sábado, 10 de agosto de 2019

XIX Domingo Tiempo Ordinario







Primera lectura:
Sab 18,6-9: Con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti.
Salmo Responsorial:
Sal 32,1.12.18-19.20.22: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Segunda lectura:
 Hebr 11,1-2.18-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12,32-48: Vigilad. Estad preparados.


Vigilad, sed responsables.

El Evangelio de hoy está compuesto de tres parábolas sobre la vigilancia, que pronunció Jesús en diversas ocasiones y que san Lucas ha reunido aquí en este texto. Las dos primeras hablan de vigilancia de forma genérica, la tercera de forma específica, referida a nuestra  responsabilidad sobre las personas que nos han encomendado.

El hombre es imagen de Dios porque es inteligente y libre. Capacitado de esta forma, Dios ha puesto toda la creación en sus manos, pero no como dueño absoluto, sino como administrador que tiene que darle cuenta de su administración de todos los bienes recibidos. Al final de nuestra vida tenemos que dar cuenta de todos los dones que hemos recibido en administración, de la vida y del uso que hemos hecho de ella, de las capacidades recibidas y del uso que hemos hecho de ellas. Como no sabemos cuándo será este momento de dar cuenta, la palabra de Dios nos invita a estar siempre preparados, vigilando, pues no sabemos el día ni la hora.

Pero no se trata solo de este último examen final sino de otra serie de visitas intermedias que nos hace el Señor resucitado y para las que debemos vivir vigilantes para recibirlo adecuadamente.  En nuestras administraciones, por ejemplo, en la inspección de Hacienda, hay inspecciones fijas, que se realizan en una fecha determinada, y otras imprevistas, por lo cual hay que estar siempre preparados. Lo mismo sucede en nuestra vida cristiana, hay inspecciones fijas en que damos cuenta de nuestra administración de los bienes recibidos de Dios, como cuando nos confesamos, pero hay también inspecciones imprevistas para las que hay que estar siempre preparados para recibir adecuadamente al que viene a inspeccionar.
Vigilar es ser plenamente consciente de la situación en que me encuentro, con los cinco sentidos despiertos, de forma que pueda saber dónde estoy, a dónde me dirijo, qué hago, qué sentido tiene mi vida. Hay realidades que favorecen la vigilancia, como la oración y la palabra de Dios, y otras que la dificultan e impiden, como la inquietud por las riquezas que ciegan y ensordecen (recordar el Evangelio del domingo anterior), vivir para el placer o la propia gloria… cf. Lc 21,34-36.

La vigilancia de que hablan las parábolas se refieren en concreto a la espera de un señor. El cristiano tiene que estar con los cinco sentidos despiertos a la espera del Señor. En el bautismo fuimos injertados en él y nuestra tarea a partir de ese momento es crecer en él, configurarnos con él. Esto lo realizamos acogiéndolo todas las veces que viene a nuestro encuentro tanto en actos religiosos (Eucaristía, oración) como profanos, a través de personas y acontecimientos que requieren nuestro servicio gratuito y por amor. Jesús viene a nuestro encuentro por medio de personas  que requieren nuestra ayuda espiritual o material, por medio de acontecimientos y necesidades sociales que exigen nuestra colaboración, por medio de signos de los tiempos que piden que los examinemos y escuchemos lo que él nos quiere decir… Y todo esto exige vivir vigilantes, estar despiertos para recibir a Jesús y crecer en el amor. Todos ellos son como una preparación del último encuentro.

Vigilar de forma específica es servir a los hermanos a cuyo servicio hemos sido puestos: el sacerdote sobre su comunidad, el catequista sobre su grupo, el padre y madre de familia sobre sus hijos, el patrono sobre sus obreros…  Vigilar es recordar constantemente que se ocupa un puesto de servicio, lo que implica que uno está subordinado a las necesidades de cada una de las personas encomendadas, con  ojos y oídos abiertos para conocer cuáles son sus necesidades reales y poder satisfacerlas, como Jesús que vino a servir y no a ser servido (Mc 10,45). Jesús recuerda hoy la responsabilidad que hemos contraído con los bienes recibidos y tareas encomendadas, de todos hemos de dar cuenta, pues de todos somos administradores. Al que más se le dio, más se le exigirá. Por todo ello es fundamental vivir despiertos y vigilantes.

Celebrar la Eucaristía es unirse a Jesús, el que veló para hacer en cada momento la voluntad del Padre.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

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