sábado, 25 de agosto de 2018

XXI Domingo del Tiempo Ordinario






Opción  por el Cristo real, el eucarístico

La Eucaristía resume todo el cristianismo. Es la presencia real y efectiva, pero encarnada del Hijo de Dios que se entrega a los hombres. Por ello optar por la Eucaristía implica una religiosidad específica, caracterizada por:

* El amor total al Padre y la entrega incondicional para hacer su voluntad.
* Una unión efectiva y afectiva con Jesús, cuya vida se comparte.
* El amor total al hermano, con una entrega hasta la muerte.
* Una actitud de servicio oculto y humilde.
* Un espíritu comunitario y eclesial, pues la Eucaristía ha sido encomendada a la Iglesia.
* La prontitud para compartir.
* El uso de medios pobres.
* La opción por los pobres.

Por todo ello toda deformación de la Eucaristía es un ataque a la esencia del cristianismo. La tentación constante del cristiano es rebajar y deformar el concepto de Eucaristía para conformarlo con su mediocridad, de forma que la Eucaristía no le cree problemas de conciencia y se convierta en premio de su vida. Pero de esta forma está negando que la Eucaristía sea alimento pues él de hecho no necesita de ninguno; la Eucaristía sería el premio que Dios concede a sus buenas obras...

Jesús se hace presente en la Eucaristía como alimento, lo que implica que necesitamos  alimentar nuestras fuerzas para vivir como hijos y hermanos. El destinatario de la Eucaristía es el pecador arrepentido, que quiere vivir en el amor total, pero se siente débil y necesita constantemente fortalecerse para pensar, sentir y actuar como Jesús. Es una necesidad, no un lujo y menos un premio.

Por todo ello la Eucaristía pertenece al mundo del Espíritu, que capacita para comprender estos valores y para llevarlos a la vida. Con el poder del Espíritu todo es posible. Sin él todo esto resulta “un lenguaje duro” y sin sentido.

En la celebración de la Eucaristía hay dos momentos importantes: el primero tiene lugar en la consagración, cuando Jesús se hace dinámicamente presente, ofreciéndose al Padre. Es el momento en que pedimos al Espíritu que nos conceda unirnos a su entrega al Padre (segunda epíclesis). El segundo es la doxología final, momento cumbre, en que, unidos a Cristo, glorificamos al Padre. Participar vitalmente estos momentos es realmente participar la Eucaristía.

        Hoy la liturgia recuerda dos opciones, la que hicieron los israelitas en Siquén (primera lectura), después de la conquista y antes de separarse e irse cada uno a su territorio, eligiendo dar culto a Yahvé y rechazar a los ídolos, y la que hizo Pedro en nombre de los Apóstoles. En este contexto invita a cada uno de los celebrantes a renovar la opción por el Cristo eucarístico

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

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