martes, 4 de octubre de 2016

Pedid y se os dará



El pasaje de Jn 20,19-31 nos habla de los discípulos, cómo al anochecer del día de Pascua, estaban encerrados en casa. De la casa se dice sólo que sus puertas estaban cerradas (cf. v. 19). Y ocho días más tarde, los discípulos estaban todavía en aquella casa, y sus puertas seguían cerradas (cf. v. 26). Jesús entra, se pone en medio y trae su paz, el Espíritu Santo y el perdón de los pecados: en una palabra, la misericordia de Dios. Y en ese local cerrado resuena fuerte el mensaje que Jesús dirige a los suyos:

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo (v. 21), comenta el Papa en el encuentro con sacerdotes y religiosos en la JMJ de este verano.

Jesús envía. Él desea desde el principio que la Iglesia esté en salida, que vaya al mundo. Y quiere que lo haga tal como él mismo lo ha hecho, como él ha sido mandado al mundo por el Padre: no como un poderoso, sino en forma de siervo (cf. Flp 2,7), no a ser servido, sino a servir (Mc 10,45) y llevar la Buena Nueva (cf. Lc 4,18). Mientras que los discípulos cerraban las puertas por temor, Jesús los envía a una misión; quiere que abran las puertas y salgan a propagar el perdón y la paz de Dios con la fuerza del Espíritu Santo.

 La dirección que Jesús indica es de sentido único: salir de nosotros mismos. Es un viaje sin billete de vuelta. Se trata de emprender un éxodo de nuestro yo, de perderla vida por él (cf. Mc 8,35), siguiendo el camino de la entrega de sí mismo. Pide ponerse en camino ligeros, salir renunciando a las propias seguridades, anclados únicamente en él. Ser Señor de nuestra vida.

Hoy, sacerdotes, religiosos o no, todos podemos reavivar, con gratitud, la memoria de su llamada en nuestra vida, más fuerte que toda resistencia y cansancio; porque ha entrado en nuestras puertas cerradas con su misericordia; porque nos da la gracia de seguir escribiendo su Evangelio de amor: ese libro vivo de la misericordia de Dios, que todavía tiene al final páginas en blanco. Ese libro abierto, que estamos llamados a escribir con el mismo estilo que Jesús, es decir, realizando obras de misericordia. Porque la llamada a salir de nosotros mismos, para expresar su amor, es universal.

La vida de sus discípulos más cercanos está hecha de amor concreto, es decir, de servicio y disponibilidad. Quien ha optado por configurar toda su existencia con Jesús ya no elige dónde estar, sino que va allá donde se le envía, dispuesto a responder a quien lo llama. Su tesoro es poner al Señor en medio de la vida. Contento con el Señor, no se conforma con una vida mediocre, sino que tiene un deseo ardiente de ser testigo y de llegar a los otros; le gusta el riesgo y sale, no forzado, por caminos ya trazados, sino abierto y fiel a las rutas indicadas por el Espíritu. Contrario al ir tirando, siente el gusto de evangelizar. (Papa Francisco JMJ 2016)

Me genera dolor encontrar a jóvenes que parecen haberse jubilado antes de tiempo. Me preocupa ver a jóvenes que tiraron la toalla antes de empezar el partido. Que están entregados sin haber comenzado a jugar. Que caminan con rostros tristes, como si su vida no valiera. Son jóvenes esencialmente aburridos… y aburridores. Es difícil, y a su vez cuestionador, ver a jóvenes que dejan la vida buscando el vértigo, o esa sensación de sentirse vivos por caminos oscuros, que al final terminan pagando…y pagando caro; jóvenes que pierden hermosos años de su vida y sus energías corriendo detrás de vendedores de falsas ilusiones vendedores de humo, que les roban lo mejor de ellos mismos. (Papa Francisco JMJ 2016)

En el arte de salir, lo que importa no es no caer, sino no permanecer caído. Si tú eres débil, si te caes, mira un poco a lo alto y coge la mano de Jesús, que te dice: Levántate. Y si te caes otra vez, vuelve a hacerlo, vuelve a coger su mano. Y si te caes otra vez, vuelve a hacerlo. Y una vez y otra vez. ¿Y cuántas veces? Setenta veces siete. La mano de Jesús siempre está dispuesta a recogernos cuando nos caemos. (Papa Francisco JMJ 2016)


(DPV. Madrid)

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