sábado, 7 de marzo de 2020

II Domingo de Cuaresma



El Señor fue envuelto en una nube. Cuántas nubes nos impiden a nosotros ver con claridad. Cuántos nubarrones se interponen, en las relaciones "corazón a corazón", de los seres humanos. Cuánta neblina dificulta la visión que nos conduciría con serenidad por los caminos de la vida. Cuántas borrascas de pobrezas, enfermedades, desvaríos, opresiones, nos atraviesan los ojos y el alma, impidiéndonos entrar en la hondura del Misterio de Dios. Una nube les cubrió con su sombra. Mateo 17: "Una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: 'Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo'". Hay nubes para todo. Y percibimos las que nos ciegan la visión, pero no las nubes luminosas. Nos falta fe o tenemos enervada o cegada la visión primera, esa que tienen los limpios de corazón, la que ofrece la mirada y los ojos novedosos de Jesús. Quizá nos convendría salir de la vida aburguesada, plácida, cansina y egoísta, que puede ser nuestra perdición. ¡Sal!
Génesis 12: "Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición". Se llena el alma de luz y belleza ante un texto como este, fundacional y primigenio, joven y eterno, luminoso y transparente, fructífero y contundente. A Abraham se le pide salir de sí, y obedece. Es genial. No hay más cera que la que arde. Su sí es una bienaventuranza. Todo lo santo, lo de Dios, es sencillo, sorprendente, natural, bello, simple. Es como una orden espiritual que viene directamente de la Fuente, que se ubica en el corazón del hombre. Es clara como el agua y como el centro del día, aunque sea recibida por Abraham en el centro de la noche, rodeado de estrellas y de las arenas del desierto. La voz de Dios, que solo la escucha el corazón, es nítida y contundente. Y está plagada de promesas y de caminos por andar. ¡Sal! Te bendeciré.
Nosotros nos mantenemos expectantes, aunque muchas veces desconfiados, retraídos, con la mente llena de sospechas y preguntas. Perdida la inocencia, perdemos la transparencia y la confianza. No tenemos limpieza de alma como para contemplar o escuchar. Nos mantenemos en un quiero y no puedo. Nos llenamos de disculpas para ofrecer; como hicieron los invitados a la boda de la parábola; andamos siempre justificándonos y buscando disculpas. Pero, también es verdad que nos mantenemos expectantes. Quizá las experiencias humanas nos han provocado heridas que no acaban de sanar, o ha sido la misma Iglesia la que nos ha decepcionado. Pero estamos como en espera. En el fondo, ante el dolor y en la intimidad, nos agarramos al Señor, aguardamos su presencia y su misericordia. Salmo 32: "Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti".
Los cristianos sabemos que solo Dios es el que busca nuestra alma, nuestras entrañas. Solo Él está libre de prejuicios para habitar ahí, en nuestra intimidad más íntima. Sabemos que su gracia y su Espíritu nos cercan, nos esperan. ¡Bendito Jesucristo!, que vuelve a la carga en nuestra búsqueda, y nos carga sobre sus hombros, en esta Cuaresma. En el relato de hoy, vemos como una nube cubrió su divinidad. Aunque desde el cielo se volvió a elevar la voz con la humildad de hacerlo en la sola presencia de los tres testigos. Los tres discípulos atolondrados. Y, así, como ellos, seguimos la mayoría de nosotros. Obnubilados por su presencia, absortos en una mirada que se posa sobre los pobres, los hambrientos, los sin-techo, los enfermos, los parados, los encarcelados. Una mirada retenida en ese silencio que nos aquieta, nos ralentiza y permanece atenta ante el Señor que se manifiesta transfigurado. 2 Timoteo 1: "Esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio".
1. La Cuaresma tiene un Nombre: Jesucristo. Luz inmortal.

2. Él es la imagen del Dios invisible. Mirarle a Él, y encontrarse con Él, es mirar a Dios mismo y sanar con la gracia de su Espíritu. Él es el guía y el camino mismo que conduce a la Pascua.
3. Él está velado por la nube del no-saber. Poco sabemos. Seamos, pues, humildes; y busquemosle con la pasión del amor. Somos hijos amados como Él. Y lo somos en Él. Atravesemos la nube con el don del bautismo recibido. Es el pasaporte.
4. Unidos a Cristo avanzamos por el camino de la salvación, trabajamos una ética más pura y auténtica, y ligamos nuestra vida a los descartados, a los que no cuentan, hasta llegar con ellos, encarnados como el Hijo Amado, a la cruz y la resurrección.
5. Sal de ti. Ponte a caminar en esta Cuaresma. Reconcíliate con Dios. Solo el amor te devolverá la visión que necesitas para salir y caminar con sosiego. Y solo la visión te conducirá a entrelazarte con Jesús, con su familia, la Iglesia, y con su causa, su santo Evangelio.
(Antonio García Rubio)

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