sábado, 11 de agosto de 2018

XIX Domingo del Tiempo Ordinario




La fe en Jesús, pan del cielo y don de Dios,  alimenta para la resurrección

        Los que celebramos la Eucaristía somos creyentes en Jesús. La palabra de Dios nos invita hoy a celebrar y agradecer nuestra situación y a reflexionar sobre ella para vivirla con más entrega.

¿Por qué creemos?  Jesús nos dice que nuestra fe es un regalo que le ha hecho el Padre, que nos ha puesto a todos en sus manos, y que él no dejará nunca a los que el Padre le ha regalado, sino que los acompañará hasta darles a cada uno la vida eterna. Por eso Jesús es pan de vida, porque unidos a él los creyentes alimentan sus deseos de infinito y recibirán vida eterna, en un proceso que ya ha comenzado.

        La fe es un regalo. Dios creador está por encima del orden natural de la creación. Nos ha creado como simples creaturas, capacitadas para todo lo referente a la creación: creced, multiplicaos, dominad la creación, es el mandato que el Creador ha grabado en el corazón de sus criaturas y que estas se afanan en obedecer: están descubriendo los secretos de la creación con el bosón de Higgs, han enviado una máquina a Marte… pero no tienen fuerzas para subir y participar del mundo de Dios, pues,  para llegar a él, no basta el simple esfuerzo humano, es necesario que Dios mismo nos abra la puerta y nos capacite para el paso que permita entrar en su mundo y participar de su vida. Para hacer posible esto, Dios creador ha dotado a sus criaturas de inteligencia y libertad  y ha puesto en su corazón una puerta especial, la apertura a lo trascendente, un hambre de felicidad infinita que no puede saciar ninguna criatura.

Sobre esta puerta actúa Dios Padre ante el hombre libre atrayéndolo a Jesús, haciendo apetecible su aceptación. Así, respetando su libertad, el hombre aprende la enseñanza de Dios. Se trata de una atracción que ofrece a todo el mundo, pues quiere la salvación de todos (1 Tim 2,4), aunque nosotros no sepamos quiénes son los que realmente responden. El término de la atracción es Jesús, el Dios-hombre, la única persona capaz de enlazar la humanidad con la divinidad y darnos la vida eterna.

El hombre responde libremente con la fe y el bautismo, en que se hace fuerte en Jesús, participa su vida, comenzando un proceso de vivir con él que culminará en la resurrección. Jesús alimenta hasta llegar a la meta (primera lectura).
Pero existe el peligro de cerrar la puerta a la trascendencia, embotándola  y haciéndola insensible a la atracción  de Dios. Es lo que sucede con algunas  malas disposiciones, como son absolutizar los bienes pasajeros, incapacitando a la persona para desear lo trascendente, querer que Dios actúe de acuerdo con criterios de grandeza humana (escándalo de Nazaret, Jn 6,41 cf. Mc 6,1-6a par), buscar la gloria humana, la vanidad y el orgullo (Jn 5,41.44). La autosuficiencia es enemiga de la fe. Para llenar es necesario previamente vaciar. La aportación básica del hombre es dejarse hacer por Dios, como el niño, que es el destinatario privilegiado del Reino.

Toda la vida cristiana es vivir unidos a Jesús. Para facilitarnos esta vivencia, el mismo Jesús ha querido convertirse sacramentalmente en pan, en la Eucaristía que estamos celebrando. Los que ahora la celebramos, hemos sido atraídos por Dios. Ahora nos toca agradecer este don y corresponder, haciendo de Jesús el gran amor de nuestra vida.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

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