le expone el problema a Jesús. Y ante la respuesta de Jesús: “…No ha llegado mi hora…”, María no
insiste; solamente les dice a los sirvientes: “…Haced lo que Él os diga…”
Hay un Evangelio que también nos relata Juan ( Jn 11,1-45) sobre la
resurrección de Lázaro. El episodio es muy conocido, y quería detenerme en el
“saludo” de Marta al Señor. Le dice: “…Señor,
si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano…”
Está en la misma línea que Maria de Nazaret: expone el problema, no le
pide la solución. Se aflige con el dolor propio del momento, de la ausencia de
Jesús. Y le llama “Señor”, que es entre los judíos, el rango que sólo se le da
a Dios. Marta le reconoce como tal.
Hay un paralelismo entre los dos casos: en ambos María nuestra Madre, y
Marta, exponen el problema sin pedir nada; solo le exponen el problema. Saben
que Jesús va a dar la respuesta más satisfactoria, como así fue.
Y nosotros, ¿qué conclusión podemos sacar? Hemos de pedir con fe; con la
fe de María, con la fe de Marta. Sabiendo que el Señor sabe de nuestras
necesidades, pero sabiendo nosotros también que Él no nos va a dejar en la
estacada. El problema de las bodas de Caná es pequeño ante el problema de Marta
que ha perdido a su hermano. Para Jesús, no es el tamaño del problema. Es,
simplemente, un problema de fe. Es un problema de “fiarse“de Dios, que es lo
que significa “tener fe”. No en vano nos dirá Jesús: “…Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre, yo lo haré, para que el
Padre sea glorificado en el Hijo… (Jn 14, 13)
Del mismo modo en (Mt 21,22): “…Y
todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis…”
La clave está en que María nos enseña a rezar: Jesús ya sabe lo que
necesitamos; incluso no podemos tener la “osadía” de decirle con nuestras
peticiones en la oración, lo que Él debe hacer. Simplemente nos enseña a decir:
“no tenemos vino”. Nos faltas Tú, nuestro “Vino nuevo”, el “novio de nuestra
alma”.
Y por eso no tenemos que ayunar. Ayunaremos del pecado, de la comodidad
de una vida “sin complicaciones”, cumpliendo con las obligaciones que nos manda
“pesadamente” la Iglesia, como si fuera una carga que, indudablemente,
dejaremos un día abandonándola.
Ayunando del “cumplimiento: cumplo y miento”. Nos falta el Vino, Jesús.
Nos faltas Tú.
Esa será nuestra oración. ¡Dame
sed de Ti, dame hambre de Ti”!
Mi alma está sedienta de Ti, mi carne tiene ansia de Ti como tierra
reseca, agostada…sin agua. (Sal 62)
Tomas Cremades Moreno
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