Como todos los años, llegado
este día, Señor, siempre me acuerdo del maravilloso y fructífero tiempo que
estuve en aquella bendita casa de Almería.
Nunca te daré suficientes
gracias por tanto beneficio, de todo tipo, como me proporcionaste al encauzar
mis pasos hacia el Seminario.
Gracias, Señor, por la
formación espiritual conseguida. Si no hubiera ido al seminario no hubiera
alcanzado una mínima vida espiritual. En el pueblo no habría tenido la ocasión,
con toda probabilidad, de haberte conocido tan profundamente, allí quién me
habría hablado de ti. Miro a mis paisanos coetáneos, veo su pobreza espiritual
y me doy cuenta de la gran suerte que tuve al escuchar tu llamada. Claro que
esto me lleva a tener que darte cuentas del aprovechamiento de este don y a
veces pienso que no he sido lo suficientemente generoso al devolverte mi
entrega; espero que, como padre y amigo que eres, no me juzgues muy severamente
porque con toda seguridad no alcanzaré aquel cien por cien que exigías por tus
talentos entregados.
Gracias, Señor, por la
educación, formación, principios y valores adquiridos en aquellos años de mi
paso por el seminario. Qué orgulloso estoy de lo aprendido en los siete años
más fructíferos de mi vida. Adquirí una sólida base en la que fundamentar mi
futura vida: educación en el sentido más amplio de la palabra; formación
intelectual; principios y valores éticos, morales y sociales; espíritu de
sacrificio, pero no el sacrificio por el sacrificio sino para doblegar la mala
voluntad; saber priorizar; haber adquirido el valor del orden no solo material,
sino intelectual y el ser metódico en la actuación.
Todo ello, Señor, fue
gracias a que pusiste a mi servicio una serie de personas que se volcaron,
dentro de lo que eran aquellos tiempos y de la preparación que ellos tenían, en
enseñarme a ser un ser íntegro. Fueron muy generosos y desprendidos en favor
nuestro; sacrificados hasta el máximo y sin reserva personal; ejemplarizantes
con su vida.
Gracias, Señor, por la
pléyade de amigos que aún conservo desde entonces. Amigos de verdad, en los que
puedo confiar sin miedo a ser traicionado, a los que puedo pedir consejo o los
favores necesarios, amigos generosos y entregados. Amistad que el tiempo la ha
convertido en fraternidad.
Gracias, Señor, por todo lo
dicho y lo pasado por alto para no hacer una lista interminable.
Perdón, Señor, por haber
fracasado en el intento, por no haber correspondido a tu generosidad. Perdón,
Señor, perdón.
Pedro José
Hago mía esta oración.
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