sábado, 29 de julio de 2017

XVII Domingo del Tiempo Ordinario



Alegría por el don recibido

Las dos pequeñas parábolas del Evangelio de hoy ofrecen otra enseñanza sobre la postura del cristiano ante la incredulidad, una realidad que desalienta: alegría por el don recibido, alegría como móvil de la acción de vender para adquirir un tesoro que vale la pena.

        La incredulidad, especialmente cuando es masiva y ambiental, en la que el cristiano se ve como una isla, aislado de todos, produce desaliento y cansancio, mientras que, al contrario,  ayuda el verse acompañado por personas que comparten el mismo ideal. Por eso Jesús nos ha organizado en familia, en pueblo que peregrina unido. Realmente ayudan las manifestaciones comunitarias de la fe que profesamos y, en este contexto, tienen plenamente sentido los esfuerzos para algunas de estas celebraciones, como las Jornadas Mundiales de la Juventud.  Pero además y, especialmente para estas situaciones de aislamiento ante la incredulidad, es necesario saber defenderse y para ello Jesús nos ofrece un medio extraordinario: la alegría por ser creyente cristiano.  Es una elección que vale la pena, aun en el caso de que yo fuera el único creyente.

Esto implica valorar los dones recibidos, descubriendo el valor de Dios padre, de Jesús señor y maestro, de la Iglesia, y de los demás dones recibidos por ellos, como la fe, la palabra de Dios, una vida con sentido...  La segunda lectura resume brevemente nuestra situación: Dios padre es el primero que ha pensado en cada uno de nosotros, nos ha pensado con amor para gozar con él, y para eso nos ha destinado a ser hijos en su Hijo. Y este plan ya está en marcha, pues hemos recibido la vocación a la fe, se nos han perdonado los pecados y somos hijos de Dios, y por lo que a Dios toca, ya estamos glorificados. El final depende de nuestra colaboración. Para ello hace colaborar todas las cosas para nuestro bien. Este descubrimiento debe crear conciencia de haber hecho la mejor elección, en la que uno se mantiene aunque se quede solo.

Por otra parte, todos estos dones implican corresponder a ellos con alegría,  alegría que irá en proporción a la conciencia del don. Hay una moral cristiana, que tiene que estar movida por la alegría, para que sea “yugo llevadero y carga ligera”. Sin alegría seguirá siendo moral, pero no es “cristiana”. Esta es la sabiduría existencial que hay que pedir a Dios (1ª lectura).
Si Dios es padre, corresponder es vivir como hijo, vocación a la que nos ha destinado (2ª lectura), sintiéndose dependiente y pequeño ante el Padre, amándolo y confiando en él,  haciendo su voluntad... Si Jesús es señor y maestro, corresponder es vivir de acuerdo con sus enseñanzas sobre la voluntad del Padre, que tienden a que crezcamos en filiación... Si la Iglesia es una familia en la  que crecemos  y realizamos la vocación cristiano, tenemos que salir de nuestros aislamientos egoístas y vivir más en comunión y ayuda con los demás, especialmente en tiempos de incredulidad.

La Eucaristía de cada domingo es motivo de alegría, por una parte,  por la celebración de los grandes valores que hemos recibido, y, por otra, porque la celebración comunitaria nos fortalece para la vivencia  tantas veces  solitaria de la fe.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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