miércoles, 9 de octubre de 2019

La injusticia del juicio



Y tú me hablas de la injusticia del juicio.

Me preguntas ¿quién eres tú para juzgar? y tus palabras remueven mis entrañas.

Desde el balcón de nuestro reino, desde lo alto, siempre desde arriba, no amamos sino juzgamos. 

Adivinamos porqués, intuimos circunstancias, y decidimos que el otro, que nunca vemos como hermano, ha cometido un error, es reo de  sus acciones.

El juicio, enraizado en el alma del hombre, mata y siembra mal y muerte.

Matamos cuando juzgamos y morimos al amor: al amor al que fuimos convocados por nuestro Señor mientras caminaba por la tierra, al amor que no juzga y se compadece, al amor que entiende y comprende, al amor que se apiada y  desea el bien.

El juicio nace en un lugar de nuestro interior donde reside nuestra propia miseria, nuestra debilidad: el juicio es el fruto siempre de la soberbia, de la rabia, de la envidia, en suma, de todo lo que tantas veces anida en nuestro corazón y lo contamina.

Aspiremos a aprender, a mirar con los ojos de Jesús, a preguntarnos porqué, a esbozar un ¡qué sé yo, de la vida de los otros! y a retener nuestra voz cuando desde nuestro corazón brote el juicio, la sentencia.

Juzgar es reflejar en los otros nuestra vida: cuanto más juicio más pobreza. 

Señor, danos tu verdad y tu amor y enséñanos a arrodillarnos ante ti para que ninguna tentación nos lleve a pensar que somos dignos de esbozar una palabra acusadora contra nuestros hermanos, hechos a tu imagen y como nosotros, hijos de Dios. 

(Olga) 
comunidadmariamadreapostoles.com


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