sábado, 31 de marzo de 2018

La resurrección, misterio central de la fe cristiana.




Hoy celebra la Iglesia la resurrección de Jesús y la nuestra con él por medio del bautismo. Son dos facetas inseparables del misterio de la resurrección, centro de la fe cristiana. Sin ella, vana es nuestra fe, como dice san Pablo. Por ello hay que insistir en ella y debe ser objeto de nuestra proclamación durante los cincuenta días del tiempo de Pascua. La primera lectura y el evangelio recuerdan la fe y el testimonio de los primeros testigos apostólicos, la segunda lectura las exigencias de la vida bautismal.

Jesús crucificado resucitó y sigue viviendo, no con la anterior vida humana débil, sino con una vida humana glorificada. Jesús, Hijo de Dios, se ha hecho hombre, compartiendo nuestra condición débil, sufriente y mortal, sometida a las limitaciones del tiempo y del espacio, exactamente igual que nosotros menos en el pecado. Hoy celebramos que ha conseguido transformarla, divinizándola y haciéndola plenamente partícipe de la condición divina que tenía antes de la encarnación. Si en su vida terrena su naturaleza humana estaba sometida a limitaciones, ahora goza plenamente de la perfección divina. Todo ello por obra del poder creador de Dios.

De por sí, el hecho de que una persona humana haya conseguido esta transformación, sería motivo de alegría, como cuando nos alegramos por las gestas heroicas  de personas que han trabajado por los demás. Pero esto no explica la celebración cristiano. Celebramos y creemos que esta muerte y resurrección implica a toda la humanidad y consiguientemente a nosotros, que Jesús ha resucitado como primogénito de entre los muertos,  como el primero que resucita y es causa de la resurrección del resto de la humanidad. En él la naturaleza humana queda divinizada para siempre; unidos a él, también nosotros tenemos acceso a esta divinización y plenitud. La humanidad tiene futuro. La vida tiene sentido.

El motivo de esta unión entre la resurrección de Jesús y la nuestra es que el Hijo de Dios, al encarnarse, se hizo solidario y representante de la humanidad. A partir de ese momento, todo lo que hizo valía para él y para todos los que representaba. Su vida consistió en consagrarse a hacer la voluntad del Padre por amor, un amor extremo que lo llevó a la muerte. Y como Dios es amor, lo resucitó a él y concedió la misma meta a todos sus representados, con la condición de que ratifiquen en su vida el camino de su Hijo.

Aunque en la liturgia de este domingo no se invite explícitamente a renovar las promesas bautismales, como se hace en la Vigilia Pascual, es conveniente aludir a ello, pues la segunda lectura es una invitación a vivir como bautizados.

En la celebración de la Eucaristía, damos gracias al Padre por la obra de Cristo y nos unimos a la vida de Cristo, una existencia consagrada al amor, como forma concreta de ratificar el camino nuevo que nos ha abierto y que conduce a nuestra participación en la resurrección.


Dr. don Antonio Rodríguez Carmona




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