viernes, 4 de agosto de 2017

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario. La Transfiguración del Señor


ALEGRÍA POR EL TESORO

        El domingo pasado se nos invitaba a alegrarnos por el tesoro que hemos recibido. Este domingo, en que la liturgia del tiempo ordinario es sustituida por la fiesta de la transfiguración del Señor, se nos ofrece otra faceta de este tesoro, Cristo resucitado, garantía de que resucitaremos con él. Nuestra vida tiene sentido.

        La primera lectura, tomada de Daniel, recuerda una profecía en la que se anunciaba que uno “como hijo del hombre”, un humano, que ahora sufre entre dificultades por su fidelidad a Dios, será glorificado por Dios. Y se aclara que este humano representa toda la humanidad. La profecía se ha cumplido en la resurrección de Jesús, glorificado por el Padre, y que nos capacita a todos los hombres a resucitar con él. En este contexto, la fiesta de hoy  significa un adelanto de la resurrección.

        La segunda lectura recoge el testimonio de Pedro que afirma que fue testigo de la transfiguración y en el evangelio se nos ofrecen rasgos de cómo fue esta experiencia. Jesús en su transfiguración ofrece un adelanto a tres discípulos de lo que será la meta del camino que ha emprendido y que pasa por la muerte: resucitar para compartir la gloria de Dios. Es una meta que está de acuerdo con la Ley y los Profetas, como testifica la presencia de Moisés y Elías, representantes del AT. La visión entusiasmó a los tres testigos presentes, hasta tal punto de que propusieron perpetuar la experiencia quedándose a vivir allí. Fue una experiencia similar a la que tuvo Saulo en las puertas de Damasco y lo convirtió en discípulo que lo deja todo para conseguir compartir plenamente la resurrección de Jesús (Flp 3,7-11).

A continuación aparece el Padre en una nube densa, que nos presenta a Jesús como mi Hijo amado, y nos manda  escuchadlo como medio para compartir su resurrección.  ¿Escuchar qué? Lo que nos ha narrado el evangelista Mateo desde 16,21ss: anuncio de muerte y resurrección de Jesús, invitación a negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Jesús, lo que equivale a vivir de espaldas a lo culturalmente correcto; cuando venga Jesús en la gloria del Padre como juez, nos juzgará con este criterio. Algunos de los presentes tendrán una experiencia antes de morir de la gloria futura de Jesús. La tuvieron seis días después Pedro, Santiago y Juan. Escuchar a Jesús es vivir como él. Esto es la moral cristiana: hacer efectivo el derecho a resucitar con Jesús, actualizando su camino en nuestra vida concreta.

        La religión cristiana es la aceptación apasionada de una persona, no como mero maestro de vida, que lo es, sino por la salvación que ofrece en su misma persona. El amor a Cristo y la unión con él son fundamentales. Cristiano es seguidor de Cristo resucitado.

        La celebración de la Eucaristía debe ser una experiencia fuerte de Cristo resucitado, al que aceptamos como centro de nuestra vida desde el bautismo y a cuya entrega al Padre nos unimos en la actualización sacramental de su sacrificio.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona



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