domingo, 30 de octubre de 2016

Pequeño de estatura, pero grande en espíritu



“Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa»” (Lc. 19, 2-5)

Con suma frecuencia nos pasa a los seres humanos lo mismo que a Zaqueo, Señor. Tenemos necesidad, aunque sea bajo la apariencia de curiosidad, de verte. Sí, puede ser que haya gente que se acerca a conocerte porque han oído hablar de ti y desean investigar un poco. En principio solo es eso, pero en la medida que te van conociendo la curiosidad se convierte en necesidad. El espíritu precisa saciarse de algo superior, no le basta lo común. Es insaciable y por ende necesita superar incluso lo bueno para quedar ahíto de lo excelente.

También encontramos en nuestro camino un gentío: muchas cosas que nos impiden poder llegar a ti. Somos cortos de estatura porque los entes mundanos no nos han dejado crecer en la vida espiritual. En nuestro camino encontramos infinidad de objetos que parece que nos enriquecen, en principio nos agarramos a ellos, mas pronto nos damos cuentan de que no nos llenan, resulta que necesitamos más y más; y como el alma es insaciable y siempre tiende a superarse, no se conforma y corre hacia delante hasta que encuentra un punto de apoyo, su higuera, que le catapulta hacia lo superior. En ese salto hacia delante y de superación consigue alcanzar un lugar desde donde puede conseguir verte.

Pero hete aquí que entonces se lleva la gran sorpresa de que eres tú el que te fijas en él. Te has dado cuenta del deseo que siente de conocerte, le llamas y le acucias para que se acerque, le dices que has observado que siente una gran necesidad y ansiedad de ti y que quieres saciar esa necesidad, que quieres hospedarte en su casa, mucho más de lo que el hombre esperaba en sus mejores sueños.

Gracias, Señor, por haberme dado la oportunidad de elevar mi estatura espiritual, por haberme enriquecido con tus dones, por haberte acercado a mí, por haberte hecho alimento para saciar mis pobres necesidades. Gracias por haber elegido mi pobre hogar para hospedarte y quedarte en él.


Pedro José Martínez Caparrós

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