sábado, 1 de octubre de 2016

Domingo 27 del Tiempo Ordinario.



 jesús muerto y resucitado, respuesta a los porqués de la vida cristiana.

        En la oración de la misa pedimos al Padre misericordioso nos libre de toda inquietud y nos responde en las lecturas y especialmente en la presencia sacramental de la muerte y resurrección de Jesús de la Eucaristía.

        El profeta Habacuc en la primera lectura plantea uno de los problemas que más inquietan en la vida cristiana: “¿Por qué Dios permite el mal?” El profeta ha vivido los desastres causados a Israel por la invasión de los asirios. Reconoce que el pueblo ha pecado contra Dios y se merece un castigo, pero ¿por qué un castigo por medio de un pueblo que es mucho peor que Israel y que abusa de su poder? La respuesta divina  invita a esperar, un día lo comprenderá; mientras tanto “el justo vivirá por su fe”, una fe que es aceptar que Dios es señor poderoso y sabio de la historia y confiar en sus planes de salvación, que escribe derecho con renglones torcidos.

Jesús también afrontó este problema con su vida y su palabra. En su vida, cuando en la cruz, próximo a la muerte, experimentó el abandono de Dios: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” La respuesta del Padre fue la resurrección, respuesta que el cristiano sólo comprende desde la fe. En este contexto tienen sentido las palabras que Jesús nos ha dirigido en el Evangelio. Primero invita a crecer en la fe, en la confianza en el poder y sabiduría de los planes de Dios, fe que capacita para ser instrumentos de este poder y sabiduría. Pero la fe no es simple pasividad y confianza en Dios, también hay que colaborar con él; por eso, en segundo lugar,  invita a colaborar en los planes de Dios con humildad radical, haciendo todo lo que el Padre espera de cada uno en su plan de salvación de los hombres, como él lo hizo y  ha manifestado en el Evangelio, aunque no veamos su eficacia inmediata.

Por eso la postura del cristiano será conocer seriamente cuál es la voluntad de Dios y llevarla a la práctica lo mejor que pueda, exclamando al final: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es un acto de fe en Dios protagonista de la salvación, que hay que vivir tanto cuando las cosas van bien, como cuando no se ven claras, como en este caso.

        Participar en la Eucaristía, actualización sacramental de la muerte y resurrección de Jesús, implica aceptar la respuesta básica del Padre, que capacita para seguir caminando en la oscuridad de la fe. Cuando participemos la resurrección de Jesús, comprenderemos plenamente el plan poderoso y salvador del Padre, que quiere la salvación de todos los hombres, y exclamaremos: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!” (Ap 15,3). Mientras llega ese momento, cada uno tiene que colaborar en la obra de Dios, de acuerdo con el carisma que ha recibido, que debe avivar con la ayuda del Espíritu Santo (2ª lectura).

Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona


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