sábado, 3 de noviembre de 2018

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario



El mandamiento principal

El tema del Evangelio es el amor. Marcos lo presenta en un contexto de polémicas entre los dirigentes del pueblo y Jesús. En este caso en concreto Jesús desenmascara una deformación del conocimiento religioso puesto al servicio de envidias y celos. El escriba pregunta sobre el mandamiento principal, Jesús responde con el amor, y el escriba lo acepta y reconoce que el amor es lo fundamental. Jesús termina diciendo que no está lejos del reino de Dios. ¿Qué le falta? El reconocimiento y seguimiento de Jesús, lo que implica profundizar sobre el misterio de su persona, como pone de relieve la períoca siguiente. El conjunto, en el contexto de Marcos, pone de relieve que las diferencias entre Jesús y los escribas no están en la doctrina, pues profesan la misma, sino en celotipias y envidias, que buscan todo tipo de excusas, incluso doctrinales, para rechazar a Jesús.

Dios es amor, por eso la quintaesencia de la religión tiene que ser el amor, a Dios y a todos los hijos de Dios, que por eso son hermanos nuestros. La religión cristiana incluye enseñanzas, pero todas están encaminadas a  enseñarnos cómo amar a Dios y al prójimo; igualmente hay mandamientos, pero encaminados al amor, pues se resumen en dos, amor a Dios y al prójimo; hay celebraciones litúrgicas, pero todas son celebraciones del amor de Dios y peticiones de fuerza para poder corresponder; hay jerarquía, pero toda ella está ordenada a servir en la tarea de ayudar al pueblo a vivir su existencia como un sacrificio existencial de amor a Dios y al prójimo. Hay diversos carismas, pero todos están vacíos sin falta el amor (1 Cor 12,31b). Cuando falta el amor, se prostituye la religión cristiana.
Amor a Dios y amor al hombre son inseparables. Por eso, cuando a Jesús le preguntan por el mandamiento principal, responde con dos, diferentes, pero siempre unidos, amor a Dios y al prójimo. Amar a Dios es amar a sus criaturas a las que ama. Dios nos ha creado para que vivamos en la tierra creando un mundo fraternal y solidario, en que todos sus hijos puedan vivir con todas sus necesidades cubiertas.  De esta manera, ejercitándose y creciendo en el amor mutuo, nos preparamos para recibir el don de la  felicidad plena  en el cielo. Dios quiere que se “haga su voluntad en la tierra como ahora se hace en el cielo”. Obrando así, mostramos nuestro amor a Dios. Por otra parte, el amor a Dios alimenta el amor gratuito y constante a los hombres, frecuentemente sometido a prueba. Por todo esto el amor efectivo al prójimo es signo del verdadero amor a Dios, pues “si no amamos a nuestro hermano al que vemos, ¿cómo podremos amar a Dios al que no vemos?” (1 Jn 4,20). “Dios es amor y el que vive en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16). A los primeros cristianos los llamaron “ateos” porque centraban su vida religiosa en el culto existencial de una vida consagrada a amar a Dios amando al prójimo, y al prójimo se le ama en la vida de cada día, en las calles y plazas, fuera del templo. De aquí el peligro de reducir la vida cristiana al culto, desconectado de la vida. El culto es fundamental, pero como celebración de nuestro sacrificio espiritual unido al de Jesús. Si no se une nada al sacrificio de Jesús, es culto vacío que defrauda la expectativa de Jesús al instituir la Eucaristía. 

El amor puede estar acompañado de sentimientos, incluso los sentimientos favorecen sus expresiones, pero no es fundamental. Lo básico del amor es dar vida a la persona amada Por eso Dios ha mostrado su amor al hombre entregando a su Hijo, y éste ha mostrado a su vez su amor entregándose a la muerte por todos nosotros. Mostramos nuestro amor a Dios y al prójimo con nuestra entrega por el bien concreto del prójimo.

Amar al prójimo es amar a todo hombre necesitado.  Prójimo significa cercano.  Entre los judíos se discutían quién era el cercano y en un largo proceso fueron ampliando el círculo de “cercanos”: primero el familiar, después el connacional que comparte la misma religión, después el forastero... respecto al enemigo se le puede ayudar, pero no entra en el círculo de los cercanos. Para Jesús incluso el enemigo es prójimo. Todos son hijos de Dios y por ello todos son cercanos, pero especialmente el necesitado, que ha caído en manos de ladrones y anda marginado por los caminos del mundo (Lc 10,33).

      Celebrar la Eucaristía es celebrar el amor que nos tiene el Padre, que nos entrega su Hijo; el amor que nos tiene el Hijo, que se entrega por nosotros; y el amor que debe tener la comunidad cristiana que se entrega a todo tipo de prójimos. Los cristianos damos gracias por lo que hacemos y pedimos fuerza para seguir haciendo de nuestra vida un sacrificio existencial.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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