El
espacio habitacional de Dios en ti es directamente
proporcional al que tú
desocupes
en tu abrazarte al Evangelio.
Cuanta más vida tuya entregas al mundo,
más vida suya –la de Dios- entra en ti.
Escuchadle, es
mi Hijo, mi Predilecto! La voz que resonó desde los cielos no admitió lugar a
dudas. Aun así, la resistencia a escuchar la Verdad es una constante no sólo en
el pueblo de Israel, sino también a lo largo de la historia de generación en
generación. El lamento de Dios por la “sordera congénita” de su pueblo ante o
frente a su Palabra, parece ser un mal crónico de todo hombre. El problema
radica en que los hombres medianamente buenos –tibios los llama Dios (Ap 3,15-16)-
siempre excluyen a Dios y a sus enviados, los pastores según su corazón. La
gloria de estos pastores es la de compartir exclusión con el Gran Excluido, su
Maestro y Señor.
Volvemos a la
Voz del Tabor: Escuchadle a Él, no hagáis como vuestros padres que sólo se
escuchan a sí mismos. No le hicieron caso y, por supuesto, tampoco al Enviado.
No obstante, el Señor Jesús continuó firme en su misión; no iba a permitir que
el Mal, con su Príncipe a la cabeza, le arrebatase a los suyos, a los que
habrían de creer en Él. Lo dijo en una ocasión: que nadie podría arrebatar a
sus ovejas de su mano. “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me
siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de
mi mano” (Jn 10,27-28).
Por más que el
rechazo a su persona y, por supuesto, a su misión, crecía imparablemente, el
Amado del Padre (Mt 3,17), fijos sus ojos en Él y en los hombres, se mantuvo
fiel proclamando sin cesar el Evangelio de la Gracia. En su fidelidad, aceptó
la exclusión y la muerte de malhechor (Lc 22,37), he ahí el precio que pagó por
nuestra salvación; por eso Pablo llama a su predicación el Evangelio de la
Gracia (Hch 20,24).
Era evidente
que el Evangelio proclamado por Jesucristo desequilibraba las formas y maneras
del pueblo santo, y esto no podía quedar impune. Por otra parte, no es que
Jesús fuera un soñador, un irresponsable. Sabía perfectamente de las conjuras
que, como hongos, crecían contra Él; sabía también que su persecución y
exclusión habrían de ser patrimonio glorioso de sus discípulos; que si el mundo
arremetería contra la Vid verdadera, el mismo fuego de odio alcanzaría a sus
sarmientos. “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a
vosotros” (Jn 15,18). La razón de tanta aversión radica en que sus discípulos
reciben de Él su Palabra, raíz y savia de su discipulado. Recordemos que “en
ella –la Palabra- estaba la Vida” (Jn 1,4a). Por eso el mundo les odiará
siempre. “Yo les he dado tu Palabra, y el mundo les ha odiado, porque no son
del mundo, como yo no soy del mundo” (Jn 17,14).
El mundo les
aborrece porque tiene todo menos la Vida, que es lo único que no puede ofrecer.
Los discípulos la tienen por su llamada, y la dan gratuitamente porque no hay
discípulo que no sea pastor. Cuando la dan, se identifican con su Maestro de
tal forma que éste les reconoce como sus pastores, sí, pastores según su
corazón. Dado que el signo identificador de estos pastores es la Palabra de vida
por medio de la cual fueron llamados, y que, después, hecha espíritu de su
espíritu, les envió al mundo, ésta se convierte en su Fuerza, el puerto seguro
en la tempestad de toda persecución.
El Señor Jesús
no engaña a nadie, dice a los suyos lo que les espera, para que cuando lleguen
a ser considerados, como dice Pablo, “la basura del mundo y el desecho de
todos” (1Co 4,13), se sientan acogidos por el Hijo de Dios como Él se sintió
acogido por su Padre. Los pastores según su corazón, en su desvalimiento, se
reconocen -seguimos con Pablo- ministros de Dios (2Co 6,4b). Ministros que,
“aunque pobres, enriquecemos a muchos; aunque nada tienen, todo lo poseemos”
(2Co 6,10).
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