viernes, 18 de agosto de 2017

XX Domingo del Tiempo Ordinario



La fe se ofrece a todos, judíos y gentiles. En Dios no hay acepción de personas

        En una reunión familiar se echa de menos a los miembros que faltan. La Eucaristía es el banquete preparado por Dios Padre para todos sus hijos, pues Cristo ha muerto y resucitado por todos, ya que en Dios no hay acepción de personas. De esto nos hablan la 1ª lectura y el Evangelio.

La profecía de Isaías anuncia que Dios acepta a los extranjeros que practican la justicia y aman su nombre. En el Evangelio Jesús cura la hija de la mujer cananea como anuncio de que su obra salvadora está destinada también a los gentiles. Sin embargo, si nos fijamos en los presentes, faltan posibles destinatarios y hermanos nuestros. No están todos los bautizados de nuestra comunidad, no están los cristianos ortodoxos ni evangélicos, no están los miembros del pueblo judío, no están millones de personas que no conocen a Cristo. Y debemos echarlos de menos, pidiendo por ellos. Por eso, en la celebración, se pide por los presentes y por los “ausentes”:  Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo (anáfora III), acuérdate de aquellos que te buscan con sincero corazón (anáfora IV). La celebración de la Eucaristía tiene carácter ecuménico y misionero.

        La segunda lectura llama la atención sobre el pueblo judío. Su incredulidad fue motivo de preocupación para la Iglesia primitiva, pues si el pueblo judío, destinatario y buen conocedor de las promesas, no ha creído, tendrá sus razones para no hacerlo, ¿no estaremos nosotros equivocados?  Para aclararlo san Pablo dedica tres capítulos en la carta a los Romanos, ofreciendo unos razonamientos que iluminen nuestra postura ante el pueblo judío: no es un pueblo maldito ni deicida, pues Dios lo sigue amando, porque las promesas que hizo a los patriarcas son irrevocables; al final también se convertirán, porque es misericordioso con todos. A pesar de su incredulidad, mantienen los elementos positivos del AT, mediante los que se santificaron todos los justos del AT y por eso la religión judía sigue siendo un medio de salvación válido, aunque incompleto, para todas las personas de buena voluntad. Hay realidades incompletas, que no por eso dejan de ser válidas. Rechazaron a Jesús, que es culmen y cumplimiento de todas las promesas, pero no por eso los anteriores elementos del judaísmo (fe, esperanza, amor, buenas obras…) dejan de tener valor. Más aún, todos ellos se salvan practicando con recta intención la religión judía gracias a los méritos de Cristo, que se extienden por encima de las fronteras físicas de la Iglesia para abarcar a todas las personas de buena voluntad.

        Ante esto, no es cristiana una postura odiosa ante el pueblo judío, al que hay que amar como a todos los pueblos, más incluso, por las afinidades que tienen con nosotros. “Nuestros hermanos mayores” los llamaba san Juan Pablo II. Algunos miembros de una generación, mataron a Jesús, pero eso no implica que todo el pueblo judío sea responsable. Por eso hay que evitar palabras y gestos contrarios al espíritu cristiano.

Hay una larga historia de desencuentros mutuos que hay que ir superando por ambas partes. En este tema hay que tener claro que una cosa es el pueblo judío y otra bien distinta los actuales gobernantes del Estado de Israel, con el que se puede estar en total desacuerdo sin que eso implique rechazo al pueblo judío. Uno se puede sentir buen español, aunque no esté de acuerdo con el gobierno actual.

        La celebración de la Eucaristía recoge este espíritu ecuménico y misionero. Por eso pedimos no solo por todos los cristianos, sino también por los no cristianos, vivos y difuntos. Este espíritu hay que llevarlo a la vida de cada día.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona



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