En
cada generación surgen como por encanto voces que exigen a la Iglesia
una
adaptación al “mundo real”. Estas voces que se dicen
y creen autorizadas,
olvidan que Jesucristo envió a sus discípulos
al mundo para ser su Luz (Mt 5,14),
y no cómplice de sus tinieblas.
Ahí está la
extraordinaria grandeza de estos pastores, pobres y desposeídos de todo menos
de su gran ambición: Dios. Saben que están en sus manos. Enriquecen a todos
porque a todos ofrecen lo que sólo a Dios pertenece: la Vida. Ellos la conocen,
pues brota en un sin fin de ríos, manantiales y fuentes de la Palabra que, al
igual que María de Nazaret, han recibido y acogido.
Es ella –la
Palabra- el termómetro que marca su fidelidad, y también la autenticidad de su
ser discípulos y pastores. Por ello, y dado que son odiados y aborrecidos por
el mundo, su Señor Jesús les exhortará a mantenerse en su Palabra ante las
arremetidas de sus perseguidores. Jesús les está diciendo algo grandioso, que
el amor y la fidelidad tienen un nombre: mantenerse en su Palabra; ella les
llevará a la verdad, a la libertad y a la madurez como discípulos: “Si os
mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la
verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,31-32).
¡Manteneos en
ella por amor!, les dice su Maestro y Señor, el Gran Excluido. ¡Aceptad vuestra
exclusión, que hace parte de vuestro pastoreo!, pues ella os pone en comunión
conmigo; y no temáis, porque “nuestro Padre” no nos excluye. ¡Fijad vuestra
tienda en la cuerda floja del rechazo a la Verdad, y sabréis lo que es estar
acogidos, acompañados, sostenidos y amados! Todo esto es lo que “mi Padre y
vuestro Padre” (Jn 20,17) hará por vosotros. Fijad vuestra tienda en la
precariedad y conoceréis la seguridad.
No es fácil
así, sin más, creer en esto. No se llega a esta madurez en el discipulado y en
el pastoreo siguiendo los pasos de un plan o programa formativo. Se llega
haciendo la prueba, una y otra vez, de
si el Evangelio es realmente fuente de Vida o una simple utopía como tantas
otras. Experimentamos hasta que nos damos cuenta de que ¡sí, que el Señor Jesús
no habló en vano!, que sus Palabras no son utopías ni quimeras, que todo lo que
dijo de que su Padre cuidaría a los suyos lo cumple. Sí, dice Jesús: “…porque
el mismo Padre os quiere porque me queréis a mí” (Jn 16,27).
A estas alturas
ya sólo nos queda hablar de la Sorpresa de todas las sorpresas, lo nunca oído
ni imaginado: que el Hijo de Dios dé a sus pastores, los que lo son según su
corazón, su propio don en cuanto Palabra del Padre, el de poder –hablo de sus
pastores- decir a sus ovejas lo mismo que Él dijo a sus discípulos:
“¡Bienaventurados los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos
profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír
lo que vosotros oís, pero no lo oyeron” (Lc 10,23-24).
Sí, el Maestro
y Señor da a los pastores según su corazón el don de abrir los ojos y oídos de
sus ovejas haciéndolos accesibles al Misterio; así, sin velos, con una transparencia a la que no tuvieron acceso Moisés, ni Judit, ni David, ni Esther,
ni Jeremías... Por supuesto que no estamos hablando de medidas de amor y
fidelidad, esto solamente lo sabe Dios. Una última puntualización: estos pastores ofrecen este Tesoro gratis, pues así lo recibieron (Mt 10,8b). Además
no hay dinero en el mundo para pagar esta Sabiduría, ni cátedras para enseñarla.
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