Alegría por el don recibido
Las
dos pequeñas parábolas del Evangelio de hoy ofrecen otra enseñanza sobre la
postura del cristiano ante la incredulidad, una realidad que desalienta: alegría por el don recibido, alegría
como móvil de la acción de vender
para adquirir un tesoro que vale la pena.
La incredulidad, especialmente cuando es
masiva y ambiental, en la que el cristiano se ve como una isla, aislado de
todos, produce desaliento y cansancio, mientras que, al contrario, ayuda el verse acompañado por personas que
comparten el mismo ideal. Por eso Jesús nos ha organizado en familia, en pueblo
que peregrina unido. Realmente ayudan las manifestaciones comunitarias de la fe
que profesamos y, en este contexto, tienen plenamente sentido los esfuerzos
para algunas de estas celebraciones, como las Jornadas Mundiales de la
Juventud. Pero además y, especialmente
para estas situaciones de aislamiento ante la incredulidad, es necesario saber
defenderse y para ello Jesús nos ofrece un medio extraordinario: la alegría por
ser creyente cristiano. Es una elección
que vale la pena, aun en el caso de que yo fuera el único creyente.
Esto
implica valorar los dones recibidos, descubriendo el valor de Dios padre, de
Jesús señor y maestro, de la Iglesia, y de los demás dones recibidos por ellos,
como la fe, la palabra de Dios, una vida con sentido... La segunda lectura resume brevemente nuestra
situación: Dios padre es el primero que ha pensado en cada uno de nosotros, nos
ha pensado con amor para gozar con él, y para eso nos ha destinado a ser hijos
en su Hijo. Y este plan ya está en marcha, pues hemos recibido la vocación a la
fe, se nos han perdonado los pecados y somos hijos de Dios, y por lo que a Dios
toca, ya estamos glorificados. El final depende de nuestra colaboración. Para
ello hace colaborar todas las cosas para nuestro bien. Este descubrimiento debe
crear conciencia de haber hecho la mejor elección, en la que uno se mantiene
aunque se quede solo.
Por
otra parte, todos estos dones implican corresponder
a ellos con alegría, alegría que irá
en proporción a la conciencia del don. Hay una moral cristiana, que tiene que
estar movida por la alegría, para que sea “yugo llevadero y carga ligera”. Sin
alegría seguirá siendo moral, pero no es “cristiana”. Esta es la sabiduría
existencial que hay que pedir a Dios (1ª lectura).
Si
Dios es padre, corresponder es vivir como hijo, vocación a la que nos ha
destinado (2ª lectura), sintiéndose dependiente y pequeño ante el Padre,
amándolo y confiando en él, haciendo su
voluntad... Si Jesús es señor y maestro, corresponder es vivir de acuerdo con
sus enseñanzas sobre la voluntad del Padre, que tienden a que crezcamos en
filiación... Si la Iglesia es una familia en la
que crecemos y realizamos la
vocación cristiano, tenemos que salir de nuestros aislamientos egoístas y vivir
más en comunión y ayuda con los demás, especialmente en tiempos de
incredulidad.
La
Eucaristía de cada domingo es motivo de alegría, por una parte, por la celebración de los grandes valores que
hemos recibido, y, por otra, porque la celebración comunitaria nos fortalece para la vivencia tantas veces
solitaria de la fe.
Dr.
Antonio Rodríguez Carmona
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