Partimos de este texto de San Pablo: "Jesús fue entregado por nuestros
pecados y resucitado para nuestra justificación “(Rm 4,25).
Veamos la inmensa riqueza bíblica que tiene el ser justificado por Jesús a la luz de la Catequesis del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14).
Dejamos de lado al fariseo con sus ostentaciones de perfección y su desprecio aberrante por el publicano. Nos fijamos en el publicano. Ni siquiera se considera digno de rezar. En su profundo dolor por sus pecados se limita a golpearse el pecho y suplicar: ¡Señor, ten piedad de mí que soy pecador!
Nos estremecen sus golpes de pecho como queriendo ablandar su corazón empedernido. Está pidiendo a Dios, como David, que le dé un corazón nuevo. (Sl 51,12). Para nuestra alegría sin fin, oímos lo que dijo Jesús de él: "Este hombre volvió a su casa justificado”.
Abramos nuestros oídos, porque en la Escritura, ¡Justificado significa ser declarado inocente por Dios! Todo discípulo de Jesús empieza siendo publicano, y en su crecimiento, percibe que gracias a Él... llega a ser inocente ante el Padre.
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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