jueves, 23 de agosto de 2018

Parábola del gran banquete





Otra parábola (Mt 22, 1-14) dirigida a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, responsables y tesoreros de la guarda y custodia de la religiosidad de Israel. En este contexto  se muestra mediante la alegoría del banquete la alianza de Dios Padre con la humanidad. Una primera y segunda invitación de los siervos del rey (profetas y el propio hijo) al pueblo de Israel y ante la negativa, desprecio y maltrato de estos hay una invitación universal (los gentiles, nosotros): los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos.

Está claro que la invitación última al banquete está referida a todos nosotros buenos y malos, es la invitación a la Eucaristía, pero no solo a esta, sino al banquete del amor a Dios y al prójimo y a todo signo de religiosidad profunda. Nos invita al banquete celestial de la vida eterna. En este caso también hay rechazo, si no tan directo y trágico como aquel que llegaron hasta matar al novio, sí que recibe por nuestra parte una cierta indiferencia, posponemos la religiosidad poco a poco en la actualidad. Como aquel pueblo de Israel seguimos haciendo una diferenciación entre lo importante y lo inmediato y urgente. En esta dicotomía nos inclinamos por lo urgente con un claro abandono y postergación de lo más importante. Ponemos más interés en las cosas de esta vida, también importantes y necesarias para el día a día, que en lo sustancial y trascendente: la otra vida. Vivimos en una época en la que todo es correr; corremos acelerada y vertiginosamente para que nos dé tiempo a terminar el excesivo cúmulo de obligaciones que nos hemos impuesto y posponemos para otro momento la tranquilidad de espíritu y el sosiego tan necesarios para la reflexión y meditación de la vida espiritual.

Ya en la niñez los padres agobian a los niños con las actividades extraescolares, infundiéndoles ansiedad y desasosiego en vez tranquilidad, tan importante esta para el desarrollo de valores y virtudes, esenciales para fundamentar la futura vida espiritual. En la juventud por la inconsciencia, la vorágine propia de la edad nos lleva a creernos que nos comemos el mundo; todo tiene que ser inmediatez con la falta de tiempo para la reflexión; los estudios o la busca de ese primer trabajo no dejan tiempo para el Señor. Después la vida de casado con todas las responsabilidades que acarrea; las responsabilidades familiares, la casa, los hijos, la vida laboral, el abarcar más de lo que puedes… te arrastran a un vivir tan rápido que casi siempre falta tiempo para lo importante. Entonces lo posponemos para cuando nos jubilemos que tendremos todo el tiempo del mundo y cuando llega esta ya estás cansado y no tienes ganas de nada o vienen las obligaciones para el cuidado de los nietos, tienes que echarle una mano a los hijos para que puedan seguir esa misma cadena y forma de vivir que los humanos de este siglo nos hemos impuesto.

Esta es mi visión actualizada de la parábola. En cada época de la historia respecto a la relación del hombre con Dios hay una forma y manera específica para rechazar la invitación al banquete. La actualización de la parábola a nuestras circunstancias y época es que atendemos a lo urgente para postergar lo importante y hemos intercambiado el significado verbal de “rechazar” por el de “posponer”, para el caso que tratamos los hemos igualado como sinónimos por la vía de los hechos.

Pedro José Martínez Caparrós

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