domingo, 29 de diciembre de 2019

Cómo el Hijo de Dios nace espiritualmente en el alma devota


El bendito Hijo de Dios, ya espiritualmente concebido, nace espiritualmente en el alma. Nace, en efecto, cuando después de un sano consejo, después de un examen suficientemente maduro, después de haber invocado la ayuda de Dios, el propósito se pone en marcha; cuando el alma ya comienza a poner por obra aquello que había analizado en su mente pero que siempre temía empezar, por miedo de fracasar. En este felicísimo nacimiento los ángeles se alegran, glorifican a Dios, anuncian la paz, ya que, mientras se lleva a efecto lo que antes había sido concebido en el alma, la paz vuelve a formarse en el hombre interior. En efecto, en el reino del alma no cunde la paz buenamente cuando la carne lucha contra el espíritu y el espíritu contra la carne; cuando la soledad afecta al espíritu y la muchedumbre a la carne; cuando Cristo deleita al espíritu y el mundo a la carne; cuando el espíritu busca el descanso de la contemplación con Dios, y la carne ansía el honor de los puestos en el siglo. Por el contrario, cuando la carne se somete al espíritu, una vez que se lleva a cabo la obra buena, que antes impedía la carne, vuelve a formarse la paz y la exultación interior. ¡Oh, qué feliz nacimiento el que engendra un júbilo tan grande en los ángeles y en los hombres! “¡Oh qué dulce y deleitable sería obrar según la naturaleza si nuestra locura lo permitiese, sanada la cual, la naturaleza sonreiría de inmediato a los naturales!”

 Entonces, comprobaría la verdad de lo que dice el Salvador: Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es suave, y mi carga ligera.

Más aquí has de notar, oh alma devota, que si te deleita este jubiloso nacimiento, primero debes ser María. “María”, en efecto, significa mar amargo, iluminadora y señora

Sé pues, un mar amargo por la contrición de las lágrimas, doliéndote muy amargamente de los pecados cometidos, gimiendo muy profundamente por los bienes omitidos, y afligiéndote incesantemente por los días malgastados y perdidos. Sé, en segundo lugar, iluminadora por la vida honesta, por la acción virtuosa y por la diligente dedicación en afianzar a los otros en el bien. Sé, por último, señora de los sentidos, de los deseos de la carne, de todas tus acciones, para que todas tus obras las hagas según el recto juicio de la razón y en todas ellas anheles y procures tu propia salvación, la edificación del prójimo y la alabanza y la gloria de Dios.

Después de esta feliz navidad, conoce y gusta cuán suave es el Señor Jesús Suave, en verdad, cuando es nutrido con santas meditaciones, cuando es bañado en la fuente de devotas y tiernas lágrimas, cuando es envuelto en los pañales de los castos deseos y cuando es alzado en brazos del santo amor, colmado de besos por los afectos de devoción y abrigado dentro del seno del propio corazón. Así, pues, nace el niño espiritualmente.

(San Buenaventura)


1 comentario: