Cuanto
más intensa, e incluso lacerante, es la soledad del alma que busca a Dios, más
luminoso y explosivo se hace el Encuentro. Soledad y comunión -aparentemente una al confín de la otra- van, a veces sin saberlo, de la mano; y juntas crean el espacio donde
el hombre experimenta a Dios.
Les hablaré al corazón
El profeta Oseas describe la
infidelidad de Israel con respecto a Dios con unos matices que podríamos
considerar dramáticos. Es tan real la apostasía de hecho del pueblo santo, que
se siente en la necesidad de denunciar que se ha prostituido al poner su
confianza en los ídolos, al tiempo que
se sacudió de encima a su Dios como si fuera una carga: “Mi pueblo consulta su
madero, y su palo le adoctrina, porque un espíritu de prostitución le extravía,
y se prostituyen sacudiéndose de su Dios” (Os 4,12).
Parece que no hay vuelta posible. Ya
tomaron su determinación, “la suerte está echada”, dirían los clásicos; y el
pueblo de la alegría y de la fiesta, de las celebraciones y los cánticos, del
honor y la dignidad, ha quedado, como se dice, al pie de los caballos. No, no
hay como volver a Dios, todo es incertidumbre y confusión; aun cargando sobre
sus espaldas el mal que han escogido con todas las frustraciones que comporta,
no tienen muy claro que con Dios, a quien han abandonado, les vaya a ir mejor.
Lejos están las hazañas que Dios hizo por este pueblo, las maravillas que sus
antepasados les contaron de generación en generación. Si lejos están en el
tiempo, más lejos aún están en su memoria, en su corazón. Presos de tanta
desazón, ¿cómo volver a Él?
Efectivamente, no hay cómo volver a
Dios. Sin embargo, Él sí tiene cómo volverse a su pueblo, y sí, se vuelve. Así
lo hace a pesar de que Israel se lo ha quitado de encima porque no constituía
para él más que una molestia, un estorbo de cara a sus proyecciones y metas. El
mismo Oseas, que tan descarnadamente nos ha descrito la infidelidad-apostasía
de Israel, nos dará a conocer la solicitud
amorosa de Dios hacia su pueblo con palabras inusitadamente bellas, palabras
cargadas de delicadeza, solicitud, amor… Es tal el inclinarse de Dios hacia
estos hombres, que nos parece totalmente imposible que se haya interpuesto
entre ellos tamaña infidelidad y apostasía.
No nos cabe en la cabeza que el mismo
Dios que dijo “les visitaré por los días de los Baales (Ídolos), cuando les
quemaba incienso, cuando se adornaba con su anillo y su collar y se iba detrás
de sus amantes, olvidándose de mí” (Os 2,15)…, exprese a continuación ¡esta
sublime declaración de amor!: “Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al
desierto (a Israel como su esposa) y hablaré a su corazón” (Os 2,16).
Recogemos esta declaración y hacemos
de ella nuestro pórtico de entrada que nos introduzca en una nueva faceta de
los pastores según el corazón de Dios. Faceta que nos indica que éstos son
aquellos a quienes Dios lleva primeramente al desierto, a la soledad; una vez
en él, les habla –pone sus palabras- al
corazón. Soledad, Palabra y corazón del hombre: He ahí el trípode, el horno en
el que Dios moldea a sus pastores quienes tienen la misión recibida del Hijo,
como quien les pasa el testigo, de dar a conocer a los hombres al Dios vivo y
verdadero; este conocer que su Señor y Maestro identifica con la Vida eterna. “Esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero” (Jn 17,3).
La llevaré al desierto, puntualiza
Dios. Espacio de soledad indispensable para dar alas a la intimidad, a
confidencias. Y nuestro asombro se dispara con lo que sigue: “y le hablaré al corazón”.
Soledad necesitan los amantes, han proclamado por todos los confines de la
tierra innumerables poetas surgidos en toda nación y cultura, quienes
coincidieron en esta misma cualidad del amor: soledad necesitan los amantes.
No está refiriéndose Dios a un
desierto físico, geográficamente hablando, a una soledad entendida como
aislamiento total del mundo o de todo contacto humano. Dios está pensando en
otro concepto de soledad. Mirando a lo lejos y teniendo como punto de
referencia la encarnación de su Hijo, está anunciando que llevará a sus
discípulos-pastores a una situación tal en la que no encuentren apoyo en nadie,
sólo en Él. Dios prepara para los suyos
una soledad medicinal, que les libre de cualquier clase de adulación, agasajo,
etc., todo aquello que el mundo sabe hacer muy bien con sus amantes; recordemos
que Jesús previene a los que ha llamado diciéndoles que “el mundo ama lo que es
suyo” (Jn 15,19a).
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