martes, 9 de octubre de 2012

LECHE Y MIEL


Precioso el testimonio de Paul Jeremie: “Te amo, Dios mío, todo lo que hay en mí es alma apasionada, hambrienta de un amor siempre nuevo y exclusivo: el tuyo; por eso voy detrás de él, porque pertenece a otra dimensión afectiva”.







LECHE Y MIEL


Es un crecimiento del que se hace eco el Evangelio (Lc 2,52), y que explicita fuertemente Isaías en su profecía sobre el Emmanuel: “He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Cuajada y miel comerá hasta que sepa rehusar lo malo y elegir lo bueno” (Is 7,14b-15). Entendemos mejor esta profecía mesiánica si tenemos en cuenta que la leche y la miel simbolizan en la espiritualidad bíblica, el alimento que la Palabra supone para el creyente. La leche aporta el crecimiento de la fe (1P 2,2), y la miel sería como el gran manjar que colma de delicias el –como dicen los santos Padres de la Iglesia- paladar del alma: “¡Qué dulce al paladar me es tu Palabra, más que miel a mi boca!” (Sl 119,103).

Analicemos ahora con detenimiento el texto profético. Isaías nos ha dado a conocer que el Emmanuel se alimentará de cuajada de leche y de miel hasta que sepa rechazar el mal y escoger el bien. Siguiendo de la mano de las Escrituras nos dejamos asombrar por la puntualización que nos hace el autor del Cantar de los Cantares acerca de la esposa, que representa a toda alma enamorada de Dios: “Miel virgen destilan tus labios, esposa mía. Hay miel y leche debajo de tu lengua…” (Ct 4,11).

Los exegetas que, con la indispensable iluminación del Espíritu Santo, han sondeado el Cantar de los Cantares, nos comentan que la lengua de la esposa rebosante de leche y miel, simboliza la imagen de un perenne manantial de las aguas vivas de Dios: su Palabra y su Sabiduría. Imagen bellísima que nos traslada a Jesucristo cuya boca es un manantial perenne de la gracia, y que fue profetizado por el salmista: “En tus labios se derrama la gracia” (Sl 45,3b). Profecía que vemos cumplida a lo largo de su ministerio, como atestiguan los primeros judíos que le oyeron predicar en la sinagoga de Nazaret: “… Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca” (Lc 4,22).

Las palabras de gracia que fluyen de la boca del Señor Jesús fluyen también de las de sus pastores; más aún, es lo que les identifica a los ojos tanto de Dios como de los hombres que le buscan. Bien cierto es, y bien lo sabemos, que los verdaderos buscadores de Dios van al encuentro de los pastores que les hablan desde la Sabiduría. Estamos hablando de hombres y mujeres que tienen demasiados problemas, interrogantes y anhelos como para conformarse o perder el tiempo con sabidurías humanas. De hecho cuando han tenido la posibilidad de degustar la leche y la miel de la Palabra se han sentido saciados.

El manantial de gracia que sobreabunda en los pastores según el corazón de su Maestro y Señor se eleva hacia sus labios desde la abundancia del corazón, lo dijo el mismo Jesús: “De lo que rebosa el corazón habla la boca” (Mt 12,34b). Ya anteriormente el Espíritu Santo se lo había inspirado al salmista: “La boca del justo susurra sabiduría, su lengua habla rectitud; la ley –Palabra- de su Dios está en su corazón, sus pasos no vacilan” (Sl 37,30-31) Inspiración y profecía cumplida en plenitud en Jesucristo y, por don suyo, en sus pastores, aquellos que Él llama y que, por supuesto, acogen su llamada. 


 

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